Cuentos Clásicos

La Aventura de Antonio y Karime en el Bosque Encantado

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez dos grandes amigos, Antonio y Karime. A Antonio le encantaba correr y saltar, y a Karime le gustaba explorar y encontrar cosas nuevas. Vivían cerca de un bosque mágico, donde los árboles eran altos, las flores brillaban con colores hermosos, y los animales siempre parecían estar felices.

Un día soleado, Antonio y Karime decidieron ir al bosque a buscar aventuras. Se pusieron sus sombreros, agarraron sus mochilas, y se dijeron uno al otro:

—¡Vamos a ver qué encontramos hoy!

Caminaron por el bosque, riéndose y contando historias, cuando de repente vieron algo que los sorprendió. Era un sendero que nunca antes habían visto, y el suelo estaba cubierto de flores brillantes de todos los colores.

—¡Mira, Karime! —dijo Antonio, señalando el sendero—. ¡Vamos por aquí, parece muy divertido!

Karime sonrió y asintió con la cabeza. Los dos amigos siguieron el camino de flores, y mientras caminaban, escucharon el sonido de un río. El agua hacía un ruido suave y agradable, como si estuviera cantando.

—¡Escucha! El agua está cantando —dijo Karime emocionada.

Los dos corrieron hacia el río y vieron algo increíble. Había peces saltando del agua, pero estos peces no eran como los que habían visto antes. Eran de colores brillantes, algunos azules, otros rojos, y algunos hasta brillaban como las estrellas.

—¡Wow! —dijo Antonio—. ¡Nunca había visto peces así!

Karime se agachó junto al río para ver más de cerca.

—Parece que están jugando —dijo sonriendo—. ¡Qué divertido!

Después de jugar un rato junto al río, Antonio y Karime siguieron caminando por el bosque. Cada paso que daban parecía llevarlos a un lugar nuevo y emocionante. Pasaron por un árbol muy, muy grande, que tenía una puerta pequeña en su tronco. Antonio, curioso, tocó la puerta, y para su sorpresa, ¡la puerta se abrió!

Dentro del árbol, había una pequeña habitación llena de luz y una mesa con dos sillas. En la mesa había galletas y dos tazas de leche.

—¡Qué suerte! —exclamó Karime—. Parece que alguien nos dejó un regalo.

Los dos amigos se sentaron en las sillas y disfrutaron de las galletas. Eran las galletas más deliciosas que habían comido en su vida. Después de comer, se levantaron y continuaron con su aventura.

De repente, escucharon un sonido suave, como un zumbido. Miraron a su alrededor y vieron que un grupo de abejas doradas volaba sobre ellos. Pero estas abejas no eran normales, ¡sus alas brillaban como pequeños rayos de sol!

—¡Qué bonitas abejas! —dijo Karime, mirando hacia el cielo.

—Vamos a seguirlas, tal vez nos lleven a otro lugar mágico —dijo Antonio emocionado.

Así que siguieron a las abejas doradas, que los guiaron hasta un claro en el bosque. Allí, en medio del claro, había un gran lago. Pero lo más sorprendente era lo que había en el lago. Un puente de flores cruzaba de un lado al otro, y sobre el puente, pequeños animales, como conejitos y ardillas, estaban caminando y jugando.

—¡Mira eso! —exclamó Antonio—. ¡Un puente de flores!

Karime no podía creer lo que veía. Era como si estuvieran en un sueño, pero todo era real.

—¡Vamos a cruzar el puente! —dijo Karime—. ¡Debe ser muy divertido!

Así que cruzaron el puente de flores, y mientras caminaban, las flores bajo sus pies se iluminaban con colores brillantes. Era como caminar sobre un arcoíris. Al llegar al otro lado del lago, vieron algo más increíble: ¡un enorme castillo hecho de hojas y ramas!

—¡Un castillo! —gritó Antonio—. ¡Vamos a explorarlo!

Entraron al castillo y descubrieron que estaba lleno de sorpresas. Había habitaciones con camas de hojas suaves, ventanas que dejaban entrar la luz del sol, y escaleras que subían y bajaban como si fueran toboganes.

Los dos amigos jugaron en el castillo durante horas. Subieron y bajaron las escaleras, se deslizaron por los toboganes y corrieron de una habitación a otra. Se rieron tanto que sus barriguitas dolían de tanto reír.

Cuando el sol comenzó a bajar y el cielo se puso naranja, supieron que era hora de regresar a casa. Pero antes de irse, se sentaron en la cima del castillo para ver la puesta de sol. Desde allí, podían ver todo el bosque, los árboles altos, el río, y hasta el puente de flores.

—Este ha sido el mejor día de todos —dijo Karime, sonriendo a su amigo.

—Sí —dijo Antonio—. Pero lo mejor es que lo compartimos juntos.

Los dos amigos se tomaron de la mano y bajaron del castillo. Mientras caminaban de regreso a casa, pensaban en todas las aventuras que habían vivido ese día y en lo afortunados que eran de tenerse el uno al otro.

Al llegar a casa, se despidieron con un abrazo, sabiendo que al día siguiente los esperaría una nueva aventura en el mágico bosque encantado.

FIN.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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