En el corazón del vasto y misterioso Bosque de las Luciérnagas, vivía una princesa no como las demás. Penélope, que así se llamaba, tenía la singularidad de hablar con los animales y entender sus preocupaciones y alegrías. No llevaba corona ni vestía ropajes de seda, pero su corazón era más dorado que el oro más puro y su espíritu tan libre como el viento que susurraba entre los árboles.
Penélope había escogido como compañía a los seres más extraordinarios y fieles que uno podría imaginar: Miumiu, un gato blanco con manchas grises y ojos como esmeraldas; Conejo, pequeño y peludo, siempre listo para una aventura; Zorrino, un zorro de actitud juguetona y curiosa, que a pesar de su nombre, jamás olía mal; y Mapache, astuto y ágil, un experto en solucionar problemas y encontrar objetos perdidos.
Un día, mientras exploraban el bosque, Penélope y sus amigos se toparon con una criatura que nunca antes habían visto. En un claro, bajo la sombra de un antiguo roble, yacía un zorro enorme, sus ojos mostraban una mezcla de tristeza y miedo. Al principio, Penélope se sintió intimidada, pero pronto comprendió que no había nada que temer.
— No os asustéis — dijo suavemente Penélope, acercándose al zorro. — ¿Por qué estás tan triste?
El zorro, sorprendido de ser comprendido, suspiró hondamente antes de responder:
— Me llamo Zorrino, igual que tu amigo, pero mi vida ha sido muy diferente. He estado solo mucho tiempo, vagando por el bosque, esperando encontrar un lugar donde ser querido y aceptado.
La bondad de Penélope no conocía límites. Con una sonrisa, le ofreció al zorro lo que más deseaba:
— Zorrino, este bosque es grande y mi corazón también. Tú también puedes ser parte de nuestra familia. ¿Te gustaría eso?
Las lágrimas brillaron en los ojos de Zorrino mientras asentía. Desde ese día, el nuevo Zorrino se unió al grupo, y la alegría en el bosque creció aún más. Juntos, ayudaban a los animales en necesidad, organizaban fiestas con frutas silvestres y jugaban entre las cascadas de cristal.
Pero la verdadera prueba de su bondad llegó un invierno cuando el frío se tornó más cruel de lo habitual. Muchos animales, sin suficiente comida o refugio, se acercaron a Penélope. Sin pensarlo dos veces, abrió las puertas de su amplia casa en el árbol para todos.
— Ningún amigo mío pasará frío o hambre mientras yo pueda evitarlo — declaró con determinación.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.