Cuentos de Terror

El Susurro del Mar

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En el tranquilo pueblo costero de Sable Gris, donde las olas besaban la arena con dulces susurros y el cielo a menudo se vestía de plomo, vivía una joven llamada Yoco Mishima. Desde la ventana de su modesta casa de madera, Yoco observaba el mundo con ojos llenos de profundidad y melancolía. Su vida era un lienzo de soledad, teñido por la ausencia de familia y amigos, un refugio que había encontrado en la simple observación de las pequeñas bellezas del mundo.

Yoco tenía un ritual diario; cada mañana, mientras el alba aún peleaba con la noche, se sentaba frente a su ventana para apreciar el amanecer. No importaba que el sol estuviera oculto tras las nubes, había belleza en la forma en que la luz se filtraba, en cómo las gotas de rocío se convertían en pequeños espejos reflejando la esperanza.

A lo largo del día, se sumergía en sus pensamientos y libros. La literatura era su escape, su ventana a otros mundos y vidas. En esas páginas encontraba la aventura y la compañía que el mundo real le negaba. Su favorito era un viejo tomo de cuentos de mar, donde piratas y sirenas navegaban por aguas turbulentas y misteriosas. A veces, se imaginaba a sí misma como una heroína de esos relatos, valiente y audaz, enfrentando tempestades con una sonrisa.

Cuando llegaba la noche, Yoco preparaba una modesta cena. Apreciaba el simple acto de alimentarse, cada bocado era un recordatorio de que aún había vida en su interior, que a pesar de la soledad, ella persistía. Después de cenar, se acercaba de nuevo a la ventana para mirar las estrellas, preguntándose si en algún lugar, alguien más miraba el mismo cielo solitario.

Una noche, mientras la lluvia golpeaba el cristal con un ritmo casi melódico, Yoco sintió cómo su corazón se encogía un poco más de lo usual. Las gotas de agua formaban patrones que parecían mensajes cifrados. Perdida en la contemplación, no notó de inmediato la sombra que se movía en la playa bajo la luz de la luna. Cuando finalmente lo hizo, su curiosidad superó la aprehensión.

Vestida con su abrigo más cálido, Yoco salió a la tormenta. La arena bajo sus pies estaba fría y húmeda, y el viento le azotaba el rostro, pero ella siguió adelante, guiada por la figura que ahora parecía esperarla. Al acercarse, la sombra tomó la forma de un hombre anciano, de cabello plateado y ojos tan profundos como los océanos que tanto amaba leer.

— ¿Quién eres? — preguntó Yoco, su voz casi ahogada por el viento.

El anciano sonrió con tristeza y señaló hacia el horizonte donde el mar y el cielo se encontraban en una danza eterna.

— Soy como tú, un observador de las mareas y guardián de secretos olvidados. He venido a ofrecerte un don, un escape de tu soledad.

Del interior de su abrigo, extrajo una pequeña caja de madera tallada con símbolos marinos. Al abrirla, Yoco encontró dentro una concha perfectamente formada, cuyo interior emitía un brillo suave y acogedor.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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