Cuentos de Terror

Eddy y el Monstruo: La Caída de la Ciudad

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En una ciudad gris y sombría, donde el miedo y el caos se habían apoderado de las calles, vivían los más brillantes científicos del país. Su misión: crear algo capaz de poner fin al crimen y devolver la paz a la ciudad. Durante años, los criminales habían convertido las calles en su territorio, y la policía ya no podía controlar la situación. Los científicos, desesperados por una solución, tomaron una decisión arriesgada: crear un ser que pudiera combatir el mal, un arma viviente diseñada para erradicar la violencia y el caos.

Después de meses de trabajo en secreto, en los laboratorios más oscuros y aislados de la ciudad, nació «El Monstruo». Era una criatura colosal, con músculos de acero y una piel tan dura como el concreto. Sus ojos, rojos como la sangre, brillaban en la oscuridad, y sus garras podían destrozar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Los científicos estaban convencidos de que habían creado la herramienta perfecta para traer la paz.

Pero en su afán por crear algo invencible, los científicos cometieron un grave error: no controlaron el poder del monstruo ni le dieron un propósito más allá de la destrucción. Una noche, cuando los últimos toques estaban siendo implementados, algo salió terriblemente mal. El monstruo, que hasta entonces había permanecido bajo control, de repente cobró conciencia de sí mismo y de su poder.

Con un rugido que sacudió los cimientos del laboratorio, El Monstruo rompió sus cadenas y se lanzó contra sus creadores. Los científicos, aterrorizados, intentaron detenerlo, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Uno por uno, fueron eliminados de formas perturbadoras y crueles. Nadie tuvo tiempo de escapar. El laboratorio, que había sido un símbolo de esperanza, se convirtió en una tumba silenciosa.

Entre las víctimas estaba el hijo del principal científico, un niño de diez años llamado Lucas. Lucas había crecido admirando el trabajo de su padre y soñaba con un futuro lleno de descubrimientos científicos. Pero esa noche, su vida terminó en un cruel acto de venganza. El Monstruo no mostró piedad; torturó al pequeño Lucas hasta que su último aliento se apagó, dejando a su padre en un estado de desesperación y culpa que solo duró unos minutos, antes de que el monstruo también lo destruyera.

La noticia de la tragedia no tardó en llegar a los medios. El miedo se apoderó de la ciudad cuando se supo que El Monstruo, que debía ser su salvador, había escapado y comenzaba a sembrar el terror en las calles. Los edificios fueron destruidos, los parques se convirtieron en escombros y nadie, absolutamente nadie, estaba a salvo. La criatura avanzaba imparable, arrasando con todo lo que encontraba a su paso. Las autoridades no sabían qué hacer. ¿Cómo podían enfrentarse a una creación tan poderosa?

En medio de la desesperación, surgió una pequeña chispa de esperanza. Un niño llamado Eddy, que siempre había soñado con ser un superhéroe, observaba desde su casa cómo la ciudad se desmoronaba a su alrededor. Eddy no era fuerte ni tenía poderes especiales, pero su corazón estaba lleno de valentía. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados mientras su hogar se destruía. Se puso su disfraz de superhéroe, el que solía usar en sus juegos, y salió decidido a enfrentar al monstruo.

—No importa lo grande que sea —pensó Eddy—. ¡Alguien tiene que detenerlo!

Con un valor que pocos niños tendrían, Eddy corrió hacia el centro de la ciudad, donde El Monstruo estaba arrasando un grupo de edificios. A su alrededor, las personas huían, gritando, mientras las llamas consumían todo. Pero Eddy no se dejó intimidar. Con los puños apretados y una determinación inquebrantable, se plantó frente a la bestia.

—¡Oye, tú! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Detente ahora!

El Monstruo, sorprendido por el atrevimiento de un simple niño, giró lentamente su enorme cabeza. Sus ojos rojos brillaban con furia, y su respiración pesada resonaba como un trueno. Para él, Eddy no era más que otro insecto insignificante que aplastaría sin dudarlo.

Pero Eddy no se movió. Sabía que era su deber proteger a su ciudad, aunque no tuviera poderes ni fuerza sobrenatural. Su valor era todo lo que tenía.

El Monstruo avanzó hacia él, sus garras listas para destrozarlo. A medida que se acercaba, la tierra temblaba bajo sus pies, y el calor de las llamas hacía que el aire fuera casi insoportable. Pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, algo inesperado ocurrió.

Dentro del monstruo, algo comenzó a cambiar. Quizá fue la valentía del niño o tal vez un fallo en la programación original de los científicos, pero en ese momento, la bestia titubeó. Sus garras se detuvieron a centímetros de Eddy, y sus ojos rojos parpadearon. Por un breve instante, el monstruo recordó que su propósito original era proteger, no destruir.

Eddy aprovechó ese momento de duda. Con voz firme, le habló al monstruo.

—Tú no eres malvado. Te crearon para ayudar, no para hacer daño. Tienes el poder de salvar la ciudad, no de destruirla.

El Monstruo, confundido, retrocedió unos pasos. En su mente, las órdenes contradictorias luchaban entre sí: por un lado, el impulso de destruir todo a su paso, y por el otro, el recuerdo de lo que debía ser. El monstruo se llevó las manos a la cabeza, como si intentara detener la tormenta de pensamientos que lo asediaba.

Eddy, al ver que su mensaje había llegado a la criatura, continuó hablando.

—Puedes cambiar. Aún puedes hacer lo correcto. No es demasiado tarde.

La criatura dejó escapar un rugido, pero esta vez no era un sonido de furia, sino de dolor. El monstruo, que había sido creado con un propósito claro pero corrompido por la falta de control, comenzó a desmoronarse internamente. Era como si el conflicto en su interior lo estuviera destruyendo desde dentro.

Con un último esfuerzo, El Monstruo se lanzó hacia el cielo, alejándose de la ciudad y dejando atrás la destrucción que había causado. Sus garras perforaron el aire, y su enorme cuerpo desapareció en el horizonte, llevándose consigo todo el mal que había desencadenado.

Eddy, exhausto pero aliviado, cayó de rodillas. Había hecho lo impensable: había enfrentado al monstruo y había logrado salvar a la ciudad. La gente, que había estado escondida en el miedo, salió poco a poco de sus refugios y lo miraron con asombro. Un simple niño, sin poderes ni armas, había logrado lo que nadie más pudo.

Conclusión:

La ciudad, aunque gravemente herida, comenzó a reconstruirse poco a poco. El monstruo, por su parte, nunca más fue visto. Algunos dicen que se esconde en lo más profundo de la tierra, luchando con sus propios demonios. Pero lo que todos sabían era que gracias a la valentía de un niño llamado Eddy, la ciudad había sido salvada de su peor pesadilla.

Eddy no se veía a sí mismo como un superhéroe, pero todos los demás sí. Porque a veces, el verdadero poder no está en la fuerza o en los poderes sobrenaturales, sino en la valentía de hacer lo correcto, incluso cuando el miedo nos dice que no podemos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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