Un día soleado, la abuela Ana se encontraba en su pequeña y mágica granja. Era un lugar lleno de vida, donde los animales hablaban entre ellos y las flores brillaban con colores que cambiaban según la hora del día. La abuela vivía allí con sus animales: una vaca llamada Clara, una gallina llamada Pepita, un perro juguetón llamado Max, y un gallo llamado Coco. Todos ellos eran buenos amigos y se ayudaban mutuamente en las tareas de la granja.
Esa mañana, la abuela Ana decidió hacer algo especial. «Hoy vamos a arreglar la cerca y limpiar los dos lagos», anunció con una sonrisa mientras recogía su rastrillo. «Será un día lleno de trabajo, pero también de diversión.»
Clara, la vaca, estaba emocionada. «¡Muuuu! Yo puedo llevar las herramientas en el carro, abuela. Así no tienes que cargar con todo.»
Pepita, la gallina, picoteaba el suelo en busca de un gusano, pero levantó la vista y dijo: «¡Cloc! ¡Cloc! Yo puedo ponerme a buscar los huevos que faltan para el desayuno!»
El gallo Coco estaba algo distraído, practicando su canto con el micrófono mágico que la abuela le había regalado. «¡Kikirikí! ¡Probaré mi voz para despertar a todos mañana por la mañana!»
Max, el perro, ladraba alegremente y corría de un lado a otro. «¡Guau, guau! Yo cuidaré que ninguna mariposa se acerque demasiado mientras trabajamos,» dijo, corriendo tras una que volaba cerca de las flores.
La abuela Ana se puso una pulsera que le había regalado su nieto y salió al patio con su rastrillo en la mano. Mientras avanzaban hacia la cerca, Clara tiraba del pequeño carro lleno de herramientas, y todos los animales la seguían con entusiasmo. Pepita y Coco se adelantaron hacia el gallinero para contar los huevos que habían puesto ese día, mientras Max corría a los lagos para asegurarse de que todo estuviera en orden.
Cuando llegaron a la cerca, la abuela se dio cuenta de que había una pequeña parte rota, justo donde el pato Patito solía pasear. «¡Oh, no! Patito podría salir y perderse,» dijo preocupada.
«¡No te preocupes, abuela!» dijo Clara con una sonrisa. «Yo puedo traer algunas plumas del gallinero y usarlas para arreglar la cerca.» Clara siempre encontraba soluciones creativas, y aunque plumas para la cerca sonaba un poco extraño, a la abuela le pareció una gran idea.
Mientras Clara iba por las plumas, Pepita volvió corriendo con un huevo en el pico. «¡Mira abuela, un huevo enorme! ¡Podemos hacer un pastel después de arreglar la cerca!»
La abuela Ana rió con ternura. «¡Qué buen plan, Pepita! Haremos un delicioso pastel para celebrar cuando terminemos todo el trabajo.»
Max, mientras tanto, encontró algo brillante en el suelo. «¡Guau! ¡Miren lo que he encontrado!» gritó emocionado. Era un botiquín de primeros auxilios. «¡Siempre es bueno tener uno cerca por si alguien se lastima!» añadió el perro, sabio y precavido como siempre.
La abuela agradeció a Max por su previsión. «Siempre es importante estar preparados, Max. Gracias por encontrarlo.»
Cuando Clara regresó con las plumas, todos ayudaron a arreglar la cerca, y la abuela usó el rastrillo para limpiar la hierba alta que la rodeaba. Max vigilaba que nadie se acercara demasiado, y Coco, que ya había terminado de practicar su canto, se encargaba de que la gallina Pepita no se distrajera con las mariposas que revoloteaban por el jardín.
Finalmente, la cerca estaba arreglada, y el pato Patito estaba a salvo dentro de la granja. Todos se sintieron muy orgullosos del trabajo en equipo. Pero aún faltaba una tarea: ¡los lagos!
«Es hora de limpiar los lagos,» dijo la abuela Ana, y todos se dirigieron hacia ellos. Los dos lagos eran preciosos, con agua cristalina y pececillos que nadaban de un lado a otro. Max saltaba alegremente en la orilla, ladrando de felicidad al ver cómo el agua brillaba bajo el sol.
Clara se acercó al lago más grande y dijo: «Yo puedo ayudar a empujar las ramas que han caído en el agua.» Y así, con su fuerte cuerpo, Clara movió las ramas fuera del lago para que el agua quedara más limpia.
Mientras tanto, Pepita y Coco saltaron sobre las piedras alrededor del lago más pequeño. «¡Podemos buscar plumas y flores para decorar el lago después!» gritó Pepita emocionada.
De repente, Max vio algo que lo hizo ladrar fuerte. «¡Guau! ¡Guau! ¡Miren allá, es una mariposa gigante!» Todos miraron al cielo y vieron una mariposa tan grande que parecía brillar como el sol. Era una mariposa mágica que había venido a visitar la granja. Revoloteó alrededor de la abuela Ana y sus animales, trayendo consigo una suave brisa que llenó el aire con el olor de las flores frescas.
«Qué maravilla,» dijo la abuela con una sonrisa. «Es un buen final para este día de trabajo.»
La mariposa gigante se posó en la rama de un árbol cercano y extendió sus alas doradas mientras el sol comenzaba a ponerse. Los animales se reunieron alrededor de la abuela, cansados pero felices por todo lo que habían logrado ese día.
Al final, todos regresaron a la casa. Pepita puso el huevo grande en la cocina, y la abuela preparó el pastel más delicioso que jamás habían comido. Max se acurrucó cerca del fuego, mientras Clara, Coco y Pepita se acomodaban junto a la abuela para descansar.
«Hoy fue un día increíble,» dijo la abuela. «Gracias por todo su esfuerzo, mis queridos amigos.»
Y así, con el sabor dulce del pastel y la calidez de la granja mágica, todos se quedaron dormidos, soñando con nuevas aventuras que les esperarían al amanecer.
FIN
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.