Diego, Ana, Edgar y Buzz eran cuatro amigos inseparables que siempre buscaban nuevas aventuras. Vivían en un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques, un lugar perfecto para explorar. Un día, mientras caminaban por un sendero poco transitado, se toparon con una casa vieja y abandonada. La casa estaba rodeada de maleza y sus ventanas estaban rotas, lo que le daba un aspecto espeluznante.
—¿Qué les parece si entramos? —sugirió Diego, con una sonrisa traviesa en su rostro.
—No sé, Diego. Se ve muy aterradora —dijo Ana, dudando mientras miraba la casa.
—Vamos, Ana. Será divertido. Además, podemos decirle a todos que fuimos los primeros en entrar —añadió Edgar, ajustando sus gafas.
Buzz, que siempre estaba listo para cualquier desafío, simplemente asintió con la cabeza y empezó a caminar hacia la casa.
Los cuatro amigos se acercaron a la puerta principal, que estaba entreabierta y crujía al moverse con el viento. Diego empujó la puerta y entraron, uno por uno, a la casa oscura. Dentro, el aire estaba frío y olía a humedad y polvo. Las sombras danzaban en las paredes a medida que sus linternas iluminaban la estancia.
—Esto es increíble —susurró Buzz, explorando con su linterna.
De repente, escucharon un ruido sordo que provenía de arriba. Todos se congelaron en su lugar, mirándose con los ojos muy abiertos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Ana, apretando su linterna con fuerza.
—Vamos a averiguarlo —dijo Diego, tratando de mantener la calma.
Subieron las escaleras lentamente, con cada paso haciendo un crujido en el suelo de madera. Al llegar al segundo piso, vieron una puerta entreabierta al final del pasillo. Se acercaron con cautela y, cuando Diego empujó la puerta, encontraron una habitación llena de viejos muebles cubiertos con sábanas y telarañas.
Pero lo que más les llamó la atención fue un viejo baúl en la esquina de la habitación. Diego se acercó y lo abrió lentamente. Dentro, había una colección de juguetes antiguos y, en medio de ellos, un muñeco de aspecto siniestro con una expresión maligna en su rostro.
—Creo que deberíamos irnos —dijo Edgar, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
Antes de que pudieran reaccionar, la puerta de la habitación se cerró de golpe, y las luces de sus linternas comenzaron a parpadear. Los cuatro amigos se agruparon, sintiendo el miedo crecer en sus corazones.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Buzz, tratando de abrir la puerta sin éxito.
De repente, el muñeco en el baúl comenzó a moverse, levantándose lentamente. Ana gritó y retrocedió, chocando contra un viejo espejo en la pared. El reflejo en el espejo mostraba no solo a los cuatro amigos, sino también a varias figuras oscuras que se movían detrás de ellos.
—¡Corran! —gritó Diego, y todos se precipitaron hacia la puerta, logrando abrirla de un empujón.
Corrieron por el pasillo y bajaron las escaleras lo más rápido que pudieron. Mientras descendían, escucharon risas macabras y susurros que parecían venir de todas partes. Cuando finalmente llegaron a la puerta principal, se detuvieron en seco. La salida estaba bloqueada por una figura alta y sombría que los observaba con ojos brillantes.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la figura con una voz profunda y resonante.
—Somos solo unos niños explorando. No queríamos causar problemas —dijo Diego, tratando de sonar valiente.
La figura se acercó lentamente, y a medida que se aproximaba, los amigos notaron que no tenía rostro, solo una sombra oscura donde deberían estar sus rasgos.
—Este lugar no es seguro para ustedes. Deben irse y nunca regresar —dijo la figura, levantando una mano.
De repente, una ráfaga de viento los empujó hacia la puerta, que se abrió de golpe. Sin pensarlo dos veces, los cuatro amigos salieron corriendo de la casa, sintiendo el aire fresco en sus rostros. No se detuvieron hasta estar lejos de la casa, donde finalmente se giraron para mirar atrás.
La casa parecía aún más oscura y siniestra desde la distancia. Los amigos se miraron entre sí, sin saber exactamente qué había sucedido, pero conscientes de que habían tenido una experiencia aterradora.
—Creo que es mejor no contarle a nadie sobre esto —dijo Ana, aún temblando.
—Estoy de acuerdo. Nadie nos creería de todos modos —respondió Edgar.
—Pero… fue increíble, ¿verdad? —dijo Buzz, con una sonrisa nerviosa.
Diego asintió, sintiendo que había algo más en la casa que aún no entendían.
Desde ese día, los amigos decidieron evitar la casa abandonada. Aunque su curiosidad seguía presente, sabían que no debían arriesgarse a volver. La casa, con todos sus misterios y terrores, permaneció en sus mentes como una advertencia de que algunos secretos es mejor dejarlos sin descubrir.
Y así, aunque sus días de aventuras continuaron, Diego, Ana, Edgar y Buzz siempre recordaron la casa abandonada y las lecciones que aprendieron esa noche. La valentía y la amistad los habían llevado a enfrentar sus miedos, pero también les enseñaron a respetar lo desconocido y a valorar la seguridad de sus lazos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.