Era una mañana brillante en el pequeño pueblo de Santa Luz. El sol salía con una intensidad dorada que parecían hacer brillar incluso los más simples de los rincones. En el corazón de este lugar vivían dos amigos inseparables: Nicolás y Anna. Ambos tenían once años y compartían una pasión similar: el amor por los cuentos. Ellos creían que cada libro era una puerta a un nuevo mundo lleno de aventuras, y en su pequeña biblioteca de la esquina, pasaban horas sumergidos en sus historias.
Nicolás, con su cabello rizado y su sonrisa contagiosa, tenía una imaginación desbordante. Siempre soñaba con ser un gran explorador, un héroe de las historias que leía. Anna, por otro lado, era más tranquila, pero su mente estaba repleta de ideas brillantes. A menudo soñaba con ser escritora y crear relatos que inspiraran a otros. Ambos compartían un deseo ardiente: que sus compañeros de escuela también descubriesen la maravilla de la lectura.
Un día, mientras paseaban por el parque del pueblo, se encontraron con un hombre extraño, anciano y sabio. Este hombre, conocido como Don Emiliano, era un conocido contadores de historias. Cada tarde, al caer el sol, solía contar cuentos a los niños del pueblo, llenando el aire con risas y asombros. Nicolás y Anna decidieron acercarse a él. Después de intercambiar saludos, comenzaron a preguntarle sobre el arte de contar cuentos.
—¿Cómo lo haces, Don Emiliano? —le preguntó Anna con curiosidad—. Tus historias siempre nos hacen soñar.
Don Emiliano sonrió, sus ojos chispeantes como estrellas. —La clave está en la imaginación y en creer en el poder de contar historias. Pero lo más importante, jóvenes, es compartirlas.
Nicolás y Anna intercambiaron una mirada llena de comprensión. Fue entonces que se dieron cuenta de que su sueño de que sus compañeros de clase descubrieran la magia de los cuentos podría hacerse realidad. Decidieron que no podían solo dejarlo en ideas; tenían que actuar.
Así que, al día siguiente, Nicolás y Anna fueron a la escuela, donde se encontraron con sus compañeros en el patio. Con un poco de nerviosismo, Nicolás se puso al frente y comenzó a hablar.
—¡Hola chicos! —exclamó—. Anna y yo hemos pensado en algo increíble. Creemos que todos ustedes deberían conocer la magia de los cuentos.
Anna continuó emocionada: —Queremos organizar una tarde de lectura y contar historias. Sería sería un refugio donde todos puedan compartir cuentos, ¡y quizás escribir los suyos!
La respuesta de sus amigos fue mixta. Algunos estaban emocionados, otros dudosos, y un grupo pequeño parecía desinteresado. Entre ellos, se encontraba Laura, la líder no oficial del grupo, que siempre se había considerado demasiado «adelantada» para las historias de hadas y héroes.
—No sé por qué perder el tiempo con cuentos de niños —se burló Laura—. Hay cosas más importantes que hacer.
Nicolás sintió un nudo en el estómago. Pero Anna, siempre valiente, respondió: —Los cuentos no son sólo para niños. Tienen mucho que enseñarnos a todos. ¿Qué tal si lo intentamos y vemos qué pasa?
Así fue como la propuesta de Nicolás y Anna comenzó a cobrar vida. Poco a poco, lograron convencer a sus amigos para que al menos asistieran a la primera sesión de cuentacuentos. Se estableció un día y un lugar en el parque, bajo un viejo roble que era conocido por ser el refugio perfecto para aventuras.
Cuando llegó el día, el parque se llenó de risas y murmullos emocionantes. Nicolás, Anna y Don Emiliano estaban ansiosos, listos para contagiar la chispa de la imaginación. A medida que el cielo se oscurecía, encendieron algunas luces que colgaban de las ramas, creando un ambiente mágico.
Anna fue la primera en leer un cuento que ella misma había escrito. La historia trataba sobre una niña que viajaba a través de un portal mágico en un libro antiguo. A medida que relataba, los ojos de sus compañeros brillaban con sorpresa y deleite. Nicolás, después de su amiga, tomó el turno con un cuento de aventuras lleno de acción y héroes valientes.
Los niños empezaron a involucrarse. Un niño llamado Marco se atrevió a contar una historia sobre monstruos amistosos que vivían en el mar; una chica llamada Sofía habló de un dragón que custodiaba un hermoso castillo de cristal. Poco a poco, la tarde se transformó en una celebración de la creatividad y la amistad.
Sin embargo, Laura, que al principio se había mantenido a la distancia, comenzó a sentirse intrigada. Observó con atención y, al final de la sesión, incluso se acercó a Anna y Nicolás.
—Quizás… —dijo tímidamente—, tal vez me gustaría contar una historia.
Nicolás y Anna sonrieron encantados. No había mayor victoria que hacer que alguien se sintiera parte de la magia que ellos tanto amaban. Esa tarde, Laura compartió un cuento sobre superhéroes que luchaban contra la soledad. A medida que relataba su historia, los otros niños escuchaban con asombro.
La jornada terminó con un aplauso ruidoso y eterno. En ese momento, algo maravilloso ocurrió. Santa Luz, que alguna vez había sido un lugar donde los cuentos eran solo susurros entre algunos, se había convertido en un lugar donde cada niño se sentía libre de soñar y compartir. El ciclo de cuentos continuó en las semanas siguientes, cada vez con más niños participando y dejando volar su imaginación.
Nicolás y Anna se dieron cuenta de algo: a veces, los cuentos son más poderosos cuando se comparten. Y que una simple idea puede transformar la manera en que vemos el mundo. Al final, entendieron que no solo estaban compartiendo historias, sino que estaban construyendo conexiones, valor y amistad.
Así, en Santa Luz, se convirtió en tradición no solo leer y contar cuentos, sino también valorarlos como una parte esencial de crecer y aprender. La sensación que existía en cada sesión de relatos se extendió más allá del parque, llenando el aire con un nuevo amanecer de esperanza, alegría y unión entre sus habitantes.
Nicolás y Anna sonrieron mientras miraban a sus amigos reír y contar historias. Habían logrado lo que se propusieron: insuflar en su comunidad la luz de la creatividad y el amor por los cuentos, demostrando que nunca es demasiado tarde para un nuevo amanecer lleno de magia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.