En un reino muy lejano, donde las flores susurraban secretos al viento y las estrellas guiaban los sueños de los viajeros, vivían dos pequeñas princesas, Antonella y Monserrat. Eran conocidas en todo el reino no solo por su nobleza, sino también por su espíritu travieso y su desbordante imaginación.
Las princesas tenían un mundo propio en su habitación, un lugar lleno de juguetes, vestidos de todos los colores del arcoíris y aventuras esperando ser vividas. Antonella, con su cabello rizado coronado por una tiara algo torcida, y Monserrat, con trenzas que bailaban al ritmo de su risa, eran la alegría del castillo.
Sin embargo, había algo que las hermanas no disfrutaban en absoluto: las rutinas diarias. Bañarse, peinarse y, sobre todo, acostarse temprano eran tareas que parecían monstruos fastidiosos en sus cuentos de hadas.
La Reina Jennifer, su mamá, cada noche intentaba llevar a cabo la misión casi imposible de acostar a las dos pequeñas princesas. Con paciencia y amor, pero también con la firmeza de una reina, les recordaba la importancia de descansar para vivir nuevas aventuras al día siguiente.
Una noche, como tantas otras, la Reina Jennifer encontró a Antonella y Monserrat jugando a ser exploradoras en un océano de sábanas y almohadas, navegando hacia una isla desconocida. Los vestidos de princesa estaban olvidados en un rincón, sustituidos por capas imaginarias y coronas hechas de luz de luna.
«Hora de bañarse, princesas», anunció la reina con una sonrisa, sabiendo lo que vendría a continuación.
«¡Pero mamá, estamos a punto de descubrir un tesoro escondido!» Exclamó Antonella, con los ojos brillantes de emoción.
«Y hay dragones que protegen la isla. ¡No podemos irnos ahora!» Añadió Monserrat, agitando su varita mágica hecha de una pluma encontrada en el jardín.
La Reina Jennifer pensó un momento y luego, con una chispa en los ojos, dijo: «¿Y si os digo que en la bañera hay un tesoro escondido y que necesitáis ser valientes sirenas para recuperarlo?»
Las princesas se miraron, intrigadas. La idea de convertirse en sirenas y encontrar tesoros ocultos en las profundidades de su propia bañera les pareció la mejor aventura de la noche.
Con risas y salpicaduras, la misión de bañarse se convirtió en una exploración submarina. La Reina Jennifer, al ver a sus hijas disfrutar del baño, sonrió, sabiendo que había ganado esta pequeña batalla.
Luego llegó el momento de peinarse, otra gran batalla. Pero esta noche, la reina tenía otro plan.
«Mientras peino vuestros cabellos, os contaré la historia de una princesa cuyo cabello tenía poderes mágicos. Pero solo si estaba bien peinado», comenzó la Reina Jennifer.
Fascinadas, Antonella y Monserrat escucharon cada palabra, dejando que su mamá desenredara sus cabellos y tejiera en ellos la magia de nuevas historias.
Finalmente, cuando las estrellas comenzaban a brillar más fuerte, señalando que era hora de dormir, las princesas protestaron, como era costumbre.
«Pero aún no estamos cansadas», decían, bostezando entre palabras.
«¿Sabéis?», comenzó la reina, sentándose junto a ellas. «Cada noche, cuando cerráis los ojos, vuestras mentes viajan a mundos donde sois las heroínas de vuestras propias aventuras. Pero solo podéis llegar allí si os dormís.»
Con los ojos llenos de sueños por vivir, Antonella y Monserrat se acomodaron en sus camas, listas para zarpar hacia nuevas aventuras en el país de los sueños.
La Reina Jennifer les dio un beso de buenas noches y susurró: «Os amo, mis pequeñas exploradoras. Que vuestros sueños os lleven a lugares maravillosos.»
Y así, cada noche, el castillo se sumergía en un silencio lleno de esperanza y amor. Antonella y Monserrat, con sus corazones valientes y sus mentes llenas de imaginación, aprendieron que cada tarea, cada rutina, podía ser una aventura si se miraba con los ojos de la fantasía.
En el reino, las historias de las dos pequeñas princesas que convertían lo cotidiano en magia se tejían entre los susurros de la noche, recordándoles a todos que la magia está en los ojos de quien la mira.
Y mientras la luna vigilaba desde el cielo, el castillo dormía tranquilo, guardando en sus muros el secreto de una vida llena de maravillas, esperando que el nuevo día trajera consigo nuevas aventuras para Antonella, Monserrat y la Reina Jennifer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.