Había una vez una niña llamada Martina, que vivía en un colorido pueblo junto a su escuela, sus amigos y su familia. Martina tenía cuatro años y era conocida por su cabello rubio rizado y su sonrisa contagiosa. Sin embargo, había algo que a Martina le costaba mucho hacer: seguir instrucciones.
Cada día en la escuela, la profe Laura explicaba actividades y juegos, pero Martina, con su energía desbordante, solía olvidar las reglas y hacer las cosas a su manera. Esto a veces causaba pequeños desórdenes en clase, pero también llenaba el día de sorpresas inesperadas.
Un día soleado de primavera, después del recreo, Martina regresó al aula con las manos cubiertas de tierra. Había estado jugando en el jardín, construyendo castillos y explorando la tierra húmeda bajo el sol brillante. Pero al volver, necesitaba limpiar sus manitas antes de continuar con las clases.
—Martina, debes lavarte las manos antes de sentarte —le recordó la profe Laura.
Martina asintió, pero al llegar al baño, se dio cuenta de que no sabía bien cómo hacerlo. Miró sus manos, luego el grifo, y finalmente los jabones de colores que decoraban la repisa. Estaba un poco confundida; nunca había prestado atención cuando su mamá le explicaba cómo lavarse correctamente.
En ese momento, la profe Laura, que era muy observadora, se dio cuenta de que Martina necesitaba ayuda. Así que, con una sonrisa, le mostró un cartel colorido pegado en la pared del baño. El cartel tenía dibujos y pasos sobre cómo lavarse las manos correctamente.
— Vamos a seguir estos pasos juntas, ¿de acuerdo? —propuso la profe.
Martina asintió, y juntas comenzaron el proceso:
- Mojarse las manos con agua tibia.
- Aplicar jabón suficiente para cubrir ambas manos.
- Frotar las manos entre sí, haciendo espuma, no olvidando las muñecas, entre los dedos y debajo de las uñas.
- Enjuagar bien con agua, quitando toda la espuma.
- Secar las manos con una toalla limpia.
Martina seguía cada paso cuidadosamente, fascinada por cómo la espuma del jabón limpiaba la suciedad de sus manos. Cuando terminó, no solo estaban sus manos limpias, sino que también había aprendido algo nuevo.
Al regresar al aula, todos sus compañeros la felicitaron por haber seguido las instrucciones. Se sintieron tan orgullosos de ella que hasta la abrazaron con emoción. Martina se sintió muy feliz y realizada. Aprendió que seguir instrucciones podía ser divertido y útil.
Al finalizar el día, Martina corrió hacia su mamá y le contó emocionada sobre su logro. Decidieron celebrarlo yendo al parque juntas. Mientras jugaban, Martina se ensució las manos de nuevo. Pero esta vez, no necesitó ayuda. Entró al baño de su casa y, recordando los pasos del cartel, se lavó las manos ella sola.
Esa noche, en casa, todos celebraron la nueva habilidad de Martina con una merienda especial de fresas con azúcar y zumo de manzana. Martina, mientras saboreaba su merienda, se sentía orgullosa y muy grande. Había aprendido no solo a mantenerse limpia, sino también a seguir pasos y ser un poco más independiente.
Desde aquel día, Martina fue un poco más atenta a las instrucciones y descubrió que aprender cosas nuevas podría ser una aventura emocionante cada día. Y así, entre juegos y risas, Martina continuó creciendo y aprendiendo, llevando siempre consigo la lección del lavado de manos.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.