Había una vez, en un rincón oculto del mundo mágico muy lejano, mucho más allá de la tierra, un lugar remoto y maravilloso llamado la Gran Ciudad de las Hadas. Este lugar no era como cualquier otro sitio que pudieras imaginar; era un reino resplandeciente donde brillaban las luces más hermosas y donde la magia fluía en el aire como el aroma más dulce de las flores. En esta ciudad mágica, habitaban seres humanos y hadas que vivían en perfecta armonía y felicidad, bajo el sabio y bondadoso gobierno de las Naciones Unidas de Goodereste, la nación que cuidaba todos los rincones del universo.
Más allá de la Gran Ciudad, rodeado de bosques de árboles gigantescos que tocaban el cielo, ríos que cantaban al fluir y montañas cubiertas de nieve que reflejaban el sol con destellos de cristal, se encontraba un reino imperial lleno de belleza y encanto. Era el hogar de un rey y una reina verdaderamente especiales, conocidos por su bondad y justicia, quienes habían dedicado sus vidas a cuidar cada corazón de su pueblo. Esta pareja real, que irradiaba amor y dignidad, tenía una hermosa hija a la que llamaron Princesa ZhuYingtai.
Desde que era una niña de nueve años, la Princesa ZhuYingtai había sido una princesa alegre y juguetona, llena de curiosidad y dulzura. Pasaba sus días explorando los jardines del palacio, que eran tan grandes como bosques enteros, jugando con sus amigas más queridas, las pequeñas hadas Lumina, Nube y Estrella, que le enseñaban los secretos de la magia. También disfrutaba muchísimo las fiestas de té que su madre, la reina, organizaba en los salones adornados con flores de colores brillantes y música que parecía sacada de un sueño. La risa de ZhuYingtai llenaba el palacio, y su bondad hacía que todos la amaran sin excepción.
A medida que la princesa crecía, también lo hacía su hambre por aprender sobre el mundo y por descubrir el significado del amor verdadero. Cuando cumplió diecinueve años, ya era una joven hermosa y amable, cuyas palabras podían calmar las tormentas y cuyo corazón latía con la esperanza de encontrar un príncipe que la amara por lo que era, y con quien pudiera compartir su vida, no solo como futuros rey y reina, sino como compañeros que gobernarían con justicia y felicidad.
Una tarde, mientras paseaba por el Bosque de los Susurros, un lugar mágico donde los árboles parecen susurrar secretos antiguos con el viento, ZhuYingtai sintió una extraña pero agradable sensación. Al fondo, entre las ramas doradas y plateadas, apareció un destello de luz que la guió hacia un claro iluminado por millones de luciérnagas. Allí, en medio del claro, había un cisne blanco con plumas que brillaban como perlas y unos ojos llenos de sabiduría. La princesa se sorprendió, pero no tuvo miedo; al contrario, sintió que ese cisne era un amigo muy especial.
—Princesa ZhuYingtai —dijo el cisne con una voz suave y melodiosa—, he venido a entregarte un mensaje de las estrellas, porque tu corazón puro y tus sueños han sido escuchados. El amor verdadero, ese que buscas, no está solo en las coronas ni en los tronos, sino en quienes saben mirar más allá de las apariencias y valoran la bondad y el respeto.
La princesa escuchó atentamente y luego preguntó:
—¿Dónde encontraré a ese príncipe? ¿Cómo sabré que es el correcto?
El cisne extendió sus alas y una pequeña pluma cayó suavemente en las manos de la princesa. Era de un color azul profundo, como el cielo lleno de estrellas en una noche clara.
—Esta pluma te guiará hacia un lugar donde descubrirás la verdad sobre el amor y la armonía. Confía en la luz que ella irradia.
Al tomar la pluma, ZhuYingtai sintió que un calor agradable llenaba su pecho, como si el sol y la luna se hubiesen unido para darle fuerzas.
Decidida a seguir la señal, la princesa regresó al palacio y contó a sus padres lo ocurrido. El rey y la reina, sabios y comprensivos, la animaron a confiar en su corazón y le enviaron a su mejor amigo y protector, Sir Kaelen, un caballero valiente y leal, para que la acompañara en su viaje.
Al día siguiente, la princesa ZhuYingtai y Sir Kaelen partieron rumbo al mundo desconocido que la pluma azul indicaba. Viajaron por tierras encantadas, cruzaron puentes invisibles sobre ríos de plata y caminaron por senderos cubiertos de flores que cantaban al tacto. Durante el camino, conocieron a criaturas maravillosas: duendes sabios que les contaron antiguas leyendas, dragones de ojos brillantes que custodiaban secretos milenarios y guardianes del silencio que les enseñaron el valor de la paciencia.
En uno de los valles más hermosos, la princesa y su acompañante llegaron a un lago resplandeciente, cuyas aguas eran tan claras que podían ver las estrellas reflejadas en su superficie aunque fuera de día. Allí, apareció un joven príncipe de cabellos dorados y ojos como el cielo en verano. Su nombre era Elian, y había viajado desde una tierra lejana, guiado por la misma pluma azul que ZhuYingtai tenía consigo.




La Princesa de las Hadas.