Cuentos de Fantasía

Esther y Ana Lau: La Aventura Espacial

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Esther era una niña de piel morena y cabello rizado que vivía en un pequeño pueblo en la Tierra. Aunque tenía una familia amorosa, Esther se sentía muy sola. No tenía amigos con quienes jugar, y las horas que pasaba en su habitación se le hacían interminables. A menudo se quedaba mirando las estrellas por la ventana, soñando con lugares lejanos y desconocidos donde quizá podría encontrar la amistad que tanto anhelaba.

Una noche, mientras el cielo brillaba con miles de estrellas, Esther decidió que ya no podía esperar más. Había llegado el momento de ir en busca de un amigo, sin importar dónde estuviera. Con determinación, se dirigió al viejo cobertizo de su abuelo, donde había visto un cohete en desuso, escondido entre cajas de herramientas y juguetes viejos. Esther pasó horas reparando el cohete, trabajando en silencio mientras la noche avanzaba. Cuando finalmente terminó, el cohete estaba listo para volar.

Sin decirle a nadie, subió a bordo, abrochó su cinturón de seguridad y, con un profundo suspiro, presionó el botón de despegue. El cohete tembló y, en un instante, Esther se encontró volando hacia el cielo, dejando atrás su pequeño pueblo y la soledad que tanto la había aquejado.

El primer destino de Esther era un planeta cercano, uno que había visto en sus libros de astronomía. Cuando aterrizó, salió del cohete con esperanza en el corazón, esperando encontrar algún signo de vida. Pero, para su sorpresa, el planeta estaba completamente vacío. No había plantas, animales, ni siquiera un rastro de agua. Era un lugar desolado, con un suelo gris y rocas dispersas por todas partes. Esther caminó durante horas, buscando alguna señal de vida, pero no encontró nada. Su corazón se llenó de decepción, y se dio cuenta de que ese no era el lugar donde encontraría un amigo.

Decidida a no rendirse, Esther regresó al cohete y puso rumbo hacia otro planeta, uno que brillaba con un tono azul en el cielo estrellado. Esta vez, el viaje fue más largo, pero Esther no perdió la esperanza. Cuando finalmente aterrizó, notó que el lugar era muy diferente al primero. Había océanos de un verde esmeralda y el cielo era de un color púrpura brillante. Esther se sintió aliviada al ver tanta belleza, y pronto se encontró caminando por la orilla de uno de esos océanos.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Esther se diera cuenta de que algo no estaba bien. Desde las profundidades del océano, comenzaron a emerger unas criaturas extrañas. Eran pulpos gigantes con tentáculos largos y viscosos, y ojos grandes que brillaban con una luz siniestra. Las criaturas se movieron rápidamente hacia ella, y Esther sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Los pulpos intentaron atraparla con sus tentáculos, pero Esther reaccionó rápidamente, corriendo de vuelta a su cohete. Apenas tuvo tiempo de cerrar la escotilla antes de que los tentáculos de los pulpos golpearan el costado del cohete.

Con el corazón latiendo con fuerza, Esther despegó, dejando atrás el planeta y a las criaturas que la habían perseguido. Mientras el cohete se elevaba hacia el espacio, Esther se sentía cada vez más decepcionada. Había viajado tan lejos, y aún no había encontrado lo que buscaba. La soledad que había dejado en la Tierra parecía seguirla a donde fuera.

Sin saber a dónde más ir, Esther dejó que el cohete se dirigiera hacia el infinito, sin un destino claro. Pasaron horas, y la niña comenzó a sentir que quizá su búsqueda había sido en vano. Pero justo cuando estaba a punto de perder toda esperanza, vio algo a lo lejos. Era una estrella, pero no una estrella común. Brillaba con una luz intensa y cálida, y en su centro parecía haber algo que se movía.

Curiosa, Esther dirigió el cohete hacia la estrella. A medida que se acercaba, notó que lo que brillaba en el centro de la estrella era una rosa. Una rosa de pétalos dorados que irradiaba una luz suave y mágica. Esther sintió que había algo especial en esa rosa, algo que la atraía irresistiblemente. Decidió aterrizar el cohete cerca de la estrella y, con cautela, salió a investigar.

Esther se acercó a la rosa, maravillada por su belleza. Nunca había visto nada igual. Extendió su mano, tocando suavemente uno de los pétalos dorados. En ese instante, la rosa comenzó a brillar aún más intensamente, y los pétalos se abrieron lentamente, revelando lo que parecía ser una pequeña figura en su interior.

