Había una vez un niño llamado Chino que vivía en un pequeño pueblo. Desde que tenía uso de razón, había crecido en un hogar lleno de amor, pero también de expectativas. Su madre, Georgina, era una mujer trabajadora que siempre quería lo mejor para sus hijos. Su hermana, Tina, era la consentida de la familia, siempre recibiendo mimos y regalos. Chino, en cambio, era un niño lleno de energía y sueños, pero se sentía un poco fuera de lugar.
Desde pequeño, Chino había soñado con ser un gran jugador de baloncesto. Le encantaba ver partidos en la televisión y practicaba en el patio trasero con su balón, imaginando que era una estrella en la cancha. Sin embargo, había un problema: a su madre no le gustaba que jugara al baloncesto. Ella prefería que su hijo jugara al fútbol, un deporte que a Chino no le emocionaba tanto.
“¡Chino, ven a jugar al fútbol! Es un deporte maravilloso”, le decía Georgina con entusiasmo.
“Pero mamá, a mí me gusta más el baloncesto”, respondía Chino, sintiendo que su voz se perdía en el aire.
“No quiero que te lastimes. El baloncesto es peligroso, y yo me siento más tranquila si juegas al fútbol”, insistía su madre, y Chino, resignado, se unía a los juegos de fútbol con sus amigos.
Tina, por otro lado, disfrutaba de todos los privilegios que su madre le ofrecía. “¡Vamos, Chino! No es tan malo jugar al fútbol. Además, soy la mejor en el equipo”, le decía con una sonrisa pícara. Chino la miraba y a veces sonreía, pero su corazón anhelaba encestar en la canasta y ser un héroe en el baloncesto.
Un día, mientras Chino estaba en el campo de fútbol, se sintió muy frustrado. “¿Por qué no puedo jugar baloncesto? ¡Es lo que realmente me gusta!” pensó mientras pateaba la pelota sin entusiasmo. Sin embargo, el niño sabía que su madre solo quería lo mejor para él, así que guardó sus sueños en lo más profundo de su corazón.
Los días pasaron, y un momento que cambiaría la vida de Chino llegó sin previo aviso. Era un sábado soleado y Georgina, para su sorpresa, lo llevó a un partido de baloncesto. “Chino, quiero que veas cómo juegan los profesionales”, le dijo su madre, sonriendo. “Tal vez te animes a jugar un poco”.
El corazón de Chino dio un vuelco de emoción. “¿De verdad? ¿Voy a ver un partido de baloncesto?” preguntó, sin poder contener la alegría.
“Sí, pero no quiero que te emociones demasiado. Solo quiero que veas cómo se juega”, respondió Georgina.
Cuando llegaron al estadio, Chino estaba asombrado. Las luces brillaban y la multitud animaba con entusiasmo. Los jugadores salieron a la cancha, y su madre le encontró un buen lugar para ver el partido. Chino miraba con asombro cada movimiento de los jugadores, cada salto y cada tiro a la canasta. Era como si estuviera viendo un sueño hacerse realidad.
Mientras disfrutaba del juego, su madre no se dio cuenta de que un hombre alto y musculoso estaba sentado detrás de ellos. Al final del partido, Chino gritó de emoción cuando el equipo de su ciudad ganó. “¡Increíble! ¡Quiero jugar así algún día!”, dijo, saltando de felicidad.
Pero lo que Chino no sabía era que el hombre que estaba detrás de ellos era su padre, Benjamín. Durante años, él había estado lejos, intentando encontrar su camino en el mundo. Cuando el hombre vio a Chino y escuchó sus palabras, su corazón se llenó de orgullo. En ese momento, Chino se dio la vuelta y se encontró con la mirada de su padre.
“¿Eres tú, Chino?” preguntó Benjamín con una sonrisa.
Chino se quedó paralizado. “¿Papá? ¿Eres tú?”, dijo, sin poder creer lo que veía. La emoción lo invadió, y en un instante, todos los recuerdos de su infancia vinieron a su mente. “¡Te extrañé tanto!”.
Georgina, al darse cuenta de lo que sucedía, se giró rápidamente. “Benjamín… ¿Eres tú?” exclamó, y su voz temblaba de sorpresa. En un instante, el ambiente se llenó de tensión y emociones.
“Vine a ver a mi hijo jugar. Siempre supe que él sería un gran jugador”, dijo Benjamín, mirando a Chino con admiración.
Georgina, recordando el pasado, tomó el brazo de Chino. “Ven, vamos a casa”, dijo, sintiendo que lo que había hecho era mejor para su hijo. Sin embargo, Chino no quería irse. Quería hablar con su padre.
“Papá, por favor, quiero saber más de ti. He estado esperando este momento toda mi vida”, dijo Chino, suplicando con los ojos llenos de lágrimas.
La tensión se desvaneció y Benjamín se agachó para mirar a su hijo a los ojos. “Lo sé, hijo. Lamentablemente, las cosas no siempre salen como uno planea. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti ahora”.
Georgina, viendo la conexión entre padre e hijo, se sintió dividida. “Esto es muy complicado”, murmuró, pero decidió darles un momento.
Los tres se sentaron juntos, y Chino escuchó todas las historias que su padre compartía sobre sus propias aventuras en el baloncesto y los desafíos que había enfrentado. “Recuerda, Chino, los grandes jugadores no solo tienen talento. También tienen corazón y determinación”, dijo Benjamín con cariño.
Chino, con cada palabra que escuchaba, sentía que una nueva chispa de esperanza se encendía en su corazón. “Quiero ser un gran jugador de baloncesto como tú, papá. Quiero hacer que tú y mamá se sientan orgullosos de mí”, dijo con sinceridad.
A medida que la conversación continuaba, el tiempo pareció volar. Chino sintió que todo lo que había deseado se estaba haciendo realidad. Tenía a su padre de nuevo y, por primera vez, se sentía completamente feliz.
Pasaron los días y la relación entre Chino y su padre comenzó a florecer. Benjamín le enseñó los fundamentos del baloncesto, y juntos practicaban en el patio trasero. Sin embargo, cada vez que Chino regresaba a casa después de practicar, veía que su madre lo observaba con preocupación.
“Chino, debes concentrarte en tus estudios. El baloncesto es solo un pasatiempo”, le decía Georgina, tratando de cuidar su futuro.
“Pero mamá, el baloncesto es lo que realmente amo. Y papá me está ayudando”, insistía Chino, sintiendo que sus palabras no eran escuchadas.
Tina, su hermana, a menudo intervenía. “Mamá, déjalo. Chino tiene talento, y si lo ama, debería seguir su sueño”, decía, defendiéndolo. A veces, las palabras de Tina no eran suficientes para cambiar la opinión de su madre.
Una tarde, mientras Chino practicaba en el parque, se sintió frustrado. “No sé si valga la pena. Mi madre no cree en mí”, pensó. Pero cuando miró a su alrededor, vio a otros niños jugando y riendo. “Si ellos pueden disfrutar de esto, yo también”, se dijo a sí mismo.
Chino decidió concentrarse en sus sueños. Practicó más que nunca, y cada vez que lanzaba el balón a la canasta, imaginaba cómo sería jugar en un gran equipo. Tenía la convicción de que, un día, podría hacerlo.
Unos días después, mientras se preparaban para una cena familiar, Benjamín anunció: “Chicos, tengo buenas noticias. He organizado un pequeño torneo de baloncesto en el que todos pueden participar. Chino, me encantaría que te unieras”.
“¡Eso sería increíble, papá!” exclamó Chino, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.