Había una vez una niña llamada Martina que tenía cuatro años y un montón de energía. Martina era muy alegre y le encantaba jugar en el patio del colegio, pero había algo que le costaba mucho: estar tranquila y seguir las instrucciones de su profesora, especialmente cuando tenía que lavarse las manos.
Un día, después de jugar mucho en el patio, Martina entró a clase con las manos muy sucias. Había tierra, pintura y hasta un poco de pegamento en sus pequeñas manos. La profesora, al ver las manos de Martina, le dijo con una sonrisa:
— Martina, antes de sentarte, ¿podrías ir a lavarte las manos?
Martina frunció el ceño. No quería perderse ni un minuto de clase y mucho menos ir sola al lavabo. Pero la profesora, que conocía bien a Martina, tenía un plan especial para ayudarla.
— Ven, te mostraré cómo hacerlo paso a paso — dijo la profesora, tomando de la mano a Martina y llevándola al lavabo del aula.
Martina observaba mientras la profesora encendía el agua y ajustaba la temperatura para que no estuviera ni muy caliente ni muy fría. Luego, la profesora tomó un poco de jabón y comenzó a frotarse las manos lentamente.
— Primero, mojamos las manos — explicó la profesora, ayudando a Martina a imitar sus movimientos.— Ahora, ponemos jabón y frotamos bien. Mira cómo lo hago, entre los dedos, en el dorso y bajo las uñas.
Martina, imitando a su profesora, comenzó a frotar sus manos, haciendo burbujas con el jabón. Se concentró mucho en cada movimiento, siguiendo cada instrucción con cuidado.
— ¡Muy bien, Martina! Ahora, enjuaga tus manos hasta que no quede jabón — continuó la profesora.
Martina dejó correr el agua mientras se enjuagaba, mirando cómo las burbujas desaparecían por el desagüe. Cuando terminó, la profesora le dio una toalla limpia para secarse.
— ¿Ves? Ahora tus manos están limpias y puedes volver a clase sin preocuparte por los gérmenes.
Martina sonrió, orgullosa de haberlo logrado. Regresó a su clase con las manos limpias y se sentó a continuar con sus actividades. Sus compañeros, al ver que Martina había aprendido a lavarse las manos sola, la felicitaron, y ella se sintió muy feliz.
Ese día, al salir del colegio, Martina corrió hacia su mamá, quien la estaba esperando en el parque. Le contó emocionada cómo había aprendido a lavarse las manos sola en la escuela.
— ¡Qué bien, Martina! Estoy muy orgullosa de ti — dijo su mamá, dándole un abrazo.— Ahora, ¿qué te parece si jugamos un rato en el parque antes de ir a casa?
Martina asintió con entusiasmo, y después de jugar y correr, al volver a casa, lo primero que hizo antes de merendar fue lavarse las manos, esta vez sin que nadie se lo recordara.
Así, Martina aprendió algo muy importante: seguir las instrucciones y estar tranquila le ayudaba a hacer las cosas bien, y lavarse las manos se convirtió en un hábito que la hacía sentir segura y responsable. Desde entonces, Martina siempre recordaba lavarse las manos antes de comer y después de jugar, y con cada día que pasaba, se sentía más y más orgullosa de poder hacerlo sola.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero Martina sigue lavándose las manos cada día, llenando de orgullo a su familia y a su profesora.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.