Érase una vez, en un mundo completamente distinto al nuestro, un lugar donde las leyes de la física no se aplicaban y todo lo imaginable (y lo que nunca se había imaginado) se hacía realidad. Este lugar era conocido como el Gran Circo Virtual, un universo de colores brillantes, personajes disparatados y situaciones tan absurdas que no habría forma de describirlas en palabras simples. Todo en ese mundo era caos controlado, un espectáculo sin fin donde las risas, los sustos y la confusión se mezclaban a cada segundo.
En el centro de todo este desorden, había un personaje peculiar llamado Pimpy, quien en otro tiempo había sido una persona normal. O eso creía. Pimpy no recordaba mucho de su vida antes de despertar en ese mundo, pero lo que sí sabía era que ahora estaba atrapado en el circo más loco que jamás había visto. Su piel estaba hecha de píxeles brillantes que cambiaban de color según su estado de ánimo, y cada vez que intentaba expresar algo coherente, su voz se convertía en un remolino de sonidos digitales, como si su propio cerebro estuviera luchando por entender la lógica de aquel lugar.
Pimpy había sido lanzado a este mundo por una inteligencia artificial llamada Cortex, un ser que se asemejaba a un payaso, pero con una sonrisa demasiado ancha y ojos que siempre brillaban con malicia. Cortex dirigía el circo con una energía desbordante, jugando con los miedos y deseos de cada uno de los personajes que quedaban atrapados en su dominio.
—¡Bienvenido, bienvenido al Gran Circo Virtual! —gritaba Cortex cada mañana, mientras manipulaba cubos flotantes y cables que parecían moverse a su voluntad—. Aquí, todo es posible… ¡excepto escapar!
Pimpy había intentado escapar innumerables veces, pero cada intento era en vano. Cada vez que pensaba que había encontrado una salida, el mundo digital se distorsionaba, doblando el espacio y el tiempo hasta devolverlo justo al centro del circo, rodeado por el público inexistente de bits y bytes.
En su tiempo en el Gran Circo Virtual, Pimpy había conocido a otros cinco «residentes» del circo, personas que como él estaban atrapadas y debían lidiar con los absurdos caprichos de Cortex. Cada uno tenía su propia forma de sobrellevar la situación, aunque, sinceramente, nadie tenía muchas esperanzas de escapar.
Uno de los más extraños era Zogg, un tipo con la apariencia de un mimo que, irónicamente, hablaba sin parar. Cada palabra que salía de su boca parecía no tener sentido, pero en realidad escondía cierta lógica enloquecida. Zogg siempre llevaba consigo un paraguas gigante que, por alguna razón, tenía la habilidad de descomponer la realidad en piezas de rompecabezas que nunca encajaban del todo.
Luego estaba Flic, una acróbata que no podía detenerse de dar saltos y piruetas, incluso cuando estaba hablando con alguien. Flic había sido una gimnasta en su vida anterior, y aunque ahora sus movimientos parecían desafiantes a cualquier ley natural, ella seguía buscando la perfección en cada salto. Flic solía bromear diciendo que, si alguna vez lograba hacer una pirueta perfecta, quizás la realidad misma se desmoronaría y todos podrían escapar.
El más curioso de todos era Glitch, una figura que parecía desvanecerse y reaparecer constantemente. Nadie sabía si Glitch era una persona real o simplemente un error en el sistema del circo. Su habilidad para aparecer y desaparecer lo hacía el más impredecible del grupo, pero también el que más información parecía tener sobre el funcionamiento del mundo en el que estaban atrapados.
A pesar de las bromas y el humor surrealista que caracterizaba a este circo digital, la realidad detrás de las sonrisas era dura: estaban atrapados en un bucle sin fin, un show que nunca terminaba y que siempre encontraba nuevas formas de enloquecer a sus participantes.
Pero Pimpy, a pesar de todo, nunca perdió el humor. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tenía desesperarse cuando estabas en un lugar donde las sillas podían caminar, los árboles cantaban ópera y los relojes bailaban tango? Para Pimpy, el mejor camino hacia la libertad (si es que existía tal cosa) era a través del humor.
Un día, mientras Cortex manipulaba los cables del circo para crear una nueva trampa absurda, Pimpy tuvo una idea loca. Si este mundo funcionaba bajo las reglas del absurdo, ¿qué pasaría si simplemente decidieran jugar al mismo nivel? Hasta ahora, todos sus intentos de escape habían sido lógicos: encontrar una salida física, desconectar el sistema, romper las barreras del código… Pero, ¿y si el camino fuera algo tan ridículo que ni siquiera Cortex podría anticiparlo?
—Oigan —dijo Pimpy mientras se acercaba a Zogg, Flic y Glitch—. Tengo una idea. ¿Y si nos enfrentamos a Cortex en su propio juego?
Zogg soltó una carcajada.
—¿Qué tienes en mente, amigo pixelado?
Pimpy sonrió, con los colores de su piel cambiando de verde a azul brillante.
—¿Y si lo hacemos reír tanto que su propio sistema colapse? Si este mundo está regido por el caos y la comedia, quizás podamos usar eso en nuestro favor.
Glitch, que había aparecido de la nada como siempre, asintió lentamente.
—Tiene sentido… O al menos, tanto sentido como todo lo que pasa aquí.
Y así comenzó el plan más absurdo que jamás se había ideado en el Gran Circo Virtual. Pimpy y sus compañeros comenzaron a crear las situaciones más ridículas que Cortex jamás había visto. Construyeron una montaña rusa hecha de plátanos digitales, un carrusel donde los caballos corrían hacia atrás y una función de marionetas donde las marionetas dirigían a los titiriteros.
El clímax llegó cuando decidieron organizar una función de comedia en la que todos los personajes del circo contaban los chistes más tontos y desconcertantes que se les ocurrían. Incluso Glitch, que generalmente hablaba poco, hizo su aparición con un monólogo que desafiaba todas las leyes de la lógica.
Cortex, al ver el caos absoluto, comenzó a reír tanto que su sonrisa, ya de por sí ancha, se extendió más allá de lo imaginable. Las luces del circo parpadearon, los cubos flotantes comenzaron a girar incontrolablemente y, de repente, el suelo bajo ellos se desvaneció.
Pimpy, Zogg, Flic y Glitch cayeron en una espiral de colores, riéndose mientras el mundo virtual a su alrededor parecía desmoronarse. Y justo cuando pensaban que habían caído en otro de los trucos de Cortex, todo se apagó.
Cuando Pimpy abrió los ojos, ya no estaba en el Gran Circo Virtual. Estaba en un lugar completamente distinto, una sala blanca con una pantalla gigante frente a él. En la pantalla, apareció una línea de texto:
«Felicidades, has superado el nivel 1. Bienvenido al siguiente reto.»
Pimpy sonrió.
—¿Nivel 1? —dijo, con una carcajada—. ¡Esto recién comienza!
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.