En un rincón mágico del mundo, donde las flores susurran y los árboles guardan antiguos secretos, vivían Carlina y su joven sobrina, Galilea. Carlina, una abogada estudiosa y dedicada durante el día, ocultaba un secreto que sólo las estrellas conocían: era una bruja buena con poderes que le permitían hacer maravillas.
Galilea, con apenas cinco años, admiraba a su tía no solo por su bondad y belleza, sino también por cómo Carlina leía cuentos que hacían volar su imaginación. Lo que Galilea aún no sabía era que, al cumplir cinco años, despertaría a su propio destino mágico, heredado de generaciones pasadas.
Un día, mientras jugaban en el jardín trasero de su casa, Carlina decidió que era el momento de revelar su secreto a Galilea. «Querida Galilea,» comenzó Carlina con una voz suave, «este es un día muy especial. Hoy, descubrirás algo maravilloso sobre ti misma.»
Galilea, con ojos grandes y curiosos, escuchaba atentamente. Carlina le extendió una pequeña varita decorada con una estrella en la punta. «Esta varita fue mía cuando era niña, como tú. Ahora, es tuya.»
Con un gesto elegante, Carlina tocó con la varita un rosal, que de inmediato se cubrió de rosas de colores brillantes. Galilea gaspó emocionada y, con un poco de ayuda, hizo su primer hechizo: transformó una piedra en un brillante caramelo.
«¡Soy como tú, tía!» exclamó Galilea, saltando de alegría. Carlina sonrió, pero sabía que debían prepararse para una tarea más grande. Había llegado el momento de enseñarle a Galilea no solo a controlar sus poderes, sino también a usarlos para el bien.
La oportunidad llegó más pronto de lo esperado. Los abuelos de Galilea, Jacque y Pancho, habían sido capturados por brujos malvados que querían controlar el antiguo poder que la familia había protegido durante generaciones.
Carlina y Galilea se adentraron en el bosque oscuro, guiadas por el libro de hechizos de Carlina y la intuición innata de Galilea. El bosque estaba lleno de desafíos: raíces que intentaban atrapar sus pies, y neblinas que intentaban desviarlas de su camino. Pero juntas, con coraje y amor, superaron cada obstáculo.
Finalmente, llegaron a la cueva donde Jacque y Pancho estaban cautivos. Los brujos malvados, al ver a Carlina y a la pequeña Galilea, rieron, subestimando el poder de la niña. Pero Galilea, con una valentía que sorprendió incluso a Carlina, levantó su varita y conjuró un hechizo de luz tan brillante que los brujos malvados no pudieron soportarlo.
«¡Es hora de que se vayan y nos dejen en paz!» declaró Galilea con firmeza. Los brujos, incapaces de resistir el poder de la pureza y la inocencia, se disolvieron en sombras y desaparecieron.
Con sus abuelos a salvo, Carlina y Galilea regresaron a casa, donde celebraron su victoria con risas y abrazos. Galilea había aprendido no solo a usar sus poderes, sino también el valor de la familia y la importancia de proteger a los seres queridos.
Desde ese día, Galilea no solo jugaba y aprendía bajo la atenta mirada de Carlina, sino que también crecía sabiendo que, sin importar los desafíos, siempre tendrían el uno al otro. Y así, entre conjuros y risas, Carlina y Galilea vivieron muchos más días llenos de magia y aventuras, siempre recordando que el amor y la bondad eran los hechizos más poderosos de todos.
Y en el jardín donde todo había comenzado, las rosas de colores brillantes florecían todo el año, un recordatorio constante de su primer hechizo juntas, y de la magia que habían traído a su mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.