Cuentos de Humor

Aventuras y Desventuras en Perú

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un día soleado cuando Jan, Dylan y Wevin se embarcaron en su emocionante excursión a Perú. Los tres amigos habían estado esperando este viaje durante meses y finalmente había llegado el momento de la aventura.

Jan, el más alto del grupo, con su cabello rizado y sus inseparables gafas, no podía dejar de reír y señalar las maravillas a su alrededor. Dylan, más bajito y lleno de pecas, llevaba una gorra de béisbol y sostenía un mapa, aunque siempre lo tenía al revés. Wevin, con su cabello puntiagudo y una sonrisa enorme, llevaba una mochila que parecía demasiado grande y pesada para él.

El viaje comenzó en Lima, la capital de Perú. La ciudad estaba llena de vida y color, con mercados bulliciosos y deliciosos aromas a comida. Los tres amigos no podían esperar para probar todo lo que la ciudad ofrecía. Fueron directos a un mercado local y se encontraron con una señora que vendía anticuchos, unas brochetas de carne que olían de maravilla. Jan, siendo el más valiente con la comida, decidió probar primero. «¡Esto está delicioso!» exclamó, mientras Dylan y Wevin lo miraban con desconfianza. Finalmente, los tres comenzaron a comer y se rieron hasta que les dolió el estómago.

Después de llenar sus pancitas, los chicos decidieron visitar el Museo Larco, famoso por su colección de arte precolombino. Dentro del museo, Wevin, con su habitual torpeza, casi tumbó una estatua antigua. «¡Cuidado, Wevin!» gritó Jan, justo a tiempo para evitar el desastre. A pesar de los pequeños sustos, aprendieron mucho sobre la historia y la cultura de Perú, lo que los dejó aún más emocionados por la aventura que les esperaba.

Al día siguiente, tomaron un tren hacia Cusco, la antigua capital del Imperio Inca. El trayecto en tren fue toda una experiencia. Dylan insistió en que podía entender el mapa del tren, pero terminó llevándolos al vagón equivocado, donde encontraron a un grupo de turistas alemanes que los confundieron con guías locales. Después de unas cuantas risas y explicaciones, lograron encontrar sus asientos y disfrutar del espectacular paisaje que pasaba por la ventana.

Una vez en Cusco, decidieron visitar el Valle Sagrado. Rentaron unas bicicletas y comenzaron a pedalear por los antiguos caminos incas. Jan, siendo el más atlético, iba al frente, mientras que Dylan y Wevin se quedaban atrás, tratando de seguir su ritmo. En un momento de descuido, Wevin perdió el control de su bicicleta y terminó cayendo en un pequeño arroyo. «¡Estoy bien, estoy bien!» gritó, empapado pero riendo a carcajadas. Jan y Dylan lo ayudaron a salir, y después de asegurarse de que no estaba herido, continuaron su camino.

El punto culminante de su viaje era, sin duda, Machu Picchu. Se levantaron temprano y tomaron el primer autobús hacia la ciudadela inca. La vista desde la cima era impresionante, y los tres amigos se quedaron sin palabras al contemplar la majestuosidad de las ruinas. «Esto es increíble», murmuró Dylan, mirando las terrazas verdes y las estructuras de piedra.

Decidieron explorar cada rincón de Machu Picchu. Jan, con su conocimiento enciclopédico, les explicó la historia y los misterios de la ciudad perdida. Dylan, siempre curioso, se aventuró por un sendero menos transitado y encontró una pequeña cueva. «¡Miren esto!» gritó, invitando a sus amigos a seguirlo. Dentro de la cueva, encontraron unas antiguas inscripciones que parecían contar una historia. Wevin, con su habitual entusiasmo, comenzó a inventar una historia disparatada sobre cómo los incas usaban la cueva como una sala de juegos secreta.

Después de un día agotador pero lleno de descubrimientos, los amigos decidieron que era hora de regresar a Cusco. Pero Wevin, siempre el bromista, sugirió que tomaran un atajo a través de la selva. Jan y Dylan, sabiendo que eso probablemente significaba perderse, accedieron de mala gana. Y, como era de esperar, pronto se encontraron en medio de la espesura, sin idea de cómo regresar.

«¡Esto es culpa tuya, Wevin!» se quejó Dylan, mientras Jan trataba de encontrar señal en su teléfono para usar el GPS. Pero Wevin, riendo, les recordó que esto también era parte de la aventura. Después de un par de horas de dar vueltas y hacer todo tipo de bromas, finalmente lograron encontrar el camino de regreso con la ayuda de unos amables lugareños.

De vuelta en Cusco, los chicos decidieron celebrar su aventura con una gran cena. Probaron platos típicos como el ceviche y el lomo saltado, y se despidieron de Perú con el estómago lleno y el corazón contento. La excursión había sido todo lo que esperaban y más, llena de risas, sustos y momentos inolvidables.

Al regresar a casa, Jan, Dylan y Wevin no podían dejar de hablar sobre su viaje. Mostraron las fotos y contaron sus historias a todos sus amigos y familiares. «¡Tienen que probar los anticuchos!» insistía Jan, mientras Dylan mostraba orgulloso las inscripciones que había encontrado en la cueva. Wevin, por supuesto, seguía contando su versión exagerada de la sala de juegos secreta de los incas.

La excursión a Perú había fortalecido aún más su amistad y les había enseñado valiosas lecciones sobre trabajo en equipo y la importancia de disfrutar cada momento, incluso los más inesperados. Los tres amigos sabían que este viaje sería solo el primero de muchas aventuras juntos, y ya comenzaban a planear su próxima escapada.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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