En lo profundo de un bosque encantado, donde los árboles susurraban secretos y las flores brillaban con luz propia, vivía un poderoso dragón llamado Dracoris. Sus escamas brillaban con un resplandor etéreo, reflejando tonos de esmeralda y zafiro, y sus ojos, de un intenso tono dorado, estaban llenos de la sabiduría de los siglos. Dracoris era conocido y respetado por todas las criaturas del bosque, pero su vida solitaria estaba a punto de cambiar para siempre.
Una mañana, mientras volaba sobre el bosque, Dracoris escuchó un llanto débil que provenía de un claro cercano. Al descender para investigar, encontró una pequeña bebé humana abandonada en una canasta. Sus ojos curiosos y brillantes lo miraban con asombro y, en ese momento, Dracoris sintió un impulso protector que nunca antes había experimentado. Decidió criar a la niña como si fuera su propia hija, para protegerla y darle un hogar. La llamó Aria, que en la vieja lengua de los dragones significaba «regalo».
Dracoris se convirtió en un padre dragón, y así fue como Aria se convirtió en la hija del dragón. Con el paso de los años, Aria creció bajo la mirada vigilante de Dracoris. Aprendió a caminar, a hablar y a entender el lenguaje de los dragones. El poderoso dragón era gentil y amable, y le contaba historias de tiempos antiguos, de grandes batallas y de misterios aún sin resolver. Aria amaba a su padre dragón y a su hogar en el bosque encantado.
A medida que Aria crecía, también lo hacía su curiosidad. Siempre había querido saber más sobre el mundo fuera del bosque, y un día, Dracoris decidió que era el momento adecuado para llevar a Aria en su primera aventura.
Volaron juntos sobre las copas de los árboles, sintiendo el viento en sus rostros y la emoción de lo desconocido. Dracoris la llevó a una antigua cueva donde se guardaban los secretos de los dragones. Allí, Aria descubrió que ella no era solo una niña humana común. Dracoris le reveló que sus padres humanos habían sido grandes amigos de los dragones y que habían sacrificado sus vidas para proteger a su gente de una oscura amenaza. Aria era un legado de esa amistad y sacrificio.
Con esta nueva comprensión, Aria sintió una conexión aún más profunda con su padre dragón y con su propio pasado. Pero la aventura no terminó ahí. Dracoris decidió llevarla a una aldea humana cercana para que pudiera aprender más sobre su propia especie. Aunque estaba nerviosa al principio, Aria pronto se dio cuenta de que los humanos también tenían su propia magia y sabiduría.
En la aldea, Aria conoció a ancianos que recordaban historias de los dragones y la gran amistad entre las dos especies. Aprendió sobre las costumbres humanas, su arte y su música. Los aldeanos, aunque inicialmente asustados por la presencia de Dracoris, pronto se dieron cuenta de la nobleza y bondad del dragón. Aria se sintió dividida entre dos mundos, pero también comprendió que podía ser un puente entre ellos.
A medida que el sol se ponía, Dracoris y Aria regresaron al bosque encantado. La aventura había sido reveladora para ambos. Dracoris había visto crecer a su hija en sabiduría y valor, mientras que Aria había descubierto más sobre sí misma y su pasado.
Con el tiempo, Aria se convirtió en una joven valiente y sabia, respetada tanto por los dragones como por los humanos. Su hogar seguía siendo el bosque encantado, bajo la protección amorosa de Dracoris, pero sus aventuras la llevaban a menudo a la aldea humana, donde compartía las historias y enseñanzas de los dragones.
La relación entre dragones y humanos mejoró gracias a Aria, quien siempre buscaba la armonía entre ambos mundos. Dracoris, orgulloso de su hija, sabía que su decisión de criarla había sido el destino actuando a través de él. Juntos, padre e hija, continuaron explorando, aprendiendo y enseñando, fortaleciendo el vínculo entre sus dos especies y demostrando que el amor y la comprensión podían superar cualquier barrera.
La vida de Aria, aunque comenzó con una tragedia, se transformó en una historia de amor, descubrimiento y unión. Dracoris, el majestuoso dragón, y Aria, la niña humana, demostraron que, a pesar de las diferencias, la verdadera familia se encuentra en aquellos que nos aman y nos cuidan. Y así, en el corazón del bosque encantado, su historia perduró como un símbolo de esperanza y amistad eterna.
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Autor del Cuento


Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.



La hija del dragón