Cuentos Clásicos

El Sueño de Chino

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Chino que vivía en un pequeño pueblo. Desde que tenía uso de razón, había crecido en un hogar lleno de amor, pero también de expectativas. Su madre, Georgina, era una mujer trabajadora que siempre quería lo mejor para sus hijos. Su hermana, Tina, era la consentida de la familia, siempre recibiendo mimos y regalos. Chino, en cambio, era un niño lleno de energía y sueños, pero se sentía un poco fuera de lugar.

Desde pequeño, Chino había soñado con ser un gran jugador de baloncesto. Le encantaba ver partidos en la televisión y practicaba en el patio trasero con su balón, imaginando que era una estrella en la cancha. Sin embargo, había un problema: a su madre no le gustaba que jugara al baloncesto. Ella prefería que su hijo jugara al fútbol, un deporte que a Chino no le emocionaba tanto.

“¡Chino, ven a jugar al fútbol! Es un deporte maravilloso”, le decía Georgina con entusiasmo.

“Pero mamá, a mí me gusta más el baloncesto”, respondía Chino, sintiendo que su voz se perdía en el aire.

“No quiero que te lastimes. El baloncesto es peligroso, y yo me siento más tranquila si juegas al fútbol”, insistía su madre, y Chino, resignado, se unía a los juegos de fútbol con sus amigos.

Tina, por otro lado, disfrutaba de todos los privilegios que su madre le ofrecía. “¡Vamos, Chino! No es tan malo jugar al fútbol. Además, soy la mejor en el equipo”, le decía con una sonrisa pícara. Chino la miraba y a veces sonreía, pero su corazón anhelaba encestar en la canasta y ser un héroe en el baloncesto.

Un día, mientras Chino estaba en el campo de fútbol, se sintió muy frustrado. “¿Por qué no puedo jugar baloncesto? ¡Es lo que realmente me gusta!” pensó mientras pateaba la pelota sin entusiasmo. Sin embargo, el niño sabía que su madre solo quería lo mejor para él, así que guardó sus sueños en lo más profundo de su corazón.

Los días pasaron, y un momento que cambiaría la vida de Chino llegó sin previo aviso. Era un sábado soleado y Georgina, para su sorpresa, lo llevó a un partido de baloncesto. “Chino, quiero que veas cómo juegan los profesionales”, le dijo su madre, sonriendo. “Tal vez te animes a jugar un poco”.

El corazón de Chino dio un vuelco de emoción. “¿De verdad? ¿Voy a ver un partido de baloncesto?” preguntó, sin poder contener la alegría.

“Sí, pero no quiero que te emociones demasiado. Solo quiero que veas cómo se juega”, respondió Georgina.

Cuando llegaron al estadio, Chino estaba asombrado. Las luces brillaban y la multitud animaba con entusiasmo. Los jugadores salieron a la cancha, y su madre le encontró un buen lugar para ver el partido. Chino miraba con asombro cada movimiento de los jugadores, cada salto y cada tiro a la canasta. Era como si estuviera viendo un sueño hacerse realidad.

Mientras disfrutaba del juego, su madre no se dio cuenta de que un hombre alto y musculoso estaba sentado detrás de ellos. Al final del partido, Chino gritó de emoción cuando el equipo de su ciudad ganó. “¡Increíble! ¡Quiero jugar así algún día!”, dijo, saltando de felicidad.

Pero lo que Chino no sabía era que el hombre que estaba detrás de ellos era su padre, Benjamín. Durante años, él había estado lejos, intentando encontrar su camino en el mundo. Cuando el hombre vio a Chino y escuchó sus palabras, su corazón se llenó de orgullo. En ese momento, Chino se dio la vuelta y se encontró con la mirada de su padre.

“¿Eres tú, Chino?” preguntó Benjamín con una sonrisa.

Chino se quedó paralizado. “¿Papá? ¿Eres tú?”, dijo, sin poder creer lo que veía. La emoción lo invadió, y en un instante, todos los recuerdos de su infancia vinieron a su mente. “¡Te extrañé tanto!”.

Georgina, al darse cuenta de lo que sucedía, se giró rápidamente. “Benjamín… ¿Eres tú?” exclamó, y su voz temblaba de sorpresa. En un instante, el ambiente se llenó de tensión y emociones.

“Vine a ver a mi hijo jugar. Siempre supe que él sería un gran jugador”, dijo Benjamín, mirando a Chino con admiración.

Georgina, recordando el pasado, tomó el brazo de Chino. “Ven, vamos a casa”, dijo, sintiendo que lo que había hecho era mejor para su hijo. Sin embargo, Chino no quería irse. Quería hablar con su padre.

“Papá, por favor, quiero saber más de ti. He estado esperando este momento toda mi vida”, dijo Chino, suplicando con los ojos llenos de lágrimas.

La tensión se desvaneció y Benjamín se agachó para mirar a su hijo a los ojos. “Lo sé, hijo. Lamentablemente, las cosas no siempre salen como uno planea. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti ahora”.

