Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Guacarí, dos hermanas muy unidas y llenas de ideas brillantes. Jimena, la menor, tenía ocho años y un corazón tan grande como su imaginación. Siempre estaba buscando formas de ayudar a los demás. Dilian, la mayor, con diez años, era igual de creativa, pero además tenía una capacidad increíble para planear y organizar. Ambas vivían con su madre, una mujer bondadosa y trabajadora, que se desvivía por darles lo mejor. A pesar de que no tenían mucho, el amor que compartían en su hogar era inmenso.
Un día, mientras paseaban por las calles de su pueblo, Jimena y Dilian notaron algo que les preocupó mucho. En una esquina, vieron a un grupo de niños pequeños que parecían estar esperando a alguien, pero no había adultos a la vista. Los niños estaban cansados y algunos, incluso, se veían tristes. Al acercarse, las hermanas se enteraron de que estos niños tenían padres que trabajaban en turnos nocturnos y no tenían un lugar seguro donde quedarse mientras sus padres estaban en sus trabajos. Algunos de ellos eran cuidados por vecinos que no siempre podían atenderlos bien, y otros, simplemente, esperaban a que sus padres regresaran, sintiéndose solos y asustados.
Jimena, con su corazón sensible, sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo podía ser que esos niños no tuvieran un lugar donde sentirse seguros y protegidos mientras sus padres trabajaban? Dilian, más práctica, empezó a pensar en posibles soluciones. Sabía que tenía que haber una manera de ayudar a esos niños y a sus familias. Esa noche, mientras cenaban en casa, compartieron sus preocupaciones con su madre.
La madre, siempre dispuesta a escuchar a sus hijas, las miró con cariño. Sabía lo mucho que a sus hijas les importaba el bienestar de los demás, y aunque la idea de crear algo tan grande como un lugar seguro para niños era complicada, no podía ignorar la determinación en los ojos de Jimena y Dilian.
—Mamá —dijo Jimena con voz suave—, hemos estado pensando… ¿Y si pudiéramos hacer algo para ayudar a esos niños? Algo que les permita estar seguros y felices mientras sus padres trabajan de noche.
La madre las miró con sorpresa, pero también con orgullo. Sus hijas estaban creciendo y demostraban un gran corazón. Pero, como toda madre, también quería asegurarse de que entendieran la magnitud de lo que estaban proponiendo.
—Es una idea maravillosa, mis amores —respondió su madre—. Pero necesitan pensar en cómo lo harían. ¿Dónde estaría ese lugar? ¿Quién cuidaría de los niños? ¿Cómo lo organizarían?
Dilian, siempre lista para un desafío, ya había estado pensando en esas preguntas.
—Podríamos usar ese edificio viejo que está vacío cerca de la plaza —sugirió Dilian—. Es lo suficientemente grande y con un poco de trabajo podríamos convertirlo en un lugar acogedor. Y podríamos invitar a algunos adultos responsables del pueblo para que nos ayuden a cuidar a los niños.
Jimena, emocionada, saltó de su silla.
—¡Y podríamos llamarlo «Arrullo»! Como cuando mamá nos cantaba para dormirnos. Sería un lugar donde los niños se sientan protegidos y queridos, como si estuvieran en casa.
La madre sonrió, viendo la pasión en sus hijas. Sabía que esto no sería fácil, pero también sabía que, con el apoyo adecuado, sus hijas podrían lograr grandes cosas.
—Está bien, chicas —dijo finalmente—. Les ayudaré a planear todo, pero también necesitaremos hablar con alguien que pueda guiarnos en este proyecto. Conozco a alguien que podría ayudarnos.
Al día siguiente, la madre llevó a Jimena y a Dilian a ver a un consejero del pueblo, un hombre sabio y amable que había ayudado a muchas personas a desarrollar proyectos para la comunidad. El consejero, al escuchar la idea de las niñas, quedó impresionado por su iniciativa.
—Este es un proyecto muy noble —dijo el consejero, mirando a las niñas con ojos llenos de admiración—. Y estoy dispuesto a ayudarlas. Pero tendrán que trabajar duro y estar dispuestas a aprender mucho en el proceso.
Con la ayuda del consejero y su madre, Jimena y Dilian comenzaron a trabajar en su proyecto «Arrullo». Lo primero que hicieron fue visitar el edificio viejo que Dilian había mencionado. Estaba en bastante mal estado, con paredes sucias y ventanas rotas, pero las niñas no se desanimaron. Con la ayuda de su madre y de algunos vecinos que también querían ayudar, comenzaron a limpiar y a reparar el lugar.
