Cuentos de Fantasía

María y el Secreto de las Palabras Mágicas

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En una pequeña ciudad, donde las calles se llenaban de risas y el aroma a pan recién horneado, vivía una niña llamada María. María tenía dos años, ojos grandes y curiosos, y un rizo travieso que siempre escapaba de su coletita. Pero lo más especial de María era su mamá, una profesora que enseñaba una lengua muy especial.

La mamá de María era profesora de francés, un idioma que venía de un país muy lejano donde la gente comía cruasanes y donde se alzaba la majestuosa torre Eiffel. La bandera de ese país tenía colores azul, blanco y rojo, y sus palabras sonaban como música para los oídos de María.

Cada tarde, después de la escuela, María corría a casa, ansiosa por aprender palabras nuevas en ese idioma mágico. «¡Bonjour, mamá!», gritaba con una sonrisa mientras abría la puerta. Su mamá, con una sonrisa aún más grande, respondía: «¡Bonjour, María!»

En la acogedora cocina, donde siempre había un cruasán esperando por María, empezaban sus lecciones. «Hoy aprenderemos palabras mágicas», decía su mamá. «Palabras que pueden abrir corazones y construir puentes entre las personas».

La primera palabra mágica era «Merci», que significaba gracias. «Es una palabra poderosa», explicaba su mamá. «Puede hacer feliz a quien la escucha y a quien la dice». María practicaba su nueva palabra todo el día. Al panadero que le daba un cruasán, decía «Merci». Al señor que les dejaba pasar en la calle, decía «Merci». Y cada vez, una sonrisa se dibujaba en el rostro de quienes la escuchaban.

La siguiente palabra mágica era «S’il vous plaît», que significaba por favor. «Esta palabra es la llave que abre muchas puertas», decía su mamá. María se divertía pidiendo cosas con un «S’il vous plaît» al final. «Un vaso de agua, s’il vous plaît», «Mi muñeca, s’il vous plaît». Y como por arte de magia, sus pedidos eran atendidos con alegría.

La última palabra mágica que aprendió esa semana fue «Au revoir», que significaba adiós. «Esta palabra es especial», le explicaba su mamá. «Nos ayuda a despedirnos, pero también promete nuevos encuentros». María practicaba su «Au revoir» con las olas del mar, con las aves que volaban hacia el sur y con las estrellas que parpadeaban al anochecer.

Un día, la mamá de María le dijo: «Mañana vamos a visitar ese país de las palabras mágicas. Verás la torre Eiffel, probarás cruasanes recién hechos y podrás decir ‘Bonjour’, ‘Merci’ y ‘Au revoir’ a mucha gente». María saltaba de emoción, no podía creer que conocería el lugar de donde venían esas palabras que tanto le gustaban.

El viaje fue largo, pero María no se cansaba de mirar por la ventana del avión. Cuando aterrizaron, lo primero que vio fue la bandera azul, blanca y roja ondeando en lo alto. «¡Estamos aquí, mamá!», gritaba emocionada.

Caminando por las calles empedradas, María veía todo como en un sueño. Las panaderías desbordaban de cruasanes y pasteles, las calles estaban llenas de gente que hablaba ese idioma que ella había aprendido con tanto amor. Y allí, majestuosa y alta, estaba la torre Eiffel. María no podía dejar de mirarla, era aún más hermosa de lo que había imaginado.

En cada rincón de la ciudad, María usaba sus palabras mágicas. Decía «Bonjour» a los vecinos, «Merci» a la señora que le vendía un helado y «Au revoir» a los nuevos amigos que hacía en los parques. Su mamá la miraba con orgullo, viendo cómo esas pequeñas palabras abrían grandes sonrisas.

El último día, mientras miraban la torre Eiffel iluminada bajo las estrellas, la mamá de María le dijo: «Cada palabra que aprendes es una ventana a un nuevo mundo. Nunca dejes de aprender y compartir tus palabras mágicas». María, abrazando a su mamá, sabía que ese viaje era solo el comienzo de muchas aventuras más.

Y así, con el corazón lleno de recuerdos y la mente llena de palabras mágicas, María y su mamá regresaron a casa, listas para seguir explorando el maravilloso mundo de las palabras y las culturas. «Au revoir, París», susurraba María desde el avión, «pero solo por ahora».

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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