Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de luces y colores, un relojero llamado Arturo. Arturo era un hombre amable y alegre, conocido por todos los habitantes del pueblo. Tenía un taller donde reparaba relojes de muchas formas y tamaños. Su taller era mágico, ya que estaba lleno de relojes antiguos, relojes de péndulo que sonaban melodías suaves y relojes de pulsera que brillaban con destellos dorados. Pero lo que más encantaba a la gente eran sus enormes y hermosos relojes de pared, que siempre llevaban la hora correcta y algunas veces, incluso contaban historias.
Con la llegada de la Navidad, el pueblo se llenó de felicidad y emoción. Las calles se adornaron con luces brillantes y guirnaldas de colores. Los niños reían y jugaban mientras esperaban la noche mágica en la que llegaría Papá Noel con regalos para todos. Arturo, sin embargo, tenía un plan especial para esta Navidad. Quería crear un reloj muy especial, uno que no solo dijera la hora, sino que también contara historias navideñas a quienes lo escucharan.
Arturo trabajó en su taller día y noche, buscando las piezas perfectas. Un día, mientras revisaba algunos de sus relojes más viejos, encontró una esfera hermosa que había pertenecido a su abuelo, quien también era relojero. La esfera brillaba con colores que recordaban a las luces del árbol de Navidad, y cuando Arturo la tocó, sintió que estaba mágicamente viva. Esta sería la pieza central de su nuevo reloj.
Decidido a hacer algo extraordinario, Arturo se sentó a trabajar con mucho esmero. Mientras ensamblaba las piezas, una suave voz lo interrumpió. «¿Puedo ayudarte?». Era una pequeña hada llamada Lili, que había volado desde el bosque cercano. Lili era curiosa y le encantaba la Navidad. Tenía alas brillantes y una sonrisa que iluminaba cualquier lugar.
Arturo, emocionado con la aparición de Lili, le explicó su idea: «Quiero construir un reloj que cuente historias navideñas. Necesito que me ayudes a darle vida a esta esfera mágica». Lili, encantada, aceptó con gusto. Juntos, comenzaron a trabajar en el reloj.
Pasaron los días y la amistad entre Arturo y Lili creció. Lili aportó su magia y creatividad, mientras Arturo brindó su destreza y conocimientos. Construyeron un reloj lleno de sorpresas; cada vez que daba la hora, contaba una historia diferente sobre la Navidad: la historia de un reno que voló por primera vez, la de un árbol que soñaba con ser el más hermoso y la de un niño que aprendió sobre la importancia de compartir.
Pero una tarde, cuando estaban a punto de terminar el reloj, una sombra oscura apareció en la ventana. Era un pequeño duende llamado Grumpy, conocido en el pueblo por hacer travesuras. Grumpy siempre estaba celoso de la felicidad de los demás y planeaba maldades para arruinar la Navidad. Cuando vio el reloj, no pudo resistir la tentación de hacer algo para deshacer la alegría que Arturo y Lili habían creado.
«¡Eso no puede estar ocurriendo!», gritó Grumpy, «No quiero que nadie escuche cuentos felices en Navidad». Con un movimiento rápido de su mano, lanzó un hechizo sobre el reloj, haciendo que la esfera se apagara y el mecanismo dejara de funcionar. Arturo y Lili se sintieron muy tristes al ver que todo su trabajo se perdía.
Sin embargo, Arturo no se rindió. Miró a Lili y dijo: «No podemos dejar que Grumpy se salga con la suya. La Navidad es un momento para ser felices y compartir amor, y debemos hacer todo lo posible para recuperar nuestro reloj». Lili asintió con determinación, y juntos decidieron enfrentarse al duende.
Con valentía, Arturo y Lili se acercaron a Grumpy y le hablaron. «Sabemos que tienes un corazón que podría alegrarse. ¿Qué te parece si, en lugar de maldecir la Navidad, nos ayudas a contar historias y hacer felices a los demás? Tu diversión también puede ser parte de la alegría», le dijeron.
Grumpy, sorprendido por la propuesta, se quedó en silencio. Nadie jamás le había hablado de esa manera. Su corazón comenzó a sentir un pequeño cambio y una chispa de curiosidad se encendió dentro de él. «¿De verdad crees que puedo ayudar?», preguntó con una voz más suave.
«¡Claro que sí!», exclamó Lili, «Todos merecemos ser parte de la Navidad. Tú también puedes contar historias, y juntos podemos hacer que esta Navidad sea inolvidable».
Poco a poco, Grumpy comenzó a sonreír. Su tristeza se desvaneció mientras imaginaba las historias que podría contar. Decidió ayudar a Arturo y Lili a arreglar el reloj. Juntos, trabajaron en equipo: Arturo les enseñó a Grumpy y Lili cómo funcionan los relojes, Lili les dio ideas mágicas para las historias, y Grumpy aportó un toque de diversión y locura con sus travesuras.
Finalmente, después de mucho esfuerzo y risas, el reloj de Arturo estaba completo y lleno de vida una vez más. Cuando dieron la hora, el reloj comenzó a contar las historias que habían creado juntos, y por primera vez, Grumpy pudo ver cómo la risa y la alegría de todos contagiaban su corazón.
Desde ese día, Arturo, Lili y Grumpy se convirtieron en grandes amigos y juntos recorrían el pueblo contando historias a los niños y a toda la familia. Con el tiempo, Grumpy se transformó en un duende feliz y lleno de vida, recordando siempre la Navidad mágica en la que le enseñaron que el verdadero espíritu de la Navidad está en compartir amor, risas y buenos momentos con los que nos rodean.
Y así, en aquel pequeño pueblo, todos los años celebraban la Navidad con historias mágicas, risas y la amistad inquebrantable de un relojero, un hada y un duende travieso que aprendió a ser parte de la felicidad de los demás. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.