Con un destello final de luz, la rosa se transformó en una niña, una niña de piel blanca y cabello castaño, que miraba a Esther con una sonrisa cálida. Esther estaba asombrada, pero también emocionada. «¿Quién eres?», preguntó, su voz temblando ligeramente por la emoción.

«Me llamo Ana Lau», respondió la niña, su voz suave y dulce. «He estado esperando por alguien como tú.»

«¿Esperando por mí?», preguntó Esther, sin poder creer lo que estaba escuchando.

Ana Lau asintió. «Sí, he estado sola aquí por mucho tiempo, pero sabía que algún día encontraría a alguien con quien podría ser amiga.»

Esther sintió una oleada de felicidad. Había encontrado lo que tanto había buscado: una amiga. «Yo también he estado sola», dijo Esther, «y he viajado por el espacio buscando a alguien con quien compartir mis aventuras.»

Ana Lau tomó la mano de Esther. «Entonces, ¿por qué no viajamos juntas? Hay tantos lugares en el espacio que aún no hemos visto, y sé que, juntas, podremos enfrentarnos a cualquier cosa.»

Esther asintió con entusiasmo. «¡Sí! Viajemos juntas y exploremos el universo.»

Y así, Esther y Ana Lau se embarcaron en una gran aventura. Juntas, exploraron planetas misteriosos, enfrentaron peligros desconocidos, y descubrieron maravillas que nunca antes habían sido vistas. Viajaron a un planeta hecho completamente de cristal, donde el sol se reflejaba en mil colores; nadaron en un océano de nubes de algodón, donde el viento susurraba historias antiguas; y volaron a través de anillos de asteroides que brillaban como joyas en el espacio.

Pero no todo fue fácil en sus viajes. En uno de los planetas que visitaron, se encontraron con un ejército de extraterrestres malvados que querían capturarlas. Estos seres eran altos y delgados, con ojos rojos brillantes y piel azulada. Intentaron atraparlas con redes hechas de luz, pero Esther y Ana Lau trabajaron juntas para escapar. Con su ingenio y valentía, lograron desactivar las trampas y derrotar a los extraterrestres, liberando a los habitantes del planeta que habían sido esclavizados.

A medida que pasaban los días, la amistad entre Esther y Ana Lau se hacía más fuerte. Se dieron cuenta de que, aunque eran diferentes en muchos aspectos, juntas formaban un equipo imbatible. Aprendieron a confiar la una en la otra, a apoyarse en los momentos difíciles, y a celebrar juntas cada pequeño triunfo.

Una noche, después de un día lleno de aventuras, Esther y Ana Lau se sentaron en la cima de una colina en un planeta cubierto de flores brillantes. Miraron el cielo estrellado, que estaba lleno de galaxias giratorias y nebulosas resplandecientes. «¿Crees que algún día encontraremos un lugar donde podamos quedarnos?», preguntó Esther, sintiendo un leve deseo de tener un hogar fijo.

Ana Lau sonrió. «No importa dónde estemos, mientras estemos juntas, cualquier lugar puede ser nuestro hogar.»

Esther sintió una paz interior que nunca antes había experimentado. Sabía que Ana Lau tenía razón. El hogar no era un lugar específico, sino estar con las personas que más te importan. Y aunque seguían viajando por el espacio, en busca de nuevas aventuras, Esther ya no se sentía sola. Había encontrado a Ana Lau, y juntas, sabían que podían enfrentarse a cualquier cosa.

Finalmente, después de muchas aventuras, encontraron un pequeño planeta en el borde de la galaxia, un lugar tranquilo y hermoso donde decidieron quedarse por un tiempo. Construyeron una casita en un prado cubierto de flores, donde el sol siempre brillaba y la brisa era suave. Allí, pasaron los días explorando los alrededores, jugando en los campos y disfrutando de la compañía mutua.

Sin embargo, siempre mantuvieron su cohete listo para despegar, sabiendo que, cuando llegara el momento, partirían en busca de nuevas aventuras. Porque aunque habían encontrado un lugar hermoso, su espíritu aventurero nunca se desvanecía.

Y así, Esther y Ana Lau vivieron felices, siempre juntas, siempre explorando, y siempre enfrentando los desafíos del universo con una sonrisa y un corazón valiente. Sabían que, sin importar a dónde las llevara el destino, siempre tendrían la una a la otra, y eso era lo más importante.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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