Había una vez en un pequeño pueblo, dos amigas inseparables, Gina y María. Gina era una niña curiosa, con cabello castaño claro y ojos llenos de vida, siempre lista para una aventura. María, por otro lado, era más reservada, con sus cabellos negros y ojos profundos que reflejaban un mundo de pensamientos y sueños. A pesar de sus diferencias, compartían una pasión por los misterios y las historias de terror.
Una tarde de otoño, mientras paseaban por las calles empedradas del pueblo, se toparon con una estructura que parecía olvidada por el tiempo: el antiguo Club de Tenis Barcino. Este lugar, que alguna vez fue el centro de reuniones y eventos sociales, ahora yacía abandonado, con sus ventanas rotas y una atmósfera que desprendía una historia no contada.
Movidas por la curiosidad y los rumores de los lugareños que hablaban de sombras y susurros en la noche, Gina y María decidieron explorar el lugar. Empujaron la oxidada puerta de hierro y, con pasos cautelosos, ingresaron al recinto.
El interior estaba cubierto por una espesa capa de polvo y telarañas que colgaban de las antiguas lámparas de araña. Mientras exploraban, María notó una vieja fotografía colgada en una pared. Era una imagen de un grupo de personas elegantemente vestidas, posiblemente miembros del club en sus días de gloria. Sin embargo, algo en la foto llamó su atención: una figura borrosa en el fondo, casi imperceptible, pero que parecía observar directamente hacia ellas.
Gina, atraída por un ruido, se dirigió hacia las antiguas canchas de tenis. Allí, en medio de la maleza que había reclamado el lugar, encontró una raqueta antigua y una pelota de tenis desgastada. Al tocar la raqueta, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, como si algo o alguien estuviese a punto de revelar un secreto largamente guardado.
De repente, un susurro helado llenó el aire, haciendo que las dos amigas se detuvieran en seco. El susurro se convirtió en un murmullo, y el murmullo en voces. Voces que parecían provenir de todas direcciones, hablando en un idioma desconocido, pero transmitiendo una sensación de urgencia y advertencia.
María, aterrada, agarró a Gina por el brazo y juntas corrieron hacia la salida. Pero cuando llegaron a la puerta, se dieron cuenta de que estaba cerrada. Las voces se intensificaron, y las sombras comenzaron a moverse a su alrededor. En un acto desesperado, Gina tomó la raqueta y golpeó la puerta con todas sus fuerzas. Con un chirrido, se abrió, permitiéndoles escapar al exterior.
Una vez fuera, respiraron aliviadas, pero sabían que lo que habían experimentado en el Club Barcino era algo fuera de lo común. Decidieron investigar más sobre la historia del club y las personas de la fotografía. Sus pesquisas las llevaron a descubrir que hace décadas, un trágico accidente había ocurrido en el club, llevándose la vida de varios de sus miembros durante un torneo de tenis.
Gina y María comprendieron que lo que habían escuchado eran las voces de aquellos que nunca pudieron abandonar el club, atrapados en un limbo eterno. Decidieron volver al club, esta vez con la intención de ayudar a esas almas perdidas a encontrar la paz.
Armadas con lámparas y un renovado sentido del coraje, Gina y María regresaron al Club Barcino al anochecer. Sabían que la noche era el momento en que las presencias del club se manifestaban con mayor intensidad. Mientras se adentraban en el silencioso edificio, sintieron una mezcla de miedo y determinación.
En las canchas de tenis, colocaron las lámparas en el suelo formando un círculo y, con la raqueta en mano, comenzaron a hablar en voz alta, dirigiéndose a las almas perdidas. María, con su voz temblorosa pero firme, expresó su deseo de ayudarles a encontrar la paz. Gina, sosteniendo la raqueta, reiteró su promesa de recordar y honrar sus historias.
A medida que hablaban, una luz suave comenzó a emanar de la raqueta, llenando el aire con un brillo etéreo. Las sombras y susurros se intensificaron, pero esta vez no había miedo en sus voces, sino una sensación de agradecimiento y alivio. Una a una, las presencias se reunieron alrededor del círculo de luz, sus figuras volviéndose más definidas y menos amenazadoras.
Gina y María observaron con asombro cómo las sombras comenzaron a desvanecerse, una tras otra, liberándose finalmente de su vínculo con el club. Cuando la última sombra desapareció, el aire se llenó de una sensación de calma y paz. El Club Barcino, aunque aún en ruinas, ya no tenía la atmósfera opresiva de antes. Ahora era simplemente un lugar antiguo, un testigo silencioso de muchas historias, algunas alegres y otras trágicas.
Al salir del club, las niñas sabían que habían hecho algo extraordinario. No solo habían resuelto el misterio del Club Barcino, sino que también habían ayudado a esas almas atrapadas a encontrar su descanso eterno.
Con el amanecer, Gina y María decidieron compartir su experiencia con los habitantes del pueblo. Al principio, algunos dudaron de su historia, pero al ver el cambio en el club, no pudieron negar que algo extraordinario había ocurrido. El Club Barcino se convirtió en un lugar de respeto y memoria, un recordatorio de que, a veces, los misterios más profundos requieren algo más que simple curiosidad para ser resueltos.
Conclusión
Gina y María continuaron siendo amigas inseparables, siempre listas para la próxima aventura, pero ahora con un profundo entendimiento de que algunos misterios llevan consigo historias que necesitan ser contadas y almas que merecen ser recordadas. El Club Barcino, con su historia de tragedia y redención, les enseñó que incluso en los lugares más olvidados, pueden encontrarse lecciones de coraje, compasión y amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.