Pasaron semanas trabajando duro, pero poco a poco, el edificio comenzó a transformarse. Pintaron las paredes con colores alegres, arreglaron las ventanas para que entrara la luz de la luna y colocaron alfombras suaves en el suelo. También hicieron un llamado a la comunidad para recolectar juguetes, libros y camas pequeñas para los niños.
Mientras trabajaban, más y más personas del pueblo comenzaron a unirse al proyecto. Había abuelos que venían a contar cuentos, jóvenes que ayudaban a pintar y a decorar, y otros padres que, aunque trabajaban de día, querían contribuir de alguna manera. Jimena y Dilian estaban emocionadas de ver cómo su idea estaba uniendo a toda la comunidad.
Finalmente, después de mucho trabajo, «Arrullo» estaba listo para abrir sus puertas. El día de la inauguración, Jimena y Dilian estaban nerviosas pero llenas de esperanza. ¿Vendrían los niños? ¿Les gustaría el lugar que habían creado con tanto amor?
Esa noche, cuando cayó el sol, comenzaron a llegar los primeros niños. Algunos venían de la mano de sus padres, quienes les aseguraban que estarían seguros y bien cuidados. Otros llegaban un poco tímidos, sin saber qué esperar. Pero cuando entraron en «Arrullo», sus ojos se iluminaron. Había juguetes, libros, camas cómodas y, sobre todo, personas que los recibían con una sonrisa.
Jimena y Dilian se encargaron de dar la bienvenida a cada niño, asegurándose de que se sintieran como en casa. Pronto, el lugar estaba lleno de risas y conversaciones. Los niños comenzaron a jugar, a leer cuentos y, poco a poco, a prepararse para dormir.
Una de las partes más especiales de «Arrullo» era la hora de dormir. Cada noche, antes de que los niños se acostaran, Jimena y Dilian, junto con su madre, cantaban una canción de cuna, como las que su madre les cantaba a ellas cuando eran pequeñas. La canción era suave y reconfortante, y pronto se convirtió en el momento favorito de todos los niños.
Con el tiempo, «Arrullo» se convirtió en un lugar muy importante para la comunidad. No solo era un lugar donde los niños podían estar seguros mientras sus padres trabajaban, sino que también era un lugar donde se sentían queridos y valorados. Jimena y Dilian, aunque eran jóvenes, demostraron que con determinación y un corazón lleno de amor, podían hacer una gran diferencia en la vida de muchas personas.
Los padres del pueblo estaban agradecidos por el proyecto de las hermanas, y muchos de ellos también comenzaron a ofrecerse como voluntarios para ayudar en «Arrullo». Incluso se organizaban actividades especiales los fines de semana, donde los padres podían pasar tiempo con sus hijos en un ambiente seguro y acogedor. Había talleres de arte, sesiones de lectura y hasta noches de cine con películas aptas para los más pequeños.
Jimena y Dilian, a pesar de su juventud, se convirtieron en líderes en su comunidad. Aprendieron a organizar horarios, a coordinar a los voluntarios y a asegurarse de que cada niño recibiera la atención que necesitaba. Pero lo más importante, aprendieron el valor de la empatía, la solidaridad y el trabajo en equipo.
Un día, el consejero que había ayudado a las hermanas desde el principio las visitó en «Arrullo». Las encontró ocupadas, ayudando a un grupo de niños a prepararse para dormir. Cuando terminaron, se acercó a ellas con una sonrisa.
—Estoy muy orgulloso de ustedes —les dijo—. Lo que han logrado aquí es increíble. Han creado un lugar donde no solo se cuida a los niños, sino donde también se les da amor y seguridad. Han cambiado la vida de muchas familias, y eso es algo que nunca olvidarán.
Jimena y Dilian sonrieron, agradecidas por las palabras del consejero. Sabían que su trabajo no había terminado, pero estaban felices de poder hacer algo tan significativo. Cada noche, cuando cantaban la canción de cuna y veían a los niños dormir tranquilos, sentían que todo el esfuerzo había valido la pena.
Así, «Arrullo» se convirtió en un pilar de la comunidad de Guacarí. Un lugar donde los niños podían soñar tranquilos, sabiendo que estaban rodeados de personas que los querían. Jimena y Dilian continuaron cuidando de «Arrullo» durante muchos años, y aunque crecieron y tomaron caminos diferentes, nunca olvidaron la importancia de ayudar a los demás.
Y así, cada noche, las luces de «Arrullo» seguían brillando, guiando a los niños hacia un sueño tranquilo y seguro, sabiendo que siempre habría alguien allí para cuidarlos.
Fin
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Noche en que Stanley Llegó a Casa
La Historia del Príncipe Jarekurz y Yazpi
La Puerta Mágica de Valentina y Mary
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.