Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques llenos de misterio, un grupo de amigos que vivían grandes aventuras. David, un niño de 10 años, era el líder de este grupo. Tenía el cabello corto y castaño, siempre llevaba una camiseta roja y unos jeans azules. A su lado estaban Nathali, su amiga de 9 años, con su vestido amarillo que parecía brillar cuando corría, Celena, con su cabello rizado y su vestido verde que siempre estaba lleno de energía, Dayana, la más pequeña de todos, con sus coletas y una camiseta morada, y finalmente Paulina, con su pelo corto y oscuro, vestida con un vestido rosa que la hacía resaltar entre todos.
Un día, mientras paseaban cerca del bosque que bordeaba el pueblo, los cinco amigos se encontraron con algo muy extraño. En el suelo, entre las raíces de un viejo árbol, había una piedra brillante. La piedra emitía una luz suave pero cálida, que parecía invitar a los niños a acercarse.
—¿Qué es eso? —preguntó Nathali, mientras se acercaba cautelosamente a la piedra.
—¡Es hermosa! —exclamó Celena, tocándola suavemente.
David, siempre curioso, tomó la piedra con ambas manos. En cuanto la tocó, algo mágico sucedió. El árbol comenzó a brillar, y un portal se abrió en el aire frente a ellos. Era un círculo de luz que se extendía hacia el horizonte, invitándolos a dar un paso más allá.
—¿Qué hacemos? —preguntó Paulina, mirando a los demás.
—No lo sé —respondió Dayana—, pero se ve como una aventura, ¿verdad? ¡Vamos, vamos!
Sin pensarlo dos veces, los cinco amigos entraron al portal. El aire alrededor de ellos comenzó a cambiar. Estaban rodeados de colores brillantes y sonidos melodiosos. El portal los había transportado a un mundo completamente diferente, lleno de criaturas mágicas, árboles gigantes y cielos que cambiaban de color. El mundo era como un sueño, lleno de maravillas que solo existían en los cuentos.
—¡Guau! —exclamó David, mirando a su alrededor con asombro. —Este lugar es increíble.
Mientras exploraban, pronto se dieron cuenta de que no estaban solos. Un pequeño ser, con alas brillantes y una corona dorada, se acercó a ellos flotando en el aire.
—Bienvenidos, valientes viajeros —dijo el ser con una voz suave pero firme—. Soy Lúmina, la guardiana de este bosque. Solo los seres de corazón puro pueden entrar aquí, y veo que ustedes tienen lo necesario.
Los niños se miraron entre sí, sin saber qué decir.
—¿Qué significa eso? —preguntó Celena, un poco confundida.
—Este bosque es un lugar mágico, pero también está en peligro —explicó Lúmina—. Un malvado hechicero está tratando de apoderarse de su poder, y necesita de un grupo valiente para detenerlo.
—¡Nosotros lo haremos! —dijo David, con determinación.
Lúmina los miró con una sonrisa.
—Sé que lo harán. Pero hay algo muy importante que deben entender. Para detener al hechicero, no solo necesitarán valentía, sino también trabajo en equipo, confianza y la capacidad de hacer lo correcto, incluso cuando las cosas se pongan difíciles.
Los cinco amigos asintieron con seriedad. Sabían que esta aventura sería diferente a todo lo que habían vivido, pero estaban dispuestos a enfrentarla juntos. Lúmina los condujo por el bosque hasta una cueva secreta donde el hechicero estaba escondido.
—Aquí está —dijo Lúmina, señalando una enorme puerta de piedra—. Solo pueden abrirla si logran resolver tres pruebas. Cada prueba les enseñará algo importante sobre sí mismos.
Los niños, aunque nerviosos, se sintieron listos para enfrentar lo que viniera.
—La primera prueba es la de la valentía —dijo Lúmina, señalando una figura oscura que se levantaba ante ellos. Era un monstruo grande y sombrío, con ojos brillantes que brillaban en la oscuridad.
—¡Yo lo enfrento! —dijo Dayana, corriendo hacia el monstruo.
Pero Lúmina la detuvo suavemente.
—No se trata solo de pelear, Dayana. Se trata de ser valientes en la mente y el corazón. La valentía no siempre es luchar, a veces es saber cuándo pedir ayuda y cómo usar tu inteligencia para superar el miedo.
Dayana pensó por un momento y luego dijo:
—¿Qué tal si hablamos con él? Tal vez no sea tan malo como parece.
Al principio, el monstruo gruñó, pero luego, al ver que los niños no tenían miedo, se calmó. Resultó ser solo un guardián del bosque que estaba buscando ayuda para resolver un problema.
—La verdadera valentía es enfrentar los miedos con una mente abierta —dijo Lúmina, sonriendo.
La segunda prueba fue la de la confianza. Tenían que cruzar un puente hecho de nubes. El puente era delgado y tembloroso, pero David, confiando en su equipo, lideró el camino.
—¡No puedo hacerlo! —gritó Paulina, mirando hacia abajo.
Pero Martina, con su inteligencia y calma, le dijo:
—Confía en ti misma, Paulina. Estamos aquí todos juntos.
Con confianza en su equipo, Paulina cruzó el puente y, pronto, todos estaban al otro lado, sabiendo que la confianza en sí mismos y en los demás los había llevado a superar ese obstáculo.
La última prueba fue la de la bondad. Encontraron al hechicero, quien no era tan malvado como pensaban, sino alguien que había sido manipulado por la soledad. En lugar de pelear, los niños lo rodearon con amabilidad y comprensión. El hechicero, tocado por su bondad, decidió abandonar sus planes de destrucción y ayudar a restaurar la paz en el bosque.
Lúmina apareció nuevamente, aplaudiendo con orgullo.
—Han completado todas las pruebas. Han demostrado valentía, confianza y bondad. Este bosque será protegido por su corazón puro.
Los niños regresaron al pueblo, sabiendo que siempre recordarían esta aventura mágica, que no solo los había unido más como amigos, sino que también les había enseñado la importancia de los valores: valentía, confianza y bondad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.