Había una vez en un hermoso jardín, una flor llamada Lycoris Radiata. Esta flor tenía pétalos rojos brillantes que parecían pequeños fuegos en medio del jardín. Pero un día, Lycoris Radiata comenzó a sentirse muy cansada. Sus pétalos, que antes eran fuertes y radiantes, empezaron a secarse y caerse uno a uno. El frío de la noche la envolvía y la ahogaba, dejándola sin fuerzas para crecer y abrirse al sol.
Lycoris Radiata estaba muy triste. No sabía por qué se sentía tan débil. Las otras flores del jardín intentaban animarla, pero nada parecía funcionar. Se sentía sola y desamparada, preguntándose si alguna vez volvería a sentirse fuerte y hermosa.
Un día, un joven jardinero pasó por el jardín y vio a Lycoris Radiata. Era un chico amable, con un sombrero grande y unas jardineras llenas de tierra. Sus ojos brillaban con bondad y compasión. Al ver la triste flor, se arrodilló a su lado y la miró de cerca.
—Oh, querida Lycoris Radiata, —dijo el joven jardinero—. ¿Qué te ha pasado? Estás tan cansada y débil. Pero no te preocupes, te cuidaré.
El joven jardinero cubrió a Lycoris Radiata con sus manos cálidas. Era como si un manto de ternura y cuidado la envolviera. La flor sintió una chispa de esperanza en su corazón. Quizás, solo quizás, podría volver a sentirse fuerte otra vez.
Cada día, el joven jardinero regresaba al jardín. Le traía agua fresca y le hablaba con dulzura. Le cantaba canciones suaves y le contaba historias sobre el sol, la lluvia y las estrellas. Poco a poco, Lycoris Radiata empezó a sentirse mejor. Sus pétalos, que antes estaban secos y marchitos, comenzaron a recuperar su color y vitalidad.
Una mañana, mientras el sol comenzaba a salir, el joven jardinero vio que Lycoris Radiata había abierto sus pétalos completamente. Era una visión espectacular. Los colores vibrantes de sus pétalos iluminaban el jardín, y la flor parecía sonreír al mundo.
—Mira lo hermosa que eres ahora, —dijo el joven jardinero con una sonrisa—. Sabía que podías hacerlo. Siempre tuviste esa fuerza dentro de ti.
Lycoris Radiata se sentía agradecida y feliz. Sabía que sin el cuidado y el amor del joven jardinero, no habría podido recuperarse. Pero también sabía que su propia fuerza interior había jugado un papel importante.
Día tras día, el joven jardinero y Lycoris Radiata se hicieron grandes amigos. Él le enseñó sobre las diferentes estaciones y cómo cada una traía algo especial al jardín. Le mostró cómo las mariposas venían a visitarla, atraídas por su belleza. Y juntos, celebraron cada nuevo brote y cada nuevo amanecer.
Pero un día, una gran tormenta se acercó al jardín. El cielo se oscureció y el viento empezó a soplar con fuerza. Lycoris Radiata estaba asustada. Temía que sus pétalos se volvieran a caer y que todo el trabajo que habían hecho juntos se perdiera.
El joven jardinero corrió hacia ella y la cubrió con sus brazos. —No te preocupes, Lycoris Radiata. Estoy aquí contigo. Te protegeré.
Y así lo hizo. Durante toda la tormenta, el joven jardinero permaneció a su lado, asegurándose de que no sufriera daño. Cuando la tormenta finalmente pasó, Lycoris Radiata estaba a salvo. Un poco golpeada por el viento, pero aún fuerte y hermosa.
—Gracias por cuidarme, —dijo Lycoris Radiata—. No sé qué habría hecho sin ti.
El joven jardinero sonrió y respondió —Siempre estaré aquí para ti. Eres una parte muy especial de este jardín y de mi vida.
Con el tiempo, Lycoris Radiata aprendió a ser fuerte por sí misma. Sabía que, aunque el joven jardinero siempre estaría allí para ayudarla, también tenía la fuerza interior para enfrentar cualquier desafío. Y el joven jardinero, a su vez, aprendió que cuidar de las cosas que amamos es lo que nos hace verdaderamente felices.
Y así, en aquel jardín lleno de vida y amor, Lycoris Radiata y el joven jardinero vivieron muchas aventuras juntos. Cada día traía algo nuevo, algo hermoso. Y cada noche, al irse a dormir, ambos sabían que siempre se tendrían el uno al otro, sin importar lo que ocurriera.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Que tengas dulces sueños y recuerda siempre cuidar de los que amas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.