Cuentos de Terror

Has Escuchado Hablar Sobre la Leyenda de la Mirada Oculta

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era una noche oscura y fría en el pequeño pueblo de San Lorenzo. Las luces de las casas brillaban tenue como estrellas en el vasto cielo nocturno. En esa atmósfera misteriosa, cuatro amigos se reunieron en el parque, un lugar que solían visitar desde que eran pequeños, lleno de recuerdos divertidos y aventuras. Vanessa, la más valiente de todos, siempre estaba dispuesta a explorar lo desconocido. Carolina, la soñadora, tenía una pasión por las historias de terror, lo que la hacía perfecta para la noche que se avecinaba. Esther, la más sensata, siempre pensaba en las consecuencias de sus acciones, y Ángel, el bromista del grupo, no podía resistir la oportunidad de gastar una broma, aunque esta vez estaría demasiado serio.

«¿Han oído sobre la leyenda de la Mirada Oculta?», preguntó Carolina mientras se sentaban en un banco del parque. Los otros miraron curiosos, sin saber del todo qué esperar. Carolina tenía el don de contar historias, y su voz envolvía a los demás en un manto de intriga. «Se dice que en la colina detrás del pueblo vive un espíritu que se manifiesta sólo en las noches más oscuras. Aquellos que se atrevan a mirarlo a los ojos olvidan todo lo que saben y quedan atrapados en su mundo».

Las luces de las casas parecían parpadear, y Vanessa, que siempre había disfrutado de un buen desafío, propuso: «Deberíamos ir a investigar. Después de todo, es sólo una leyenda, ¿verdad?». Esther, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, dudó un momento. «No estoy tan segura. Podría ser peligroso. ¿Y si realmente existe?».

«Vamos, Esther», interrumpió Ángel, con una sonrisa burlona. «¿Tienes miedo de un fantasma? Solo es una historia para asustar a los niños. Seguro que solo se trata de un tipo disfrazado».

Así fue como, impulsados por la curiosidad y el deseo de aventura, los cuatro amigos comenzaron su travesía hacia la colina. La luna, llena y brillante, iluminaba su camino, pero las sombras de los árboles danzaban inquietantes a su alrededor. Mientras caminaban, Carolina no podía dejar de relatar más sobre la leyenda: «Dicen que el espíritu era una mujer hermosa que perdió a su amado hace muchos años. Desde entonces, busca a quienes se atrevan a cruzar su camino. Si la miras fijamente, ella te atrapará en su tristeza».

Cuando llegaron a la base de la colina, el viento comenzó a soplar con más fuerza, como si la naturaleza misma intentara advertirles que dieran la vuelta. «¿Están seguros de que quieren seguir?», preguntó Esther, un tanto asustada. Pero Ángel, ansioso por demostrar que no había nada que temer, comenzó a escalar.

Vanessa, empujada por la valentía de Ángel, lo siguió, y pronto Carolina y Esther no tuvieron más remedio que unirse a ellos. La subida era empinada y cubierta de ramas secas que crujían bajo sus pies. De repente, un ruido extraño resonó en la oscuridad, y todos se detuvieron en seco, con el corazón latiéndoles a mil por hora.

«¿Escucharon eso?», murmuró Carolina, los ojos muy abiertos. «Quizás deberíamos volver». Pero la idea de dar la vuelta solo alimentó la determinación de Ángel. “Si no encontramos nada, siempre podemos volver. ¡Vamos!».

Mientras subían, la atmósfera se volvía cada vez más inquietante. No solo era la oscuridad que los rodeaba, sino que había un silencio abrumador, como si el mundo hubiera dejado de respirar. Finalmente, llegaron a la cima de la colina, donde encontraron una pequeña cabaña de madera cubierta de hiedra. Parecía abandonada, con ventanas rotas y puertas colgando. La cabaña era el lugar perfecto para que una leyenda cobrara vida.

«¿Entramos?», preguntó Vanessa con una mezcla de emoción y miedo. Todo el mundo asintió lentamente. Así que, empujaron la puerta que chirriaba al abrirse, revelando un interior polvoriento y oscuro. Dentro, todo estaba cubierto de telarañas y el aire olía a humedad. En una esquina, encontraron un viejo espejo lleno de manchas.

