Cuentos de Princesas

Keren, la Princesa de Dios

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña princesa llamada Keren. Ella tenía el cabello largo y ondulado, y siempre llevaba un vestido blanco y largo que brillaba como las estrellas. Ella vivía en un castillo hermoso rodeado de jardines llenos de flores de todos los colores. Pero lo que más le gustaba a Keren no eran los lujos del castillo, sino cantarle a Dios y danzar en el jardín.

Cada mañana, Keren se despertaba temprano, justo cuando el sol comenzaba a asomar por el horizonte. Se vestía con su vestido blanco y corría al jardín, donde las flores se abrían para recibir la luz del sol. Allí, Keren comenzaba a cantar con una voz dulce y melodiosa, llenando el aire de alegría. Sus canciones hablaban del amor de Dios, de su bondad y de lo feliz que se sentía de ser su hija.

Además de cantar, a Keren le encantaba leer historias de la Biblia. Tenía un libro muy especial, con una cruz dorada en la portada, que contenía todas sus historias favoritas. Uno de los relatos que más le gustaba era el de Jesús, que prometía volver algún día para llevar a sus hijos e hijas al cielo. Keren soñaba con ese día, imaginándose jugando, danzando y cantando cerca de Dios.

Un día, mientras Keren leía su libro bajo el gran roble del jardín, vio una figura luminosa acercarse. Era un ángel, con alas brillantes y una sonrisa serena. «Hola, Keren,» dijo el ángel con una voz suave. «He venido a decirte que Dios escucha tus canciones y ve tu amor por Él. Tu fe y alegría son un tesoro muy valioso.»

Keren, con los ojos abiertos de par en par, respondió: «¿De verdad? ¡Eso me hace muy feliz! Siempre he querido conocer a Dios y estar cerca de Él.» El ángel asintió y le entregó una flor dorada. «Esta flor es un símbolo del amor de Dios hacia ti. Sigue cantando y danzando, Keren. Él siempre estará contigo.»

Desde ese día, Keren cuidó la flor dorada con mucho cariño. La plantó en el centro del jardín y cada día la regaba y le cantaba. La flor creció fuerte y brillante, y su luz se podía ver desde todos los rincones del reino. La gente del pueblo venía de lejos para ver la flor mágica y escuchar a la princesa cantar. Todos se llenaban de paz y alegría al estar cerca de Keren y su jardín.

A medida que pasaban los años, el amor de Keren por Dios no hacía más que crecer. Cada vez que le ponían un vestido blanco y largo, ella sentía una emoción especial, como si ya estuviera cerca de Dios. Su esperanza de verlo algún día se mantenía viva en su corazón.

Un día, mientras Keren estaba danzando y cantando como de costumbre, una luz muy brillante apareció en el cielo. Todos en el reino miraron asombrados, sin saber qué estaba sucediendo. La luz se hizo cada vez más grande y, de repente, una voz fuerte y amable resonó: «¡Keren, mi querida hija!»

Keren supo de inmediato que era Dios llamándola. Corrió hacia la luz con el corazón lleno de alegría. «¡Dios, eres Tú!» exclamó. «He esperado este día toda mi vida.» La luz envolvió a Keren y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un lugar maravilloso, lleno de colores y melodías celestiales.

Allí, Keren vio a Dios rodeado de ángeles y niños que jugaban y reían. Todos cantaban y danzaban en un hermoso jardín, mucho más grande y brillante que el de su castillo. «Bienvenida, Keren,» dijo Dios con una sonrisa. «Tu amor y fe te han traído hasta aquí. Ahora, puedes cantar, danzar y jugar cerca de Mí para siempre.»

Keren sintió una felicidad inmensa y comenzó a cantar una canción nueva, llena de gratitud y amor. Mientras cantaba, los ángeles la acompañaban con sus voces armoniosas y los niños danzaban a su alrededor. El jardín celestial se llenó de una luz aún más intensa, reflejando la alegría de todos.

En el reino terrenal, la gente notó que la flor dorada de Keren brillaba más que nunca, como si estuviera celebrando algo especial. Aunque no sabían exactamente qué había sucedido, sentían en sus corazones que Keren estaba feliz y en un lugar hermoso.

Con el tiempo, las historias de la princesa Keren y su jardín se convirtieron en leyendas que pasaban de generación en generación. Los niños crecían escuchando sobre su fe y su amor por Dios, inspirándose a seguir su ejemplo. El jardín del castillo se mantenía cuidado y lleno de flores, y siempre había alguien dispuesto a cantar y danzar en honor a Keren.

Y así, la historia de Keren, la Princesa de Dios, continuó inspirando a muchos, enseñándoles que el amor y la fe pueden llevar a lugares maravillosos. Aunque Keren ya no estaba en el castillo, su espíritu y su amor por Dios seguían vivos en cada flor y en cada canción que se escuchaba en el reino.

Keren vivió feliz para siempre en el cielo, cerca de Dios, cantando y danzando junto a los ángeles y los niños, rodeada de un amor infinito. Y en la tierra, su legado perduró, recordando a todos que, con fe y amor, los sueños más hermosos pueden hacerse realidad.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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