En una granja soleada y llena de vida vivía una familia muy especial. Juan, el papá, era un hombre trabajador con una gran sonrisa. Siempre llevaba un sombrero y un overol. Juan tenía dos hijos muy traviesos y alegres, Lia y Jhoan. Cada mañana, el sol brillaba con intensidad sobre la granja, donde siempre había algo divertido por hacer.
La mamá, Margared, se levantaba temprano para preparar el desayuno con alegría. Hacía pan casero, huevos revueltos y jugo de naranja fresco. Lia y Jhoan se despertaban con el delicioso olor y corrían a la cocina.
—¡Buenos días, mamá! —decían ambos al unísono mientras abrazaban a Margared.
—Buenos días, mis amores —respondía Margared con una sonrisa—. Hoy tenemos mucho por hacer en la granja. Primero, desayunen y luego a trabajar.
Después de disfrutar de un delicioso desayuno, Lia y Jhoan salían corriendo al patio. Les encantaba corretear entre las flores y mariposas, siempre riendo y jugando. Su tarea favorita era recoger los huevos frescos del gallinero.
—Mira, Jhoan, ¡encontré tres huevos! —gritaba Lia emocionada.
—¡Y yo encontré cuatro! —respondía Jhoan, tratando de superar a su hermana.
Después de recoger los huevos, los pequeños iban a limpiar a los cerdos. Les encantaba trabajar juntos, siempre cantando canciones y haciendo chistes.
—¡Cuidado con el barro, Jhoan! —decía Lia mientras esquivaba una salpicadura.
—¡Oops, demasiado tarde! —se reía Jhoan, todo cubierto de barro.
Mientras los niños se divertían, Juan trabajaba en los campos, sembrando y cuidando las plantas. A pesar del esfuerzo, siempre mantenía su actitud positiva y su sonrisa brillante. Juan sabía que su trabajo era importante y estaba orgulloso de lo que hacía.
Al mediodía, Margared llamaba a todos para almorzar. La comida estaba hecha con amor y siempre era deliciosa. Se sentaban todos juntos bajo la sombra de un gran árbol, disfrutando del momento.
—Hoy el Doctor vendrá a visitarnos —dijo Juan mientras comían—. Quiere asegurarse de que todos estamos sanos y fuertes.
Lia y Jhoan estaban emocionados. El Doctor era un buen amigo de la familia y siempre tenía historias interesantes que contar. Además, les hacía reír con sus bromas y trucos.
Por la tarde, el Doctor llegó a la granja. Era un hombre amable con una gran bolsa llena de herramientas médicas. Primero revisó a los niños, asegurándose de que estuvieran en perfectas condiciones.
—Lia, abre grande la boca y di «aaaa» —dijo el Doctor con una sonrisa.
—Aaaaaa —respondió Lia, riendo.
—Perfecto, estás tan sana como una manzana. Ahora es tu turno, Jhoan.
Después de revisar a todos, el Doctor se unió a la familia para la cena. La mesa estaba llena de platos deliciosos preparados por Margared. Todos se sentaron juntos, agradeciendo por la comida y la compañía.
—Es maravilloso ver cómo trabajan todos juntos en la granja —dijo el Doctor—. La unión familiar es lo más importante.
Los niños se prepararon para dormir con sueños dulces y tranquilos. Margared les leyó un cuento antes de acostarlos, mientras Juan se aseguraba de que todo estuviera en orden para el día siguiente.
—Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá —dijeron Lia y Jhoan, acurrucándose en sus camas.
—Buenas noches, mis pequeños —respondieron Juan y Margared, apagando las luces.
Al amanecer, la familia se despertó con el canto de los gallos y el brillo del sol. Lia y Jhoan estaban listos para un nuevo día de aventuras en la granja.
—Hoy vamos a hacer algo especial —anunció Juan durante el desayuno—. Vamos a plantar un árbol nuevo en el jardín.
Los niños saltaron de emoción. Les encantaba plantar cosas y verlas crecer. Tomaron sus herramientas y siguieron a su papá al jardín. Escogieron un lugar perfecto y comenzaron a cavar.
—Mira, Jhoan, ¡hay un gusano! —dijo Lia, señalando un gusano que se retorcía en la tierra.
—¡Qué asco! Pero también es genial —respondió Jhoan, observándolo de cerca.
Después de cavar un hoyo lo suficientemente grande, colocaron el árbol joven en el suelo y lo cubrieron con tierra. Luego lo regaron con mucho cuidado.
—Este árbol crecerá alto y fuerte, igual que ustedes —dijo Juan, acariciando las cabezas de sus hijos.
Con el árbol plantado, los niños siguieron con sus tareas diarias, siempre con una sonrisa y muchas risas. La granja estaba llena de vida y alegría, gracias al amor y el trabajo en equipo de la familia.
En una de sus muchas aventuras, Lia y Jhoan decidieron explorar el viejo granero. Habían escuchado que había un tesoro escondido allí. Con linternas en mano, se adentraron en el granero polvoriento.
—¿Crees que encontraremos algo? —preguntó Lia, emocionada.
—¡Claro que sí! —respondió Jhoan—. Vamos a buscar en todas partes.
Rebuscaron entre las cajas viejas y las pilas de heno, riendo y contando historias sobre los tesoros que podrían encontrar. De repente, Lia tropezó con algo duro.
—¡Jhoan, mira esto! —dijo, señalando una vieja caja de madera.
Abrieron la caja con cuidado y encontraron un montón de juguetes antiguos y herramientas de granja. Aunque no era un tesoro de oro y joyas, para ellos era igual de valioso.
—¡Estos juguetes son geniales! —dijo Jhoan, sacando un carrito de madera.
—Sí, y estas herramientas son perfectas para jugar a ser granjeros —respondió Lia.
Llevaron la caja al patio y comenzaron a jugar, inventando historias y aventuras con sus nuevos juguetes. Margared, al verlos tan felices, se unió a ellos y juntos pasaron una tarde inolvidable.
Los días en la granja siempre estaban llenos de diversión y aprendizaje. Cada día era una nueva oportunidad para descubrir algo nuevo y compartir momentos especiales en familia. Lia y Jhoan aprendieron a valorar el trabajo, la naturaleza y, sobre todo, el amor y la unidad familiar.
Y así, en la granja soleada, la familia continuó viviendo sus días con alegría y humor, siempre trabajando juntos y disfrutando de cada momento. La historia de Juan, Lia, Jhoan, el Doctor y Margared es un recordatorio de que la verdadera riqueza se encuentra en el amor y la felicidad compartida.
Y colorín colorado, este cuento de aventuras y humor se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.