Alanis siempre había sido una niña solitaria. Desde que tenía memoria, nunca logró encajar en los grupos de amigos de la escuela. Cada vez que intentaba acercarse, se encontraba con risas burlonas o miradas despectivas. Los niños no la entendían. No sabían que, detrás de su timidez, se escondía un corazón lleno de deseos de ser aceptada y querida.
Un día, después de una tarde de rechazo, Alanis se retiró al jardín trasero de su casa, en busca de un rincón donde pudiera estar sola y pensar. Se sentó bajo el árbol más grande del jardín, un árbol viejo y torcido que siempre había sido su refugio. Mientras observaba las hojas moverse suavemente con la brisa, sus ojos se llenaron de lágrimas.
«¿Por qué no puedo tener un amigo?» pensó, triste.
Entonces, de repente, algo extraño sucedió. De entre las sombras del árbol, una figura comenzó a tomar forma. Al principio, era solo una sombra difusa, pero lentamente fue tomando la forma de un niño. Era un niño de aspecto un tanto extraño, con ojos oscuros y una sonrisa extraña que parecía no desaparecer nunca. Alanis, sorprendida pero no asustada, lo miró detenidamente.
«¿Quién eres?» preguntó con voz temblorosa.
«Soy Cristian,» respondió el niño, con una voz suave y profunda que hizo que el aire alrededor de ella se volviera más frío. «Y he venido para ser tu amigo.»
Alanis lo miró confundida, pero su soledad y el deseo de tener compañía la impulsaron a creerle. Cristian parecía amable, aunque algo extraño. Sin embargo, algo en su mirada la hizo sentirse un poco más tranquila. Finalmente, Alanis asintió.
«¿De verdad? ¿Puedes quedarte conmigo?» preguntó, con esperanza.
«Sí, Alanis, estaré contigo siempre. Nadie más podrá vernos, pero no importa. Yo seré tu amigo, y juntos estaremos bien.»
A partir de ese momento, Cristian se convirtió en su compañero constante. Todos los días, después de la escuela, Alanis se dirigía al jardín a encontrarse con él. Jugaban, conversaban, y compartían risas. Aunque nadie más lo veía, Alanis sentía que por fin tenía un amigo, alguien con quien hablar sin miedo de ser rechazada. Pero a medida que pasaban los días, algo extraño comenzó a ocurrir.
Alanis empezó a notar que las sombras parecían moverse de manera extraña a su alrededor cuando Cristian estaba cerca. Las luces de su casa parpadeaban a veces, y los objetos en su habitación parecían moverse ligeramente sin explicación. Ella no le prestó mucha atención al principio, pensando que solo era su imaginación.
Una tarde, después de un día particularmente largo en la escuela, Alanis fue al jardín a encontrarse con Cristian. Al principio, todo parecía normal, pero cuando se acercó al árbol, notó que Cristian no estaba allí como de costumbre. En su lugar, había una sombra mucho más grande y oscura que cubría el árbol por completo. Alanis sintió un estremecimiento recorrer su espalda.
«¿Cristian?» llamó, mirando alrededor con ansiedad.
De entre las sombras, apareció la figura de su amigo, pero algo había cambiado. Su rostro, antes amable, ahora estaba distorsionado en una sonrisa extraña y cruel. Sus ojos, que antes eran oscuros pero humanos, ahora brillaban con una luz rojiza. Alanis retrocedió un paso.
«¿Qué… qué te pasa?» preguntó, su voz temblando de miedo.
«¿Por qué no me quieres, Alanis?» preguntó Cristian, su voz ya no era suave ni cálida, sino profunda y llena de rabia. «Soy tu amigo, y siempre estaré contigo. Pero te he dado tanto, y tú nunca me ves como realmente soy.»
Alanis sintió su corazón latir con fuerza en su pecho. Quiso correr, pero sus pies no se movían. El aire se volvió pesado, y las sombras parecían alargarse, rodeándola por completo. Cristian dio un paso hacia ella.
«¡No!» gritó Alanis, finalmente encontrando el valor para moverse. Corrió hacia la casa, cerrando la puerta detrás de ella. Estaba asustada, su respiración era rápida y entrecortada. Miró a su alrededor, pero no vio a Cristian. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que él seguía allí, observándola desde las sombras.
Esa noche, Alanis no pudo dormir. Las sombras en su habitación parecían moverse, y el sonido de los susurros llegaba de todas partes. Se tapó la cabeza con las sábanas, pero no podía escapar de la sensación de que algo estaba muy mal. Finalmente, se levantó y fue a la ventana, mirando al jardín.
En la oscuridad, vio una figura que la observaba fijamente desde el árbol. Era Cristian, pero su forma ya no era la de un niño amable. Ahora era una sombra, un ser que la miraba con odio, como si estuviera esperando algo.
En ese momento, Alanis comprendió que su amigo imaginario ya no era solo eso. Había tomado vida de alguna forma, y ya no podía deshacerse de él.
Al día siguiente, Alanis fue al jardín, decidida a enfrentar lo que había creado. Con voz firme, le habló a las sombras.
«Ya no quiero tu compañía,» dijo, su voz temblando pero decidida. «Eres solo una sombra de mi soledad, y no quiero que sigas aquí.»
La figura de Cristian apareció una última vez, esta vez más cerca que nunca. «No puedes deshacerte de mí, Alanis,» susurró, su voz retumbando en los oídos de la niña. «Siempre estaré contigo, porque tú me has creado.»
Con lágrimas en los ojos, Alanis dio un paso atrás y cerró los ojos, rezando para que todo terminara. Cuando los abrió nuevamente, la figura de Cristian ya no estaba allí. El jardín estaba en silencio.
Pero Alanis sabía que no podría olvidar lo que había vivido. La lección era clara: a veces, los amigos imaginarios pueden ser peligrosos, y hay que tener cuidado con lo que uno desea.
Conclusión
El cuento de Alanis nos enseña sobre la soledad y cómo, a veces, nuestra mente crea lo que necesitamos, pero también los peligros de no enfrentar nuestros miedos. Alanis aprendió que, aunque los amigos imaginarios pueden ser reconfortantes, no siempre son lo que parecen, y es importante no dejarse consumir por la oscuridad de la soledad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.