Cuentos de Terror

El Misterio de la Cancha Abandonada

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 7 minutos

Español

Puntuación:

5
(1)
 

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico
5
(1)

Gina y Marta eran las mejores amigas desde que podían recordar. Crecieron juntas en un pequeño pueblo rodeado de extensos bosques y antiguos castillos que sus habitantes decían que estaban embrujados. A sus 11 años, compartían una pasión por el tenis y cada tarde, tras terminar sus tareas escolares, iban a jugar a su cancha favorita en el parque municipal.

Un atardecer de otoño, mientras el viento balanceaba los árboles desnudos y las hojas secas crujían bajo sus pies, Gina y Marta se enfrentaban en un último partido antes de que la oscuridad las obligara a ir a casa. Gina estaba a punto de sacar cuando un sonido extraño, como un susurro entre los árboles, las detuvo.

— ¿Has oído eso? — preguntó Marta, mirando hacia los arbustos que bordeaban la cancha.

Gina asintió, intentando disimular el miedo que le provocaba ese siseo que lo impregnaba todo.

— Será solo el viento — intentó convencerse Marta.

Decidieron continuar, pero cuando Gina lanzó la pelota al aire, algo muy extraño sucedió. La pelota se suspendió en el cielo, como si algo invisible la detuviera. Las dos chicas se miraron, paralizadas por la incredulidad, y entonces la pelota fue violentamente arrojada fuera de la cancha hacia el oscuro bosque.

Un silencio sepulcral siguió al inesperado acontecimiento. Gina fue la primera en hablar:

— Debemos recuperar la pelota — dijo, aunque una parte de ella deseaba correr a casa.

— Está bien, pero juntas — respondió Marta con una voz temblorosa.

Dejaron sus raquetas y se adentraron en la penumbra del bosque, siguiendo el rastro de la pelota que dejaba una estela fosforescente en su camino. Era como si las estuviera guiando.

Avanzaron entre los árboles y pronto llegaron a un claro donde las ruinas de una antigua cancha de tenis se alzaban en un silencioso desafío al tiempo. La pelota yacía en el centro, inmóviles y con un brillo extraño. El lugar emanaba una energía antigua y las dos amigas podían sentir los ecos de partidos antiguos y niños que alguna vez habían jugado allí.

— Mira eso — susurró Gina, señalando hacia una de las paredes. Había una inscripción que decía: «Aquellos que desafían el juego eterno, jugarán hasta que sus almas queden en el tiempo.»

Marta tragó saliva, y su mente comenzó a armar las piezas.

— ¿Y si alguien o… algo… nos quiere aquí para jugar un partido? — Marta no quería dar crédito a sus palabras.

Decidieron que lo mejor era recuperar la pelota y salir de aquel lugar, pero cuando se aproximaron al centro de la cancha ruinosa, una neblina espesa comenzó a levantarse del suelo, envolviéndolas y reduciendo su visibilidad a unos pocos metros. Podían oír el eco de un partido de tenis, risas y aplausos que venían de ninguna parte y de todas partes al mismo tiempo.

Las sombras de lo que parecían ser niños jugando aparecieron a través de la niebla, girando y corriendo con una alegría que había sido silenciada por el paso de los años. Gina y Marta comprendieron que algo sobrenatural estaba sucediendo, pero no estaban seguras de cómo enfrentarse a ello.

Intentaron huir, pero la niebla les cerraba el paso, y la pelota parecía estar anclada al suelo. Fue entonces cuando lo escucharon, un suave murmullo a su lado, una voz que se materializó en la figura de una niña, vestida como si hubiera salido de una época pasada.

— Si desean irse, deben jugar el partido final — dijo la niña con una voz que resonaba con el viento.

La situación era aterradora, pero Gina y Marta sabían que no tenían otra opción. Acordaron jugar un solo punto, el punto que decidiría su destino.

Tomaron posiciones en la cancha espectra. Gina al servicio y Marta en el fondo. El mundo parecía retener la respiración, y en ese momento se dieron cuenta de que estaban siendo observadas no solo por la niña, sino por toda una audiencia de espectros.

Gina lanzó la pelota al aire, y cuando su raqueta la golpeó, un estruendo estalló a su alrededor. La pelota cruzó la red como un rayo, Marta se lanzó para devolverla, y el partido entre dos mundos comenzó.

La pelota fue y vino, un relámpago en el juego que tocaba los límites entre lo real y lo sobrenatural. Gina y Marta jugaron con una precisión que nunca antes habían experimentado, moviéndose en perfecta armonía sobre la decadente cancha, sus zapatos apenas rozando el suelo roto por donde brotaban raíces de los árboles antiguos.

