Había una vez, en una época lejana, dos niñas muy curiosas llamadas Alisson y Coroline. Vivían en un pueblo pequeño, pero en el corazón del pueblo había un lugar muy especial: el Palacio Vergara. Este palacio era tan grande y bonito que las torres casi tocaban las nubes, y los jardines estaban llenos de flores de todos los colores. Todos los días, Alisson y Coroline pasaban por delante del palacio, imaginando qué misterios se esconderían detrás de esas grandes puertas de madera.
Una mañana soleada, las dos niñas decidieron que era hora de descubrir qué había dentro del palacio. Con ojos brillantes y corazones llenos de emoción, se tomaron de la mano y caminaron hacia la entrada. Alisson, que llevaba un vestido largo y azul, empujó suavemente la puerta, y esta se abrió con un crujido. Coroline, vestida con ropa más cómoda y lista para correr, la siguió, observando con curiosidad todo a su alrededor.
El interior del palacio era aún más impresionante que lo que imaginaban. Grandes columnas doradas sostenían el techo, y enormes ventanales dejaban entrar la luz del sol, que hacía brillar todo a su paso. El suelo de mármol reflejaba las figuras de las niñas mientras caminaban, y a lo lejos, un gran reloj de péndulo marcaba el tiempo lentamente.
—¡Guau! —dijo Alisson, maravillada—. Este lugar es enorme. ¡Parece sacado de un cuento de hadas!
—¿Crees que habrá magia aquí dentro? —preguntó Coroline con una sonrisa traviesa—. ¡Apuesto a que sí!
Las dos niñas continuaron explorando. Subieron una escalera que parecía no tener fin, y al llegar a la parte superior, encontraron un gran salón con cuadros antiguos en las paredes. En cada cuadro, había retratos de personas vestidas con ropas de la época colonial, pero algo en esos retratos parecía un poco… extraño. Parecía que los ojos de los cuadros las seguían mientras caminaban por el salón.
—Alisson… creo que estos cuadros nos están mirando —susurró Coroline, apretando la mano de su amiga.
—No te preocupes, Coroline. Tal vez solo es nuestra imaginación —dijo Alisson, aunque también sentía un cosquilleo de nervios.
De repente, un suave brillo apareció en una de las esquinas del salón. Las niñas se acercaron con cautela y descubrieron una puerta pequeña y redonda que brillaba con un resplandor dorado. No era una puerta normal; estaba cubierta de intrincados grabados y símbolos que parecían moverse bajo la luz.
—¿Qué crees que hay detrás de esa puerta? —preguntó Coroline, con los ojos muy abiertos.
—Solo hay una forma de averiguarlo —respondió Alisson, decidida.
Las dos niñas empujaron la puerta, y esta se abrió con un suave zumbido. Al otro lado, encontraron un jardín mágico, lleno de árboles con hojas doradas y flores que cambiaban de color con cada paso que daban. En el centro del jardín había una fuente de agua cristalina que brillaba con destellos de arco iris. El aire olía a dulce y a fresas, y una brisa suave acariciaba sus rostros.
—¡Es un jardín mágico! —exclamó Coroline, saltando de alegría.
Las niñas corrieron por el jardín, maravilladas por todo lo que veían. Pero lo más sorprendente estaba por llegar. Cerca de la fuente, vieron algo que las dejó sin palabras: un pequeño dragón, de color verde esmeralda y alas transparentes, descansaba junto al agua. Era tan pequeño como un gatito, y al ver a las niñas, se levantó y las miró con curiosidad.
—¿Un dragón? —dijo Alisson, sin poder creer lo que veían sus ojos.
—Es tan lindo —susurró Coroline, acercándose lentamente—. ¿Podemos tocarlo?
El pequeño dragón se acercó a ellas, moviendo sus alas suavemente. No parecía tener miedo, al contrario, se veía amigable y juguetón. Coroline le extendió la mano y, para su sorpresa, el dragón dejó que lo acariciara. Su piel era suave y cálida.
—Creo que le gustamos —dijo Alisson con una sonrisa—. ¡Tenemos un nuevo amigo!
Pasaron horas jugando con el dragón en el jardín mágico. Descubrieron que podía volar y lanzar pequeñas chispas de colores cuando se emocionaba. El dragón parecía feliz de haber encontrado nuevas amigas, y las niñas sabían que este sería un día que nunca olvidarían.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, Alisson y Coroline sabían que era hora de volver. Se despidieron del pequeño dragón y prometieron regresar al día siguiente. Con el corazón lleno de alegría y una nueva aventura por contar, volvieron por el mismo camino por el que habían llegado, dejando atrás el jardín mágico.
—¿Crees que alguien nos va a creer cuando contemos lo que vimos? —preguntó Coroline mientras salían del palacio.
—No lo sé —respondió Alisson, riendo—. Pero eso no importa. ¡Fue nuestra aventura y fue mágica!
Las dos niñas salieron del Palacio Vergara con una sonrisa que no se borraría de sus rostros por mucho tiempo. Sabían que, aunque el mundo exterior parecía normal, dentro de ese palacio escondido había un lugar lleno de magia y maravillas que solo ellas conocían. Y lo mejor de todo es que sabían que podían regresar siempre que quisieran, porque ahora tenían un secreto muy especial.
Conclusión:
Así, Alisson y Coroline vivieron una aventura mágica en el Palacio Vergara, descubriendo que los secretos más fantásticos a veces se esconden en los lugares más inesperados. Y aunque los demás tal vez nunca supieran la verdad sobre el jardín mágico y el pequeño dragón, ellas siempre recordarían ese día como el más especial de todos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.