Georgina, viendo la conexión entre padre e hijo, se sintió dividida. “Esto es muy complicado”, murmuró, pero decidió darles un momento.

Los tres se sentaron juntos, y Chino escuchó todas las historias que su padre compartía sobre sus propias aventuras en el baloncesto y los desafíos que había enfrentado. “Recuerda, Chino, los grandes jugadores no solo tienen talento. También tienen corazón y determinación”, dijo Benjamín con cariño.

Chino, con cada palabra que escuchaba, sentía que una nueva chispa de esperanza se encendía en su corazón. “Quiero ser un gran jugador de baloncesto como tú, papá. Quiero hacer que tú y mamá se sientan orgullosos de mí”, dijo con sinceridad.

A medida que la conversación continuaba, el tiempo pareció volar. Chino sintió que todo lo que había deseado se estaba haciendo realidad. Tenía a su padre de nuevo y, por primera vez, se sentía completamente feliz.

Pasaron los días y la relación entre Chino y su padre comenzó a florecer. Benjamín le enseñó los fundamentos del baloncesto, y juntos practicaban en el patio trasero. Sin embargo, cada vez que Chino regresaba a casa después de practicar, veía que su madre lo observaba con preocupación.

“Chino, debes concentrarte en tus estudios. El baloncesto es solo un pasatiempo”, le decía Georgina, tratando de cuidar su futuro.

“Pero mamá, el baloncesto es lo que realmente amo. Y papá me está ayudando”, insistía Chino, sintiendo que sus palabras no eran escuchadas.

Tina, su hermana, a menudo intervenía. “Mamá, déjalo. Chino tiene talento, y si lo ama, debería seguir su sueño”, decía, defendiéndolo. A veces, las palabras de Tina no eran suficientes para cambiar la opinión de su madre.

Una tarde, mientras Chino practicaba en el parque, se sintió frustrado. “No sé si valga la pena. Mi madre no cree en mí”, pensó. Pero cuando miró a su alrededor, vio a otros niños jugando y riendo. “Si ellos pueden disfrutar de esto, yo también”, se dijo a sí mismo.

Chino decidió concentrarse en sus sueños. Practicó más que nunca, y cada vez que lanzaba el balón a la canasta, imaginaba cómo sería jugar en un gran equipo. Tenía la convicción de que, un día, podría hacerlo.

Unos días después, mientras se preparaban para una cena familiar, Benjamín anunció: “Chicos, tengo buenas noticias. He organizado un pequeño torneo de baloncesto en el que todos pueden participar. Chino, me encantaría que te unieras”.

“¡Eso sería increíble, papá!” exclamó Chino, sintiendo que su corazón latía con fuerza.

Georgina, al escuchar esto, se sintió incómoda. “Benjamín, ¿estás seguro de que esto es lo mejor para Chino? Aún debe concentrarse en sus estudios”, advirtió, intentando cuidar a su hijo.

Pero Benjamín sonrió y dijo: “Georgina, el baloncesto le enseña a Chino sobre el trabajo en equipo, la dedicación y la disciplina. Es una oportunidad para que brille”.

Chino miró a su madre, esperando que su preocupación se desvaneciera. “Mamá, solo quiero intentarlo. Siempre he soñado con jugar en un torneo”, dijo, su voz llena de determinación.

Georgina, al ver la pasión en los ojos de su hijo, suspiró. “Está bien, pero debes prometerme que seguirás prestando atención a tus estudios”.

“Lo prometo, mamá. Haré mi mejor esfuerzo”, respondió Chino, emocionado.

Así que llegó el día del torneo. Chino se levantó temprano, sintiéndose nervioso y emocionado a la vez. Se vistió rápidamente con su camiseta de baloncesto favorita y sus zapatillas. Mirándose en el espejo, se dijo a sí mismo: “Hoy es el día. ¡Voy a dar lo mejor de mí!” Su corazón latía con fuerza mientras recordaba todas las horas que había pasado practicando con su padre.

Cuando bajó a la cocina, encontró a su madre preparando el desayuno. “Buenos días, campeón”, dijo Georgina con una sonrisa, aunque sus ojos mostraban un atisbo de preocupación. “¿Estás listo para el gran día?”

“¡Sí, mamá! Estoy muy emocionado”, respondió Chino, sirviéndose un vaso de jugo. Su hermana, Tina, llegó a la mesa con un trozo de tostada en la mano.

“¿Te sientes listo para mostrarle a todos tu talento, hermano? ¡Voy a animarte desde la grada!” exclamó Tina, riendo. Su apoyo siempre le dio fuerzas, y Chino se sintió más tranquilo.

Después de desayunar, la familia se preparó para ir al torneo. Georgina miró a Chino y le dio un beso en la frente. “Recuerda, mi amor, lo más importante es divertirte. Ganes o pierdas, siempre estaré orgullosa de ti”, le dijo, aunque un pequeño nudo de ansiedad se formó en su estómago.

