Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña princesa llamada Elena. Aunque tenía solo cinco años, Elena no era una princesa común. Desde que nació, algo en ella brillaba de una manera especial. Y es que Elena tenía superpoderes. Podía volar alto como los pájaros y, con solo pensar en algo, podía moverlo de un lado a otro sin siquiera tocarlo. Pero lo que más le gustaba a Elena en el mundo eran los perritos. Siempre soñaba con tener uno propio, y cada vez que veía un cachorro, su corazón se llenaba de felicidad.
Un día soleado, mientras jugaba en el jardín del castillo, Elena escuchó un débil llanto que venía del bosque cercano. Al principio, pensó que eran los pájaros, pero el sonido era diferente. Era más triste, como si alguien estuviera muy asustado. Intrigada, Elena se levantó y comenzó a seguir el sonido.
—¿Qué será eso? —se preguntó mientras sus pies pequeños la llevaban hacia el bosque.
Al llegar al borde del bosque, lo vio. Era un pequeño cachorrito de ojos brillantes y tristes, temblando de frío. Estaba solito, sin nadie que lo cuidara, y parecía asustado. Elena se acercó despacio para no asustarlo más.
—¡Hola, pequeño! —dijo Elena con su voz suave—. No te preocupes, te voy a ayudar.
El cachorro la miró con curiosidad, como si entendiera cada palabra. Elena, con su gran corazón, sabía que no podía dejarlo allí solo. Pero, para su sorpresa, al mirar más allá del pequeño cachorrito, vio algo más. En medio de unos arbustos, aparecieron varios perritos más, todos igual de asustados y solos.
—¡Oh, no! —exclamó Elena—. ¡Hay muchos más que necesitan ayuda!
Sin perder tiempo, Elena se colocó su capa mágica y, con un salto, comenzó a volar. Aterrizó suavemente junto a los perritos y, con un movimiento de sus manos, creó una burbuja cálida y brillante que los envolvió a todos. Los cachorritos dejaron de temblar al instante y comenzaron a mover sus colitas de felicidad.
—No se preocupen, pequeñitos. ¡Yo los llevaré a casa! —dijo con una gran sonrisa.
Elena voló rápidamente hacia el castillo, llevando a los cachorros dentro de la burbuja mágica. Al llegar, les preparó una comida deliciosa y suave. Los perritos estaban felices, brincando por todo el castillo y lamiendo las mejillas de Elena para agradecerle.
Pero Elena sabía que su trabajo aún no había terminado. Había más perritos en el bosque, y ellos también necesitaban su ayuda. Así que, sin pensarlo dos veces, se puso de nuevo su capa mágica y voló de regreso al bosque.
Durante todo el día, Elena recorrió el bosque de un lado a otro. Encontró cachorritos atrapados en ramas, otros escondidos entre las hojas, y algunos que buscaban comida sin saber dónde encontrarla. Con sus poderes, Elena liberaba a los cachorritos de los peligros y los llevaba a salvo al castillo. En su vuelo, el viento acariciaba su rostro, y la sonrisa en su cara brillaba más que el sol.
Los habitantes del reino, al ver a Elena volando de un lado a otro con su capa mágica y rodeada de perritos, no podían creer lo que veían. Todos comentaban lo valiente y bondadosa que era su pequeña princesa.
—¡Es una verdadera heroína! —decían los aldeanos—. ¡Está salvando a todos los perritos del reino!
Finalmente, cuando el sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas, Elena regresó al castillo por última vez ese día. Ahora tenía un castillo lleno de perritos felices, brincando y jugando. Los había salvado a todos, y su corazón estaba lleno de alegría.
Pero, al caer la noche, algo mágico sucedió. Los perritos comenzaron a ladrar emocionados, como si quisieran decirle algo a Elena. Al principio, no entendía qué era lo que pasaba, pero entonces, uno de los perritos más pequeños se le acercó y le dio un suave empujón con la nariz. Elena sonrió y lo tomó en brazos.
—¿Qué pasa, pequeñín? —le preguntó.
El perrito levantó su cabecita y, con sus ojos brillantes, miró hacia el cielo estrellado. Entonces, Elena comprendió. Su misión de salvar a los perritos no había terminado. No solo los había rescatado, sino que ahora debía encontrarles un hogar donde pudieran ser amados y cuidados.
Al día siguiente, Elena recorrió el reino una vez más, esta vez no en busca de perritos, sino de familias que pudieran adoptarlos. Iba de casa en casa, volando con su capa mágica, y cada familia que conocía se enamoraba de los cachorritos.
—¡Oh, qué dulces! —exclamaban—. ¡Nos encantaría cuidar de ellos!
En poco tiempo, todos los perritos encontraron un hogar lleno de amor. Las familias estaban felices, y los cachorritos brincaban de alegría en sus nuevas casas.
Al final del día, Elena regresó al castillo. Aunque ahora estaba un poco más vacío sin los perritos, su corazón estaba lleno de amor. Sabía que había hecho algo maravilloso. Había usado sus poderes no solo para volar y mover cosas, sino para ayudar a quienes más lo necesitaban.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Elena miró por la ventana y vio una estrella fugaz en el cielo.
—Mañana será otro día lleno de aventuras —susurró con una sonrisa.
Y con eso, se durmió profundamente, soñando con más perritos y más aventuras por vivir.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.