«Dicen que el espejo puede mostrarte lo que más temes», dijo Carolina, y su voz tembló. «Es solo un montón de cuentos», volvió a insistir Ángel, acercándose al espejo. “Puedo mirar”. Y lo hizo; se asomó a su reflejo, pero su sonrisa se desvaneció al ver que algo detrás de él parecía moverse. Se dio la vuelta rápidamente, pero no había nada.

«Es solo un truco de la luz», dijo tratando de sonar convincente, aunque su voz era más frágil de lo que pretendía. Sin embargo, Esther decidió que era hora de largarse. «Esto no me gusta. Vamos a salir de aquí».

Justo cuando iban a dar la vuelta, un susurro profundo atravesó la cabaña. «¿Por qué desean mirar?» resonó como un eco en sus corazones. Se congelaron en su lugar. De la penumbra, una figura femenina comenzó a materializarse, sus ojos brillaban de una forma intensa. Era como si estuviera hecha de la misma luz de la luna, pero con una tristeza abrumadora que les heló la sangre.

«Soy la que cuida de esta colina. Solo vine a recordarles la importancia de los recuerdos», dijo la figura, su voz suave como el viento. “Pero quienes me miran… están en peligro de olvidar todo lo que conocen”.

«Ah…ah», tartamudeó Ángel, dando un paso atrás. «No queríamos ofenderte. Solo… solo queríamos ver si eras real». Vanessa, sintiendo que ya se habían metido en problemas, se acercó a sus amigos. “Quizás deberíamos irnos”.

“¿Recuerdan lo que más les importa?”, continuó la mujer. “Si deciden mirar en el espejo, correrán el riesgo de perderlo para siempre”. Un escalofrío recorrió los cuerpos de los cuatro jóvenes.

«Nosotros…no queremos», dijo Carolina, apenas logrando articular las palabras. «No queríamos perturbarte, venimos por curiosidad». La figura sonrió suavemente, pero en su mirada había una profundidad que enfrió la sangre.

“Entonces, deben partir. Y jamás olviden que los recuerdos son lo más valioso que poseen. Si miran de nuevo, podrían nunca volver”. Con esos palabras, la figura se desvaneció lentamente, dejándolos rodeados por el silencio escalofriante de la cabaña.

Esther, aturdida, dijo: “Esto es lo más extraño que hemos hecho en nuestras vidas. Debemos salir de aquí”. Y sin esperar más, se dieron la vuelta y comenzaron a correr. Bajaron la colina con rapidez, deseando que no los alcanzara nada.

Al llegar al parque, la tranquilidad del lugar les pareció casi irreal. La luna brillaba más que nunca, y el viento ahora parecía un susurro amigable. “¿Qué fue eso?”, preguntó Vanessa tratando de recuperar el aliento.

Carolina, aún con la adrenalina a mil, dijo: “Fue increíble, pero aterrador. Nunca había sentido un miedo así”. Ángel, en su habitual tono de broma, intentó aliviar la tensión: “Bueno, al menos no nos olvidamos de nada, ¿verdad?”.

“No es momento de bromear”, le respondió Esther, aún con el corazón latiendo con fuerza. “Podríamos haber perdido algo muy valioso”. En ese instante, se dieron cuenta de la fortaleza que tenían entre ellos. Habían enfrentado una experiencia aterradora, pero habían salido juntos.

“Tal vez lo que deberíamos llevarnos de esta experiencia es la idea de que nuestras historias son importantes”, propuso Carolina, intentando encontrar un sentido a lo que había ocurrido. “No es solo una leyenda; era un recordatorio”.

“Así es”, dijo Vanessa, mirándolas con una sonrisa. “Y nunca debemos olvidar la importancia de los recuerdos, porque son lo que nos forma”.

Ángel, aunque aún un poco asustado, asintió. “Deberíamos contarles esto a los demás… o no. Quizás sea mejor mantenerlo como nuestro secreto”. Así fue como decidieron que la experiencia sería un enfoque especial para la amistad que compartían, y que la pesadilla que habían vivido les enseñaría a aferrarse a todos sus recuerdos, buenos y malos.

Con esa resolución, se despidieron y se fueron a casa, cada uno llevando consigo la valiosa lección de que, en la vida, no se trata solo de enfrentar lo desconocido, sino también de valorar cada momento compartido con aquellos que amas. La noche oscura y fría de San Lorenzo se desvaneció en el pasado, pero la luz de su amistad siempre brillaría con fuerza. Así, a pesar de los miedos y sombras, los cuatro amigos aprendieron que el amor y la amistad son las herramientas más poderosas para enfrentar cualquier oscuridad.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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