Había una vez, en una casita cerca de un bosque mágico, dos pequeñas hermanas llamadas Beca y Lylli. Beca, la mayor, tenía el cabello rizado y siempre usaba un vestido rojo que le encantaba. Lylli, la más pequeña, llevaba un vestido amarillo brillante, y siempre corría de un lado a otro con sus ojitos curiosos mirando todo. Vivían con su mamá, que las cuidaba con mucho amor.
Una mañana soleada, Beca y Lylli estaban jugando en el jardín cuando de repente vieron algo extraño en el bosque cercano. Entre los árboles, algo brillaba como si fuera una estrella en el suelo.
—¡Mira eso, Lylli! —dijo Beca emocionada, señalando el destello de luz.
—¡Vamos a verlo! —respondió Lylli, dando pequeños saltos.
Las dos niñas corrieron hacia el borde del bosque, pero antes de que pudieran entrar, su mamá, que estaba regando las flores, les llamó:
—¡Niñas, no se alejen mucho! El bosque puede ser un lugar muy especial, pero también hay que tener cuidado.
Beca y Lylli asintieron, prometiendo no ir demasiado lejos. Sin embargo, la curiosidad era más fuerte que cualquier promesa. Despacio, se adentraron entre los árboles, donde la luz mágica las llamaba.
A medida que caminaban, el bosque se volvía cada vez más especial. Los árboles eran altísimos, con hojas que brillaban en diferentes colores. Algunas flores se abrían y cerraban como si estuvieran saludando a las niñas, y los animalitos del bosque, que nunca antes habían visto, se acercaban a ellas sin miedo.
—¡Beca, mira! —dijo Lylli, señalando una mariposa gigante que tenía alas de arcoíris.
—Es el lugar más bonito que he visto —respondió Beca maravillada.
Continuaron caminando hasta llegar al centro del bosque, donde encontraron un claro lleno de flores luminosas. Allí, justo en medio del claro, había una pequeña piedra que brillaba como si tuviera la luz del sol atrapada dentro.
—¡Debe ser esto lo que vimos desde el jardín! —dijo Lylli, acercándose a la piedra.
Cuando Lylli tocó la piedra, algo increíble sucedió. El suelo bajo sus pies comenzó a temblar suavemente, y de repente, de la tierra emergió un árbol que creció rápidamente hasta alcanzar el cielo. Pero este no era un árbol normal. Sus hojas eran doradas, y en sus ramas colgaban pequeños objetos brillantes como campanitas que tintineaban con el viento.
—¡Es un árbol mágico! —dijo Beca, con los ojos muy abiertos.
En ese momento, una suave voz habló desde el aire.
—Bienvenidas, Beca y Lylli. Este es el Árbol del Bosque Mágico. Solo aquellos con corazones puros y llenos de amor pueden verlo.
Las niñas se miraron, sorprendidas pero emocionadas. Sabían que algo especial estaba por suceder.
—¿Quién habla? —preguntó Lylli, mirando a su alrededor.
De entre las ramas doradas del árbol, apareció una pequeña hada. Era diminuta, con alas transparentes que brillaban bajo la luz del sol y un vestido hecho de pétalos de flores.
—Soy la Hada del Bosque —dijo, sonriendo—. Y ustedes dos han sido muy valientes al llegar hasta aquí. Este bosque está lleno de magia, pero también de misterios que pocas personas pueden ver.
Beca y Lylli estaban asombradas. ¡Un hada! No podían creerlo.
—¿Podemos quedarnos aquí para siempre? —preguntó Lylli, que ya estaba imaginando todas las aventuras que podrían vivir en ese lugar tan mágico.
—El bosque siempre estará aquí para ustedes —respondió el hada—, pero deben recordar que su mamá las espera en casa. No pueden quedarse demasiado tiempo.
Las niñas se miraron entre sí, un poco tristes porque no querían irse, pero sabían que su mamá se preocuparía si no volvían.
—Antes de que se vayan —continuó el hada—, les daré un regalo. Cada una puede pedir un deseo, pero recuerden, deben ser deseos que hagan feliz a alguien más.
Beca y Lylli pensaron por un momento. Luego, Beca fue la primera en hablar.
—Deseo que mi mamá nunca se sienta sola, porque la queremos mucho —dijo con una sonrisa.
El hada asintió, y una pequeña luz brillante salió de su varita, volando hacia la casa de las niñas.
—Tu deseo se ha cumplido —dijo el hada, mirando a Beca con una expresión dulce.
Luego, Lylli, que siempre pensaba en los demás, dijo:
—Yo deseo que el bosque siga siendo tan bonito y mágico para que todos los animalitos aquí vivan felices.
El hada sonrió aún más, y una segunda luz salió de su varita, iluminando todo el bosque con un resplandor dorado.
—¡Ambos deseos son maravillosos! —dijo el hada—. Ahora es tiempo de regresar a casa.
Aunque las niñas no querían irse, sabían que el bosque mágico siempre estaría ahí, esperándolas para cuando quisieran regresar.
—¡Gracias, hada! —gritaron al unísono, mientras el hada se desvanecía en el aire.
Tomadas de la mano, Beca y Lylli comenzaron a caminar de vuelta a casa. Aunque no sabían cómo, el camino de regreso fue mucho más corto, y pronto estaban de nuevo en su jardín, donde su mamá las esperaba con una gran sonrisa.
—¿Qué tal la aventura, mis pequeñas exploradoras? —preguntó su mamá con cariño.
Beca y Lylli se miraron y sonrieron.
—Fue… mágica —dijo Beca, sonriendo de oreja a oreja.
—Sí, muy mágica —repitió Lylli.
Y aunque no le contaron todo a su mamá, sabían que la magia del bosque estaría siempre con ellas, y que el Árbol Dorado y el hada las esperaban, junto con todas las maravillas que aquel lugar especial guardaba.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.