Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de árboles verdes y flores de muchos colores, una niña llamada Bailarina Miranda. Ella era muy especial porque amaba bailar más que a nada en el mundo. Miranda tenía grandes ojos brillantes y rubios rizos que se movían con cada movimiento que hacía cuando bailaba. Siempre llevaba un tutú rosa y unos zapatitos de ballet que parecían hechos para ella, porque ella era muy delicada y ágil.
Cada mañana, Bailarina Miranda se levantaba muy contenta, soñando con poner sus zapatitos y comenzar a bailar en el jardín, donde las mariposas venían a verla. Pero más allá de su amor por bailar, ella era muy buena y querida por todos en el pueblo, porque siempre ayudaba a su mamá Clau a recoger las flores, le cantaba canciones a los animales, y compartía sus juguetes con los amigos.
Un día, mientras Miranda practicaba sus pasos en el jardín, escuchó un suave susurro cerca de unos arbustos. Curiosa, se acercó y vio a un pequeño ser, que parecía una hada, con alas transparentes que brillaban como cristales y una sonrisa cálida en su rostro. Era una hada llamada Lila, que era amiga de todos los animales y plantas del bosque. Lila le dijo muy contenta: “¡Hola, Bailarina Miranda! Tengo una sorpresa para ti. Quiero mostrarte un lugar mágico donde podrás bailar rodeada de amigos especiales”.
Miranda, con los ojos llenos de ilusión, tomó la mano de Lila y juntas caminaron hacia un claro escondido en el bosque. En ese lugar, todo era hermoso y brillante. Había luces que parecían estrellas pequeñas, y en el centro había una gran roca que parecía un escenario. Miranda se sintió muy feliz y empezó a imaginar que ese era su escenario de ballet. Pero, para bailar allí, necesitaba ayuda.
Mientras disfrutaba ese momento mágico, apareció Mamá Clau, que había venido a buscar a Miranda para preparar la comida del almuerzo. Mamá Clau era muy cariñosa y siempre la cuidaba mucho, pero también le enseñaba a ser valiente y a seguir sus sueños. Cuando vio a Miranda en ese lugar lleno de magia, sonrió y le dijo: “Qué bello lugar, mi niña. Aquí podemos bailar todo el día si quieres, y también podemos invitar a nuestros amigos a unirse a la diversión”.
De repente, en ese momento mágico, escucharon unos ruidos y vieron a un pequeño conejito llamado Tobi, que saltaba muy contento hacia ellos. Tobi era un conejito muy tímido pero muy amigable, y siempre quería jugar con Miranda y Mamá Clau. El conejito les pidió: “¿Puedo bailar con ustedes? ¡Me encanta bailar!”. Miranda se agachó para acariciar a Tobi y le dijo: “¡Claro que sí, Tobi! Aquí todos podemos bailar y divertirnos juntos”.
Entonces, Mamá Clau sacó una pequeña manta y la extendió en el suelo, mientras Miranda y Tobi empezaron a bailar. Miranda movía sus brazos y piernas con gracia, imitando a los bailarines que había visto en los teatros. Tobi saltaba de un lado a otro, intentando seguir el ritmo, y Mamá Clau cantaba dulcemente una canción que todos conocían. La música parecía salir del corazón de todos ellos y hacía que aquel rincón mágico fuera aún más especial.
Mientras bailaban, una pequeña luciérnaga, llamada Luz, se unió a ellos. Luz tenía un brillo que iluminaba el lugar y le gustaba mucho cantar. Ella empezó a acelerar su vuelo, haciendo pequeñas luces que parecían estrellas en el cielo y cantando una canción alegre que hacía que todos se sintieran muy felices. En ese momento, el bosque parecía bailar también, acompañando a la pequeña banda de amigos tan especial.
Miranda, Tobi, Mamá Clau y Luz sintieron que ese día era muy importante, porque todos estaban unidos en una aventura llena de alegría, magia y amistad. La bailarina con su corazón de oro y alma de música, compartía su amor por el baile, pero también por la amistad y la ayuda a los demás. Todos aprendieron que, cuando somos amables y compartimos nuestros talentos con los otros, el mundo se vuelve un lugar más bonito y lleno de magia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.