Cuentos de Terror

La Casa Embrujada

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez tres amigos llamados María, Jaime y Sofía, que adoraban explorar la naturaleza y vivir aventuras emocionantes. Un día, decidieron aventurarse en el bosque cercano a su pueblo, un lugar del que se contaban muchas historias misteriosas. Armados con mochilas, linternas y una cámara, los tres amigos se adentraron en la espesura del bosque, emocionados por lo que podrían encontrar.

Después de caminar durante varias horas, se toparon con una casa vieja y abandonada. La casa parecía sacada de una pesadilla, con ventanas rotas, enredaderas cubriendo las paredes y una puerta que crujía con el viento. Aunque se sentían un poco asustados, la curiosidad fue más fuerte y decidieron entrar.

María, la más valiente del grupo, empujó la puerta que se abrió con un chirrido espeluznante. «Vamos, chicos, no podemos echarnos atrás ahora», dijo mientras daba el primer paso hacia adentro. Jaime, siempre curioso, seguía de cerca, mientras que Sofía, con su naturaleza cautelosa, dudaba pero no quería quedarse sola afuera.

El interior de la casa estaba lleno de polvo y telarañas. Los muebles estaban cubiertos con sábanas viejas, y el aire estaba cargado de un extraño olor a humedad. Los tres amigos avanzaron con cautela, usando sus linternas para iluminar el camino. De repente, la puerta detrás de ellos se cerró de golpe, haciéndolos saltar de susto.

Intentaron abrir la puerta, pero no se movía. «¡Estamos atrapados!», exclamó Sofía con pánico en la voz. Jaime trató de calmarla. «Tranquila, debe haber otra salida. Vamos a buscar por la casa». María asintió, y los tres comenzaron a explorar más a fondo.

Mientras recorrían la casa, encontraron un libro antiguo sobre una mesa en el salón. Estaba cubierto de polvo, pero el título en la portada era claramente visible: «Las Reglas de la Casa Embrujada». Intrigados, abrieron el libro y empezaron a leer. Decía que para poder salir de la casa, debían seguir ciertas reglas y superar una serie de desafíos. Si no lo hacían, quedarían atrapados para siempre.

La primera regla era encontrar tres llaves doradas escondidas en diferentes habitaciones de la casa. «No tenemos otra opción. Si queremos salir de aquí, debemos encontrar esas llaves», dijo María, decidida. Los tres amigos se separaron para buscar por toda la casa.

María subió al segundo piso, donde encontró una habitación llena de juguetes antiguos. Al mover una muñeca de porcelana, vio un pequeño brillo debajo de una mesa. Era la primera llave dorada. Con una sonrisa triunfante, la guardó en su bolsillo y corrió a buscar a sus amigos.

Jaime exploró el sótano, un lugar oscuro y húmedo que le daba escalofríos. Mientras movía unas cajas viejas, escuchó un ruido extraño. Al iluminar con su linterna, vio una trampilla en el suelo. La abrió con cuidado y encontró la segunda llave dorada. Respiró aliviado y subió corriendo para reunirse con María.

Sofía, aunque asustada, se armó de valor y entró en la cocina. Al abrir una alacena, varios platos cayeron al suelo, pero detrás de ellos, vio un pequeño cofre. Con manos temblorosas, lo abrió y encontró la tercera llave dorada. Sonrió y salió de la cocina para encontrarse con los demás.

Los tres amigos se reunieron en el salón y mostraron sus llaves doradas. «¡Lo logramos!», exclamó Jaime. «Ahora, ¿qué sigue?», preguntó Sofía. María volvió al libro y leyó la siguiente regla: debían colocar las llaves en un candelabro especial en el ático y decir una palabra mágica.

Subieron al ático, un lugar lleno de polvo y sombras inquietantes. En el centro, encontraron un candelabro de aspecto antiguo con tres ranuras para llaves. Colocaron las llaves y, siguiendo las instrucciones del libro, pronunciaron la palabra mágica: «Liberación».

De repente, el candelabro empezó a brillar y un viento fuerte llenó el ático. Los tres amigos se abrazaron, asustados pero esperanzados. El brillo se intensificó y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de nuevo en la entrada de la casa. La puerta estaba abierta, invitándolos a salir.

Corrieron hacia afuera, respirando aliviados. «¡Lo logramos! ¡Estamos fuera!», gritó Sofía con alegría. Se abrazaron, felices de estar a salvo y decidieron regresar al pueblo para contar su aventura.

Al llegar, la gente del pueblo escuchó atentamente su historia. Algunos no podían creer lo que oían, mientras que otros murmuraban sobre las viejas leyendas de la casa embrujada. Los tres amigos sabían que su experiencia había sido real y que habían aprendido una valiosa lección sobre el valor, la amistad y la importancia de trabajar juntos.

Desde ese día, María, Jaime y Sofía fueron conocidos como los valientes exploradores que desentrañaron los secretos de la casa embrujada. Su historia se convirtió en una leyenda que se contaba en noches de fogata, inspirando a otros a enfrentar sus miedos y a descubrir el misterio y la magia que puede esconderse en los lugares más inesperados.

Y así, aunque el bosque y la casa embrujada seguían siendo lugares de misterio, los tres amigos sabían que siempre estarían preparados para cualquier desafío, porque juntos, no había nada que no pudieran superar.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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