En un tiempo no muy lejano, en un valle rodeado por montañas altas y cubiertas de verdes árboles, existía un pequeño pueblo llamado Aguas Claras. Este lugar era conocido por su río cristalino que atravesaba la tierra, dándole vida a los campos y a todos los que allí habitaban. El río era el corazón del pueblo, la fuente de alimento, bebida y alegría para sus habitantes. Sin embargo, como en muchas historias antiguas, no todo era perfecto.
La gente de Aguas Claras tenía una tradición muy antigua: siempre que llegaba el momento de escoger al jefe de la comunidad, el puesto recaía en un hombre. Los jefes eran vistos como los guardianes de las tierras y del río, y por siempre habían sido hombres, pues se decía que ellos eran quienes tenían la fuerza y la sabiduría para gobernar. Esta historia había sido aceptada sin cuestionamientos durante generaciones.
Don Gregorio era el jefe actual. Era un hombre justo y fuerte, respetado por todos, y amaba mucho a su familia. Tenía dos hijos y una hija llamada Neyra. Neyra, de 11 años, era una niña vivaz, curiosa y con un corazón lleno de preguntas sobre el mundo. A pesar de que siempre había sabido que solo los hombres podían ser jefes, Neyra sentía que podría ayudar mucho a su pueblo si le dieran la oportunidad.
Un día, Don Gregorio enfermó gravemente. Su salud empeoraba cada día, y el pueblo comenzó a preocuparse por el futuro. Sin embargo, el consejo de ancianos, formado únicamente por hombres, comenzó a hablar sin él. Dijeron que no podía esperarse que un jefe enfermo siguiera tomando decisiones, y además decidió que justo en ese momento, el río comenzó a secarse. Para ellos, era una señal de mala suerte, una crisis que necesitaba solución inmediata.
Maximo, uno de los hombres más influyentes y un líder militar respetado, sugirió tomar medidas rápidas para que el agua que quedaba se dividiera entre los soldados y los hombres importantes del pueblo, dejando poco para el resto, especialmente para las mujeres y los niños. La señora Gloria, esposa de un antiguo jefe y una mujer sabia pero que seguía las tradiciones, no estuvo del todo de acuerdo, pero la presión del consejo fue más fuerte.
Así es como comenzó una época difícil para las mujeres de Aguas Claras. Ellas pasaban horas y horas buscando agua en los pozos secos o en fuentes cada vez más lejos, mientras que los hombres, debido a la repartición injusta, tenían suficiente agua para ellos y sus ganados. Inés, la madre de Neyra, estaba preocupada por la salud de su esposo y por la injusticia que ella y otras mujeres vivían día tras día.
Neyra, observando todo desde su mundo de niña, no podía entender por qué las cosas debían ser así. Ella veía cómo su padre moría poco a poco sin poder ayudar, cómo su madre y todas las demás mujeres trabajaban sin descanso para traer agua al hogar, y cómo el río al que todos amaban se estaba muriendo. Un día, mientras ayudaba a su madre a buscar agua lejos del pueblo, encontró algo que cambiaría el destino de Aguas Claras para siempre.
En un rincón escondido de un bosque, Neyra descubrió un pequeño manantial de agua que brotaba de la tierra entre las rocas. Era un ojo de agua, una fuente fresca y clara que no parecía resecarse como el río que recorría el pueblo. Emocionada, corrió a contarle a su madre e intentó compartir su hallazgo con Maximo y el consejo, pero ellos solo se rieron y dijeron que un niño no podía resolver los problemas de adultos.
Sin embargo, Neyra no se rindió. Comenzó a imaginar formas de traer aquella agua del manantial hasta el pueblo, lo que requería construir un sistema que guiara el agua hasta las casas y los campos. Inspirada por las historias que su madre le contaba sobre tiempos antiguos, se propuso inventar un acueducto—tuberías y canales que llevaran el agua directamente desde ese ojo de agua hasta la aldea.
Para lograr esto, Neyra tuvo que convencer a algunas mujeres decididas a ayudarle, pues los hombres no estaban dispuestos a escucharla. La señora Gloria, viendo la determinación y la sabiduría de Neyra, decidió apoyarla en secreto, recordando tiempos donde las mujeres también jugaban un papel importante en las decisiones del pueblo. Juntas, enseñaron a otras mujeres cómo cavar zanjas, colocar tuberías hechas con madera y piedras y construir pequeñas represas para acumular agua.
Al principio fue un trabajo lento, pues tenían que hacerlo a escondidas, evitando el ojo vigilante de Maximo y los hombres del consejo. Sin embargo, la necesidad y la esperanza las impulsaban. Neyra lideraba el proyecto con entusiasmo, tomando notas, midiendo distancias y usando su inteligencia para resolver cada problema.
Mientras tanto, el río seguía seco y la desigualdad aumentaba. Los hombres, acostumbrados a ser jefes y tomar las decisiones, comenzaron a experimentar dificultades. Sus cultivos se marchitaban, sus animales se enfermaban y la vida en Aguas Claras pendía de un hilo. Maximo, que antes había minimizado los esfuerzos de Neyra, comenzó a preocuparse. La valentía y el ingenio de una niña estaba poniendo en riesgo la autoridad de los hombres.
Una tarde, cuando la construcción del acueducto estaba casi lista, Maximo y un grupo de hombres importantes fueron a ver lo que las mujeres estaban haciendo. Para sorpresa de todos, al ver la cantidad de agua que brotaba y cómo el sistema funcionaba, no pudieron negar su utilidad. Neyra, con confianza, les explicó cómo el agua que venía desde el ojo de agua podía salvar al pueblo y alimentar nuevamente los campos.
El consejo tuvo que tomar una decisión crucial. Después de largas discusiones, decidieron apoyar oficialmente el proyecto de Neyra. Así, hombres y mujeres comenzaron a trabajar juntos para terminar el acueducto y restaurar la vida en Aguas Claras. Don Gregorio, ya recuperado en parte, vio con orgullo cómo su hija se transformaba en la líder que el pueblo necesitaba.
Poco a poco, el agua comenzó a fluir otra vez por las calles y campos del pueblo. Las cosechas crecieron, los animales bebían, y las familias reencontraron la alegría perdida. Pero lo más importante no fue solo el agua, sino el cambio que la historia trajo: la comunidad comprendió que el valor y la sabiduría no pertenecían solo a los hombres, sino a todas las personas, sin importar su género.
Neyra se convirtió en un símbolo de esperanza y cambio, y el consejo decidió que ya no habría jefes por sucesión solo entre hombres, sino que podrían ser mujeres y hombres elegidos por su capacidad y amor al pueblo. La señora Gloria siguió apoyando estas ideas, y tuvo el honor de ser la primera mujer en formar parte del nuevo consejo.
La conclusión fue clara para todos: cuando el agua, símbolo de vida, se comparte con justicia y todos trabajan en igualdad, el pueblo florece. La historia de Neyra y el río seco enseñó que las tradiciones pueden cambiar para mejor, y que la valentía, la inteligencia y la colaboración son las fuerzas que realmente pueden salvar a una comunidad.
Así, en Aguas Claras, el agua ya no fue un privilegio limitado ni un motivo de división, sino el lazo que unió corazones y que mantuvo viva la esperanza para todas las generaciones por venir.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.