Había una vez dos niñas muy curiosas llamadas Josefa e Ignacia. Josefa tenía el cabello corto y castaño, siempre vestida con su vestido rojo de lunares blancos. Ignacia, por otro lado, tenía una larga melena rubia que brillaba como el sol, y solía llevar un vestido amarillo que parecía reflejar la luz del día. Las dos eran las mejores amigas y les encantaba explorar el bosque que estaba cerca de su casa.
Un día, mientras paseaban por su lugar favorito, notaron algo extraño. El bosque, que siempre estaba lleno de colores vivos y sonidos alegres, estaba silencioso. Los pájaros no cantaban, las flores no bailaban con el viento, y los árboles parecían haber perdido su verdor. Josefa e Ignacia se miraron preocupadas.
—¿Qué crees que está pasando? —preguntó Ignacia, sujetando con fuerza la mano de Josefa.
—No lo sé, pero creo que debemos averiguarlo —respondió Josefa con decisión.
Juntas, caminaron más profundo en el bosque. A medida que avanzaban, las hojas secas crujían bajo sus pies y el aire se volvía más fresco. Entonces, de repente, encontraron una pequeña criatura sentada en una roca. Era un duende, pequeño y de piel verde, con una gran barba blanca y un sombrero puntiagudo.
—¡Oh, al fin alguien viene a ayudar! —dijo el duende con una voz aguda—. Mi nombre es Filo, y soy el guardián del Bosque Encantado. Algo terrible ha ocurrido.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ignacia, inclinándose hacia él.
—Un hechizo ha caído sobre el bosque —explicó Filo—. La Reina del Hielo ha robado el corazón del bosque, que es lo que le da vida y color. Sin él, todo se marchita.
Josefa e Ignacia se miraron con valentía. Sabían que tenían que hacer algo para ayudar. Entonces, Ignacia preguntó:
—¿Dónde podemos encontrar el corazón del bosque?
Filo se levantó de la roca y señaló hacia las montañas que se veían a lo lejos.
—Está en el Castillo de la Reina del Hielo, en la cueva más alta de las montañas. Pero el camino es peligroso, y solo quienes tienen un corazón puro y valiente pueden llegar.
Las niñas, sin dudarlo, aceptaron la misión. Filo les dio una pequeña bolsa con polvo mágico.
—Esto les ayudará a pasar las trampas de la Reina. Úsenlo solo en caso de emergencia.
Con la determinación de devolverle la vida al bosque, Josefa e Ignacia se pusieron en marcha hacia las montañas. El viaje fue largo y lleno de desafíos. Primero tuvieron que cruzar un río helado, donde las aguas eran tan frías que casi no podían caminar. Pero trabajando juntas, encontraron piedras grandes para saltar de una a otra, y así lograron atravesarlo.
Luego, llegaron a un oscuro túnel lleno de murciélagos que colgaban del techo. Ignacia, que al principio tenía miedo, se recordó a sí misma que debía ser valiente. Josefa tomó su mano y juntas pasaron por el túnel sin hacer ruido, para no despertar a los murciélagos.
Finalmente, llegaron a las montañas. El castillo de la Reina del Hielo estaba envuelto en una espesa niebla. El frío era intenso, y el viento soplaba con tanta fuerza que les costaba caminar. Al llegar a la puerta del castillo, encontraron un gran bloqueo de hielo.
—Es aquí donde necesitamos el polvo mágico —dijo Josefa, sacando la bolsita que Filo les había dado.
Con mucho cuidado, rociaron el polvo sobre el hielo, y este comenzó a derretirse lentamente, hasta que la puerta se abrió. Dentro del castillo, todo estaba hecho de cristal y hielo, reflejando sus imágenes como en un espejo. Caminando con cautela, llegaron al centro del castillo, donde vieron el corazón del bosque, brillando débilmente dentro de una caja de hielo.
Pero antes de que pudieran acercarse, la Reina del Hielo apareció frente a ellas. Era alta, con una capa blanca como la nieve y ojos tan fríos como el invierno más severo.
—¿Quiénes se atreven a entrar en mi castillo? —preguntó con voz autoritaria.
Josefa e Ignacia se quedaron quietas, pero no tuvieron miedo. Sabían que tenían que ser valientes para salvar el bosque.
—Somos Josefa e Ignacia —dijo Josefa con firmeza—. Venimos a devolver el corazón del bosque a su lugar.
La Reina del Hielo se echó a reír.
—¿Ustedes creen que pueden derrotarme? Soy más poderosa de lo que imaginan.
Pero Ignacia, con su dulce voz, dijo:
—No necesitamos pelear. Sabemos que tú también puedes sentir la belleza del bosque. Si lo devuelves, todo volverá a florecer y podrás disfrutar de su magia.
La Reina del Hielo titubeó por un momento. La bondad y valentía de las niñas había tocado algo en su corazón helado. Después de un largo silencio, levantó una mano y el hielo alrededor del corazón del bosque comenzó a derretirse.
—Está bien —dijo finalmente—. Lo devolveré. Pero recuerden, el verdadero poder no está en la fuerza, sino en el amor y la valentía.
Con un gesto de su mano, el corazón del bosque fue liberado, y la Reina del Hielo lo entregó a las niñas. Josefa e Ignacia tomaron el corazón y se dirigieron de vuelta al bosque. Mientras caminaban, todo a su alrededor comenzaba a florecer de nuevo. Los pájaros cantaban, las flores abrían sus pétalos y los árboles recuperaban su color verde.
Cuando llegaron al centro del bosque, colocaron el corazón en su lugar, y de repente, una luz brillante iluminó todo. El bosque estaba vivo nuevamente, gracias a la valentía y bondad de Josefa e Ignacia.
Desde ese día, el bosque vivió en armonía, y las niñas sabían que siempre que enfrentaran desafíos, el amor y la valentía serían sus mejores aliados.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.