Cuentos de Humor

La Lección del Bosque: Cómo un Chiguirro Aprendió a Controlar su Ira

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un rincón verde y muy alegre del bosque tropical, vivía un chigüiro llamado Chispi. Chispi era un chigüiro con un corazón enorme, pero también tenía un problema: se enojaba muy rápido y a veces no sabía cómo controlar su ira. Cuando algo no salía como él quería, sus ojitos brillaban de enojo y entonces podía hacer cosas que no eran nada buenas ni divertidas.

Muy cerca de allí, en una rama alta de un árbol gigantesco, dormía un Oso Perezoso llamado Beto. Beto era conocido en todo el bosque por ser el ser más tranquilo y calmado, siempre con su sonrisa pausada y su paso lento y relajado. A Beto le encantaba dormir y soñar, y su sueño era tan profundo que casi nada podía despertarlo.

Un día, Chispi estaba especialmente malhumorado porque había perdido una carrera jugando con sus amigos conejos. Su enojo iba creciendo sin control, y decidió que debía sacar toda esa frustración de alguna manera. Paseando por el bosque, vio que Beto dormía tranquilamente colgando de una rama, justo debajo de unas sandías enormes que crecían enredadas en una planta cercana. “¡Ja! Ahora sí, le enviaré un par de estas sandías para que se despierte y vea quién manda aquí”, pensó Chispi.

Sin pensarlo mucho, recogió una sandía grande y pesada, la levantó con esfuerzo, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia Beto. La sandía no alcanzó a darle, pero sí hizo un ruido fuerte al chocar en el suelo, lo que despertó al oso perezoso. Beto abrió sus ojos lentamente y vio a Chispi, que ya tenía otra sandía en las manos, con el ceño fruncido y la cara lista para lanzar otra vez. Chispi, sin detenerse, lanzó la segunda sandía, que esta vez sí rozó el hombro de Beto.

—¡Oye, Chispi! —dijo Beto, medio somnoliento pero sin perder la calma—. ¿Por qué me tiras sandías? ¿Acaso crees que eso es divertido?

Chispi, respirando fuerte por el enojo y la carrera para tirar la sandía, respondió:

—¡Porque tú siempre estás durmiendo y no haces nada! ¡Quiero que te despiertes y juegues conmigo!

Beto suspiró profundamente y se colgó de su rama con cuidado para no caerse.

—Chispi, no creo que lanzarme sandías sea la mejor manera de invitarme a jugar. ¿Sabes? Cuando alguien está enojado así, es mejor encontrar formas de calmarse en lugar de molestar a los demás.

Chispi cruzó sus patas y contestó con un gruñido:

—¡Pero no sé cómo calmarme! Cuando me enojo, siento como si me ardiera todo por dentro.

Beto, con una sonrisa tranquila, bajó lentamente de su árbol y se sentó cerca de Chispi.

—Mira, yo también me enojo a veces —dijo Beto—, aunque no lo parezca. Pero aprendí que cuando siento que el enojo me crece, contar hasta diez, respirar profundo o simplemente caminar despacio pueden ayudarme a controlarlo.

Chispi miró a Beto con cara de duda:

—¿De verdad crees que eso funciona? A mí eso me parece muy lento, yo quiero explotar ya.

—Comprendo, pero las explosiones hacen que luego todos se sientan mal, tú también. ¿Recuerdas cómo te sientes después de tirar esas sandías? —preguntó Beto.

Chispi pensó un momento y admitió:

—Me siento cansado y algo triste porque Beto parece molesto conmigo.

Beto asintió amable y le dijo:

—Eso es porque no quieres lastimar a tus amigos, pero a veces tu enojo te juega una mala pasada. ¿Quieres que te enseñe un ejercicio que a mí me ayuda mucho?

Chispi se animó un poco y asintió.

—Vamos a intentarlo —dijo Beto—. Primero, respira profundo por la nariz, aguanta la respiración contando hasta tres, y luego suelta el aire despacito por la boca. Repite eso varias veces y verás que tu pecho se siente más tranquilo.

Chispi intentó seguir las instrucciones. Inhaló profundamente, contando mentalmente uno, dos, tres, y exhaló lentamente. Lo hizo unas cuantas veces y, para sorpresa suya, el calor dentro de su pecho empezó a calmarse.

—¡Vaya! —dijo Chispi con una pequeña sonrisa—. Creo que me siento un poquito mejor.

—¡Claro que sí! Pero también hay que aprender a pensar antes de actuar. Cuando algo te haga enojar, en lugar de soltar todo, detente, respira y piensa qué opción te hará sentir mejor después —explicó Beto con paciencia—. Por ejemplo, si estás molesto con alguien, puedes hablar con respeto para resolverlo o simplemente alejarte un rato a respirar.

Chispi sacudió el pelaje, más calmado y curioso.

—¿Y tú qué haces cuando te enojas? —preguntó.

—Suele pasarme que quiero responder rápido cuando algo me molesta, pero entonces pienso en mis amigos y en lo que me enseñaron mis abuelos: la paciencia y el buen trato hacen que todos podamos vivir en paz. A veces me doy un paseo lento por el bosque, o me encuentro una rama para balancearme y relajarme, hasta que el enojo se va.

Chispi se imaginó bajando lentamente unos árboles y jugando con las hojas, y eso le pareció divertido y relajante.

De repente, un grupo de animales apareció cerca: estaban la ardilla Rini, el tucán Tomás y el pequeño mono Miko, que venían corriendo y riendo. Se habían enterado del “ataque de sandías” y querían saber qué había pasado.

Chispi, con algo de vergüenza, contó la historia, esperando que todos pudieran estar enojados con él.

Pero para su sorpresa, Rini dijo:

—Bueno, todos nos enojamos alguna vez, pero lo importante es aprender a controlarlo y no lastimar a los demás.

Tomás añadió con su pico abierto en señal de entusiasmo:

—¡Exacto! Y Beto tiene razón: podemos calmarnos con ejercicios y también contando chistes para reírnos y olvidarnos de la bronca.

Miko, que era el más pequeño y travieso, saltó y dijo:

—Yo sé un chiste: ¿Qué le dijo el árbol al viento? ¡No me soples, que me despeino!

Todos rieron mucho y la alegría empezó a llenar el bosque.

Chispi se sintió contento al ver que sus amigos no estaban enojados con él y que podían reír juntos. Pensó que él también podía ser como Beto y sus amigos: alguien que sonríe y controla sus emociones para vivir feliz.

Desde aquel día, cada vez que Chispi sentía que su ira iba a explotar, recordaba el consejo de Beto y el ejercicio de respirar profundo. También aprendió a contar chistes y a buscar a sus amigos para jugar en vez de hacer cosas que podían lastimar.

Por supuesto, como todos, tenía días malos, pero gracias a su esfuerzo y a sus amigos, su corazón se volvió más paciente y alegre.

Y Beto, el Oso Perezoso, seguía disfrutando de sus siestas, sabiendo que había ayudado a un amigo a cambiar para bien.

Al final, Chispi descubrió que controlar la ira no solo nos hace sentir mejor, sino que también convierte a todos en mejores compañeros para vivir y jugar juntos en el bosque.

Así, gracias a una lección inesperada con sandías voladoras y mucha paciencia, el bosque se volvió un lugar más feliz y tranquilo para todos sus habitantes.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero la sonrisa y la calma de Chispi y Beto seguirán viviendo en el bosque para siempre.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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