Cada golpe que daban parecía resonar en el aire, y con cada rebote de la pelota, la niebla se disipaba un poco, mostrando más y más de la audiencia fantasmal que observaba en silencio. Aunque ninguna de las niñas quería admitirlo, algo en aquel partido las impulsaba a dar lo mejor de sí, como si supieran, en lo más profundo de sus corazones, que algo más grande que un simple juego las había llevado hasta allí.

Hubo un momento en que Marta tropezó, y todo pareció ralentizarse. Vio la pelota elevándose hacia ella, sintiendo una fuerza desconocida que la envolvía, dándole la certeza de que podría alcanzarla. Extendió su brazo y, con un esfuerzo supremo, conectó la raqueta con la pelota, enviándola de vuelta hacia Gina, que ya estaba preparada para devolver el golpe. La tensión era insoportable. Ninguna de las dos cedía, y el punto se alargaba infinitamente.

De pronto, cuando Gina devolvió la pelota, esta se detuvo justo encima de la red, como suspendida por un hilo invisible. La niña fantasma se adelantó, y la pelota cayó suavemente del lado de Gina y Marta. Todo alrededor se congeló.

— Han jugado bien — dijo la niña con una sonrisa melancólica— . Han demostrado valor y han permanecido unidas, incluso frente al miedo de lo desconocido.

La forma de la niña comenzó a desvanecerse, y con ella, la neblina y las sombras del público se disiparon como si el alba disolviera la oscuridad de la noche.

— Pero… ¿quién eres? — preguntó Marta, su voz temblorosa pero llena de una curiosidad que no podía contener.

— Soy Lucía — respondió la voz cada vez más débil de la niña— , y este era mi lugar favorito en el mundo. Pero quedé atrapada en mi propia soledad, jugando un partido que nunca terminaba… hasta ahora. Gracias por liberarme.

Antes de que Gina o Marta pudieran decir algo más, Lucía desapareció por completo, y la pelota que había estado inmóvil cayó al suelo. Al mismo tiempo, el paisaje ruinoso de la cancha comenzó a transformarse. La vegetación retrocedió, las grietas en el suelo se sellaron, y la cancha volvió a lucir como si estuviera lista para un nuevo partido bajo el sol del atardecer.

Las niñas se miraron, asombradas y sin palabras. No sólo habían liberado a una niña fantasma — una que había estado atrapada en un bucle eterno— sino que también se habían liberado a sí mismas de sus miedos.

Caminaron de vuelta a sus raquetas, que yacían olvidadas al borde de lo que ahora era nuevamente una cancha normal. Recogieron sus pertenencias y, con la pelota en mano, salieron del claro, dejando atrás las ruinas y los ecos de los que una vez fueron. El bosque les ofreció un camino claro, casi como si les mostrara su gratitud por devolverle la paz que tanto tiempo había deseado.

Al salir a la luz del sol, la realidad del mundo en el que vivían las envolvió nuevamente. Podían oír las voces de sus padres llamándolas para cenar, y el aroma de la comida casera se mezclaba con el aire fresco de la tarde. Todo parecía tan normal, tan mundano después de lo que habían vivido, que por un momento pensaron que todo había sido un sueño. Pero la pelota que Gina sostenía, aún brillando levemente, era una prueba irrefutable de su aventura.

Esa noche, mientras se acostaban en sus camas, el miedo a lo que habían experimentado se disolvió en la oscuridad y dio paso a la emoción de un secreto compartido. Gina y Marta sabían que nada podría separarlas, porque habían enfrentado juntas lo desconocido y habían salido victoriosas.

El misterio de la cancha abandonada se difundió como una leyenda entre los niños del pueblo, una cautivadora y tétrica historia de dos amigas valientes que se encontraron en medio de un partido de tenis eterno. Aunque muchos buscaban la cancha embrujada, nunca se volvió a encontrar, como si la tierra la hubiera reclamado, dejando solo un relato para alimentar los sueños y las pesadillas de los niños curiosos.

Y así, Gina y Marta continuaron con sus vidas, con la certeza de que siempre habría algo más allá de lo que los ojos pueden ver y que la verdadera magia radica en la amistad y el coraje para enfrentar juntas cada nuevo amanecer.

image_pdfDescargar Cuentoimage_printImprimir Cuento

¿Te ha gustado?

¡Haz clic para puntuarlo!

Comparte tu historia personalizada con tu familia o amigos

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico

Cuentos cortos que te pueden gustar

autor crea cuentos e1697060767625
logo creacuento negro

Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

Deja un comentario