Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques frondosos, una niña llamada Lara. Lara era conocida por su curiosidad sin límites y su amor por la naturaleza. Todos los días, después de la escuela, corría a explorar los campos y bosques cercanos, buscando nuevas aventuras.
Un día, mientras jugaba cerca de un antiguo roble, Lara escuchó un sonido que nunca antes había oído. Era como el tintineo de pequeñas campanas, acompañado por risas suaves y melodiosas. Intrigada, siguió el sonido hasta llegar a una parte del bosque que nunca había explorado. Allí, escondido entre los árboles más antiguos y los arbustos más frondosos, encontró un jardín secreto.
Este no era un jardín común. Las flores brillaban con colores que Lara no podía nombrar, las fuentes burbujeaban con agua cristalina que parecía cantar, y las mariposas danzaban en el aire como si estuvieran celebrando. Pero lo más sorprendente de todo eran las pequeñas criaturas que revoloteaban por el jardín. Eran hadas, cada una con alas que brillaban como joyas bajo el sol.
Las hadas, al ver a Lara, se acercaron curiosas. Nunca antes habían visto a un humano en su jardín secreto. Lara, con los ojos abiertos de asombro, extendió su mano, y una de las hadas, más valiente que las demás, se posó suavemente sobre su palma. La hada le sonrió a Lara, y en ese momento, la niña supo que había encontrado amigas mágicas.
Una de las hadas, que se presentó como Zara, la hada de las flores, le ofreció a Lara un tour por su hogar encantado. Le mostraron las flores que cambian de color con el viento, las setas que servían de casas, y una fuente cuya agua podía cantar melodías olvidadas. Lara escuchaba fascinada las historias de Zara sobre el jardín y sus habitantes mágicos.
Al caer la tarde, Zara le dijo a Lara que era hora de regresar a casa, pero le prometió que el jardín siempre estaría abierto para ella. «Solo aquellos con un corazón puro y amante de la naturaleza pueden encontrar el camino a nuestro jardín secreto», le explicó Zara.
Lara, con una sonrisa que iluminaba su rostro, prometió guardar el secreto del jardín y visitar a sus nuevas amigas siempre que pudiera. Antes de irse, Zara le regaló a Lara una pequeña flor que brillaba con luz propia. «Para que siempre recuerdes este día y la magia que existe en el mundo», le dijo.
Al volver a casa, Lara corrió a contarle a sus padres sobre su increíble aventura. Aunque al principio pensaron que era solo producto de su imaginación, al ver la flor luminosa que Zara le había regalado, supieron que Lara había vivido algo verdaderamente especial.
Desde ese día, Lara se convirtió en guardiana del jardín secreto, visitando a las hadas siempre que podía y cuidando de la naturaleza a su alrededor. Con el tiempo, se ganó el título de Amiga de las Hadas, una distinción que llevaba con orgullo.
Y así, Lara vivió muchas más aventuras en el jardín encantado, aprendiendo sobre la magia de la naturaleza y la importancia de protegerla. El jardín se convirtió en su lugar favorito en el mundo, un lugar donde la fantasía y la realidad se entrelazaban, y donde una niña y sus amigas hadas compartían la alegría de la amistad verdadera.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.