Cuando llegaron al gimnasio donde se llevaría a cabo el torneo, el ambiente estaba lleno de energía. Los gritos de los animadores, el sonido de los balones rebotando y la música llenaban el aire. Chino sintió que su corazón se aceleraba, pero la emoción era mucho mayor que el miedo.

“Vamos, Chino, ¡es hora de calentar!”, dijo Benjamín, mientras conducía a su hijo hacia la cancha. Chino miró a su alrededor, viendo a otros equipos practicando y sintiéndose un poco intimidado. Pero al ver a su padre sonreírle, recordó que tenía que confiar en sí mismo.

Una vez que llegó el momento de jugar, Chino se sintió como un verdadero jugador de baloncesto. Cuando el árbitro sonó el silbato y el juego comenzó, Chino se movía rápido por la cancha, haciendo pases y esquivando a los oponentes. Se sentía libre y poderoso.

“¡Buena jugada, Chino!” gritó Tina desde la grada, y esa pequeña palabra de aliento le dio más energía. En un momento crucial del partido, el balón llegó a sus manos. Chino respiró hondo, sintió cómo la adrenalina corría por sus venas y lanzó el balón hacia la canasta. ¡Swish! El balón entró en la red sin tocar el aro.

La multitud estalló en vítores, y Chino sintió que flotaba. Había logrado su primer punto en un torneo, y la confianza se apoderó de él. Con cada jugada, se sentía más seguro, más capaz. Y aunque su madre lo miraba con cierta preocupación, su rostro se iluminó al ver la felicidad de su hijo.

A medida que avanzaba el juego, Chino se dio cuenta de que no solo se trataba de ganar. Aprendió que el trabajo en equipo y la amistad eran igualmente importantes. Cada vez que un compañero fallaba un tiro, él le ofrecía palabras de aliento. “No te preocupes, ¡la próxima será mejor!” decía, mientras se aseguraba de que todos se sintieran incluidos y valorados.

Finalmente, llegó el último cuarto del partido. La tensión aumentaba a medida que el marcador estaba empatado. Chino sabía que este era su momento de brillar. Con el tiempo corriendo, el equipo contrario tenía la posesión del balón. Los jugadores avanzaban hacia la canasta, pero Chino se lanzó con valentía, robando el balón en un movimiento audaz.

“¡Vamos, Chino! ¡Tú puedes!” gritó Benjamín desde la línea de banda. Con el balón en sus manos, Chino comenzó a correr hacia la canasta contraria, sus compañeros animándolo desde el fondo. El rugido de la multitud lo llenó de energía. Con cada paso que daba, recordaba a su padre y todos los sacrificios que había hecho para apoyarlo.

Llegó a la línea de tres puntos y, con un último esfuerzo, lanzó el balón hacia el aro. El tiempo pareció detenerse mientras todos los ojos estaban fijos en el balón que volaba por el aire. ¡En ese instante, todo su mundo se centró en ese tiro! ¡Swish! El balón entró en la canasta justo cuando sonó el silbato final.

La multitud estalló en vítores. Chino no podía creerlo. Había ganado el partido para su equipo. Sus compañeros lo rodearon, levantándolo en el aire mientras celebraban. “¡Eres un héroe, Chino!” gritaban, llenos de alegría.

Al mirar a su madre, la vio con lágrimas de orgullo en los ojos. “Lo hiciste, hijo. Estoy tan orgullosa de ti”, le dijo, mientras corría hacia él para abrazarlo. Chino se sintió tan feliz que casi podía volar. Había logrado lo que tanto había soñado, no solo por él, sino por su familia.

Más tarde, mientras la celebración continuaba, el entrenador del equipo se acercó a Chino. “Tienes un gran futuro en el baloncesto, Chino. Nunca dejes de soñar y sigue trabajando duro. Recuerda siempre que ser un buen compañero es tan importante como ser un gran jugador”, le dijo, dándole una palmadita en la espalda.

Chino sonrió, sintiéndose como si estuviera en la cima del mundo. Había aprendido que el baloncesto no solo era un juego, sino una forma de conectar con los demás y crear recuerdos inolvidables. Miró a su hermana, Tina, que estaba conversando con su amiga, y a su padre, que le sonreía con orgullo. En ese momento, supo que la verdadera victoria no estaba solo en el marcador, sino en el amor y el apoyo de su familia.

Conclusión:

Desde aquel día, Chino continuó jugando baloncesto y creciendo como jugador, pero lo más importante fue que también se convirtió en un mejor hermano y amigo. Siempre recordaría cómo su familia lo apoyó y lo animó a seguir sus sueños. Aprendió que los valores de la amistad, el trabajo en equipo y el amor eran el verdadero tesoro de la vida. Y así, en cada partido y cada aventura, Chino se aseguraba de llevar con él esas lecciones, creando un legado de valentía y bondad en su camino.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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