Había una vez una pequeña princesa llamada Lissa. Lissa era una niña de 2 años muy especial. Tenía una gran sonrisa y una energía que la hacía brillar allá donde iba. Su cabello era castaño claro y siempre lo llevaba suelto, lleno de rizos que saltaban cada vez que ella corría o bailaba. Le encantaba vestirse como una princesa, y su vestido favorito era uno rosado con brillitos que la hacía sentir como en un cuento de hadas.
Lissa vivía en una casa rodeada de un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores. Las rosas rojas, las margaritas blancas y los girasoles amarillos bailaban suavemente al ritmo del viento cada mañana. A Lissa le encantaba explorar el jardín, y lo hacía cada día después de desayunar. Siempre llevaba en su manita un trozo de pizza, su comida favorita, y una pequeña taza de jugo de manzana, porque nunca podía resistirse a la combinación de ambos.
Una mañana, mientras Lissa caminaba descalza sobre el césped suave del jardín, algo llamó su atención. Era una mariposa enorme, con alas de colores que brillaban bajo la luz del sol. Lissa, muy emocionada, dejó su trozo de pizza en una mesita y comenzó a seguir a la mariposa. La mariposa volaba despacio, como si quisiera jugar con ella.
—¡Mariposa, espera! —dijo Lissa mientras daba vueltas y saltaba tratando de alcanzarla.
Pero la mariposa, juguetona, volaba más y más lejos. Lissa, sin darse cuenta, llegó a una parte del jardín que no conocía. Allí, entre los arbustos, descubrió algo sorprendente: una pequeña puerta dorada, oculta bajo unas ramas. La curiosidad de Lissa fue más fuerte que el miedo, así que decidió abrir la puerta.
Al otro lado, encontró un mundo mágico. Todo era mucho más grande, y los animales que antes parecían pequeños ahora eran gigantes. Un conejo blanco, más grande que Lissa, se le acercó y le dijo:
—¡Bienvenida, princesa Lissa! Hemos estado esperándote.
Lissa, con los ojos bien abiertos, no podía creer lo que veía. El conejo hablaba, ¡y la llamaba princesa!
—¿Me estaban esperando? —preguntó Lissa, muy emocionada.
—Sí —respondió el conejo—. Aquí en el Reino del Jardín Encantado, sabemos de todas las princesas del mundo, y tú eres una de las más especiales. Ven, te mostraré todo lo que este lugar tiene para ofrecer.
El conejo llevó a Lissa a través de prados llenos de flores gigantes, donde las abejas eran tan grandes como su cabeza, pero todas eran amables y dulces. El cielo era de un azul profundo, y las nubes parecían algodón de azúcar. Lissa sentía que estaba dentro de uno de sus sueños más bonitos.
Mientras caminaba junto al conejo, vio algo que le encantó: un enorme árbol con luces que titilaban, como si fuera Navidad. Bajo el árbol había una mesa llena de comida, ¡y adivina qué! Había pizza, mucha pizza, y un gran cuenco de jugo de manzana.
—¡Este es el mejor lugar del mundo! —gritó Lissa, saltando de alegría.
Los animales del Reino del Jardín Encantado la invitaron a sentarse. Había ardillas, pajaritos y hasta una rana que tocaba una pequeña flauta. Todos querían compartir ese momento con la pequeña princesa. Comieron pizza, bebieron jugo de manzana, y Lissa les mostró sus mejores pasos de baile. Bailaba y giraba sin parar, sintiéndose más feliz que nunca.
Después de un buen rato de diversión, el conejo se le acercó nuevamente.
—Princesa Lissa, hay algo más que debes ver —dijo con una sonrisa.
La llevó hasta un lago de aguas cristalinas. En el centro del lago, había un pequeño bote decorado con flores. Lissa se subió al bote, y el conejo lo empujó suavemente hacia el centro. Desde allí, Lissa pudo ver todo el Reino del Jardín Encantado reflejado en el agua: los árboles brillantes, los animales sonrientes, y lo más importante, a ella misma, ¡como una verdadera princesa!
Pero pronto, el sol comenzó a bajar, y el cielo se tiñó de naranja y rosa. Lissa, aunque no quería irse, sabía que era hora de volver a casa. El conejo la acompañó de regreso a la pequeña puerta dorada.
—Gracias por venir, princesa Lissa. Recuerda, siempre que quieras volver, la puerta estará aquí para ti —dijo el conejo.
Lissa, feliz pero cansada, sonrió y le dio un gran abrazo al conejo.
—Volveré pronto —prometió antes de atravesar la puerta.
Cuando llegó al otro lado, todo estaba como antes: el jardín, las flores, su trozo de pizza sobre la mesa, y su taza de jugo de manzana. Todo parecía un sueño, pero Lissa sabía que lo había vivido de verdad.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, no podía dejar de pensar en su aventura en el Reino del Jardín Encantado. Se durmió con una gran sonrisa, sabiendo que era una princesa especial, y que siempre habría un lugar mágico esperándola cuando quisiera volver.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.