En el amplio jardín de la casa de Marta, cada verano, ella y su amigo Lucas solían tenderse sobre el césped fresco para observar las estrellas. Las luciérnagas danzaban a su alrededor, pero eran las estrellas las que robaban toda su atención.
Una noche, mientras se encontraban en su ritual estival, una particular agrupación de estrellas empezó a brillar con más intensidad. Para su sorpresa, un grupo de ellas se desprendió y descendió suavemente hasta situarse justo enfrente de los niños.
«Saludos, pequeños terrícolas», dijo la estrella más grande, con una voz suave y centelleante. «Soy Leo, del grupo de constelaciones, y estas son las estrellas de mi reino. Nos hemos dado cuenta de su amor por el cielo nocturno y hemos venido a contarles algunas historias estelares».
Lucas, con los ojos como platos, miró a Marta, quien asintió emocionada, dándole a entender que no estaba soñando.
«¿Has escuchado sobre la Vía Láctea?», preguntó una estrella más pequeña y brillante. Sin esperar respuesta, continuó, «Es nuestro hogar, una galaxia llena de misterios y belleza».
Mientras las estrellas hablaban, el jardín se iluminó con imágenes proyectadas del cosmos. Las estrellas contaron cómo las constelaciones eran en realidad historias dibujadas en el cielo, historias que se habían transmitido durante milenios.
Leo narró valientes batallas contra monstruos celestes y cómo había obtenido su lugar en el cielo. Las estrellas contaron sobre planetas lejanos, agujeros negros y nebulosas de colores que parecían obras de arte.
A medida que las historias se desarrollaban, los ojos de Marta y Lucas brillaban de emoción. Ambos sentían como si hubieran sido transportados al espacio, viviendo cada cuento en primera persona.
Después de lo que parecieron horas de relatos y aventuras, Leo dijo: «Es hora de que regresemos a nuestro lugar en el firmamento. Pero antes, queremos dejarles un regalo».
Una pequeña estrella se adelantó y dejó caer polvo estelar sobre Marta y Lucas. «Con esto», dijo, «siempre recordarán nuestras historias y soñarán con mundos lejanos».
El grupo de estrellas ascendió lentamente, retomando su lugar en el cielo, dejando a Marta y Lucas maravillados.
«¿Crees que volverán?», preguntó Lucas, todavía impresionado.
«Quién sabe», respondió Marta, «pero ahora cada vez que miremos las estrellas, sabremos que hay historias esperando ser contadas».
Exhaustos pero felices, los niños se acomodaron en el césped, y bajo el manto de estrellas, con la mente llena de maravillosas historias, se quedaron dormidos.
Conclusión:
La naturaleza tiene una forma mágica de conectarse con nosotros. Aquella noche, Marta y Lucas no solo observaron las estrellas, sino que se convirtieron en parte de ellas. Y aunque podría haber sido un sueño, para ellos fue una realidad que siempre llevarían en sus corazones.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.