Era una noche mágica en el pequeño pueblo de San Esteban, donde el cielo brillaba con miles de estrellas titilantes. En este pintoresco lugar, vivía una valiente niña llamada Juana Méndez, que, a sus once años, tenía un corazón lleno de curiosidad y una gran sed de aventuras. Juana siempre había soñado con descubrir secretos escondidos, así que una noche decidió que era el momento de salir a explorar.
Cuando salió de su casa, pasó por la cocina donde su hermana María, dos años mayor que ella, estaba tratando de convencer a su madre de que las estrellas eran en realidad ángeles que habían bajado a jugar. Juana sonrió al escucharla. «¿No quieres venir conmigo a buscar a esos ángeles?», le propuso. María se rió y le dijo: «Me encantaría, pero tengo que ayudar a mamá con la cena. ¡Ve y busca un ángel por mí!».
Juana salió a la calle y respiró el aire fresco de la noche. Mientras andaba, se encontró con su mejor amigo, Joaquín López, quien siempre estaba dispuesto a unirse a sus travesuras. «¿A dónde vas, Juana?», preguntó él, con una mirada de complicidad. «Voy a buscar un ángel perdido bajo el cielo estrellado», respondió Juana con entusiasmo.
«¡Eso suena emocionante! ¡Voy contigo!», exclamó Joaquín. Ambos comenzaron a caminar por las calles iluminadas por la luz de la luna, hablando de la aventura que les esperaba. Mientras exploraban, pasaron frente a la casa de la anciana Ramona, conocida en el pueblo por contar las leyendas más fantásticas.
«¡Hola, niños!», los saludó Ramona con una sonrisa. «¿A dónde van tan de noche?». Juana y Joaquín le contaron su plan de buscar un ángel. «¿Un ángel, eh? Si realmente lo quieren encontrar, deben ir al bosque encantado», les recomendó Ramona, con un brillo misterioso en sus ojos. «Ahí, bajo el viejo roble, hay un susurro que podría llevarlos a donde se encuentra el ángel perdido».
Intrigados, Juana y Joaquín se despidieron de Ramona y continuaron su camino hacia el bosque. Al llegar, el silencio del lugar los envolvió, solo interrumpido por el canto de los grillos. Pronto, divisaron la silueta del antiguo roble, cuyas ramas se alzaban hacia el cielo como si intentaran tocar las estrellas.
Mientras se acercaban al árbol, escucharon un suave murmullo. «¿Escuchas eso?», preguntó Joaquín, mirando a su amiga con expresión emocionada. Juana asintió, y ambos se acercaron aún más. En ese momento, una suave brisa sopló, y de entre las ramas del roble apareció una figura luminosa. Era un hermoso ángel, con alas brillantes que destellaban como estrellas.
«Hola, niños», dijo el ángel con una voz melodiosa. «Soy Alectra, el ángel de la esperanza. He estado perdido en estos bosques, y mi luz se ha apagado. Vengo aquí a pedir su ayuda para recuperarla». Juana y Joaquín se miraron asombrados, sin saber qué responder.
«¿Cómo podemos ayudarte?», preguntó Juana, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Alectra sonrió. «Para iluminar mi luz, deben encontrar cinco estrellas que se han ocultado en este bosque. Cada estrella representa un deseo puro y sincero. Juntas, pueden devolver mi resplandor».
Ambos amigos se sintieron emocionados ante la misión que les había sido encomendada. Después de una rápida charla, decidieron que debían separar sus tareas. «Yo iré a la colina brillante», dijo Joaquín, «donde siempre brilla una luz dorada». «Y yo iré hacia el río susurrante, donde las estrellas suelen refugiarse», respondió Juana.
Se despidieron y se dirigieron a sus respectivos destinos. Joaquín se adentró en el bosque y, después de una corta caminata, llegó a la colina. Allí, encontró una estrella dorada que brillaba intensamente. «¡Este es un deseo de felicidad!», exclamó, sintiendo que había cumplido con su parte.
Mientras tanto, Juana encontró el río, cuyas aguas reflejaban la luz de las estrellas. Al contemplar el agua, logró ver una estrella plateada en el fondo, rodeada de flores acuáticas. «¡Aquí está mi estrella! ¡Es un deseo de amistad!», gritó emocionada, mientras la tomaba con cuidado.
Ambos regresaron al roble donde Alectra los esperaba. «¿Tienen las estrellas?», preguntó, con una luz de esperanza en su rostro. Joaquín mostró la estrella dorada, y Juana la estrella plateada. «Ambas representan deseos muy puros», dijo Alectra, aceptando las estrellas y fusionando su luz en una chispa brillante.
«La última estrella se encuentra en el corazón de un amigo», reveló el ángel mientras se posaba en la tierra. «Para completar mi luz, deben conseguir la estrella del corazón de alguien que ama».
Juana pensó en su hermana María, quien siempre había estado allí para apoyarla. «¡Vamos a buscar a María!», sugirió. Al llegar a casa, encontraron a María en su habitación, leyendo un libro sobre estrellas y ángeles. «¿Qué pasó, Juana? ¡Se te ve emocionada!», dijo ella.
«María, necesitamos que digas un deseo sincero», le pidió Juana. María, sorprendida, sonrió y dijo: «Deseo que siempre tengamos tiempo para soñar y ser felices juntos». Al decir esas palabras, una suave luz comenzó a brillar en el corazón de María y, de repente, surgió una estrella brillante que llenó el aire de magia.
«[Alectra, esta es la estrella que necesitabas]», afirmó Juana al extender la mano. Alectra tomó la estrella y, al hacerlo, su luz cobró vida. Un resplandor iluminó el bosque mientras ella recuperaba su forma original. «Gracias, jóvenes aventureros. Han devuelto mi luz, y a cambio, les otorgo un deseo a cada uno», dijo Alectra.
«Yo deseo seguir teniendo aventuras siempre», pidió Juana. «Y yo deseo que nunca falte la felicidad en este pueblo», agregó Joaquín. «Así será», respondió Alectra, elevándose hacia el cielo estrellado.
Esa noche, Juana y Joaquín regresaron a sus casas sintiendo que habían vivido una de las aventuras más increíbles de sus vidas. Cada uno durmió con una sonrisa, entendiendo que los verdaderos deseos nacen del corazón y que la amistad era la estrella más brillante de todas. Y desde entonces, la luz del ángel Alectra siempre iluminó el pueblo de San Esteban, recordando a todos que la esperanza y los sueños pueden brillar más que cualquier estrella en el cielo.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Gran Día de Gustavo y Milo
El Árbol del Amor Eterno
El Hogar de Jesús
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.