Cuentos de Terror

La Hacienda de los Espíritus

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En el año de 1947, en la provincia del Carchi, Parroquia San Isidro, existía una hacienda llamada «La Hoja Blanca». Esta hacienda era la más grande del sector por su producción agrícola y ganadera. En ella vivía un patrón muy alto y barbado conocido simplemente como El Patrón. Este hombre era conocido por su extrema tacañería y la explotación descomunal de sus trabajadores. Los trabajadores laboraban desde tempranas horas hasta muy tarde, mientras que las mujeres ordeñaban desde las 4:00 am. A pesar de su arduo trabajo, estos trabajadores no eran bien remunerados, y El Patrón se enriquecía a costa de ellos.

El Patrón jamás depositaba sus riquezas en un banco. Todo lo guardaba en su casa o lo enterraba en su hacienda, encargando este dinero a diferentes espíritus como el viento, el agua, el aire y al demonio, para que nadie pudiera desenterrarlo jamás. Cuando El Patrón falleció, las riquezas y las tierras fueron repartidas entre sus herederos, pero lo que había enterrado no pudieron obtenerlo.

Cierta ocasión, un trabajador llamado Juan pasaba por la hacienda por donde vivía El Patrón. Bajo un árbol de reina Claudia, Juan vio sentado a El Patrón, aunque este ya había fallecido hacía mucho tiempo. Sorprendido y asustado, Juan corrió a contarle a sus amigos Manuel y Miguel lo que había visto.

—¡No puede ser! —exclamó Manuel—. El Patrón está muerto. ¿Cómo es posible que lo hayas visto?

Miguel, más escéptico, dijo:

—Quizás fue tu imaginación, Juan. Esos viejos cuentos sobre El Patrón y sus riquezas enterradas siempre nos han inquietado.

Pero Juan estaba seguro de lo que había visto. Decidieron investigar juntos y esa misma noche, armados con linternas y mucho valor, regresaron al árbol de reina Claudia. Mientras caminaban, el viento susurraba entre los árboles, creando sombras inquietantes que parecían moverse a su alrededor.

Al llegar al árbol, encontraron el lugar exactamente como lo había descrito Juan. Sin embargo, no había rastro de El Patrón. Justo cuando pensaban que todo había sido un error, escucharon una risa baja y gutural proveniente de la oscuridad.

—¿Quién está ahí? —gritó Miguel, tratando de parecer valiente.

La risa se detuvo y una figura espectral comenzó a materializarse frente a ellos. Era El Patrón, con su barba larga y su mirada severa.

—¿Qué buscan en mis tierras? —dijo El Patrón con una voz que parecía venir de ultratumba.

Los tres amigos estaban petrificados del miedo. Juan, tratando de reunir coraje, respondió:

—Queremos saber la verdad sobre tus riquezas enterradas. ¿Es cierto que las guardaste y las encargaste a los espíritus?

El Patrón los miró fijamente y asintió.

—Sí, es cierto. Pero esas riquezas no son para ustedes. Están protegidas por fuerzas que ustedes no pueden entender.

De repente, el viento comenzó a soplar con fuerza, y los árboles crujían ominosamente. Las linternas parpadeaban y los amigos se dieron cuenta de que no estaban solos. Sombras sin forma empezaron a rodearlos, susurrando palabras incomprensibles.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Manuel, tirando de los otros dos.

Corrieron tan rápido como pudieron, sin mirar atrás, hasta que llegaron a la seguridad de sus hogares. Esa noche, ninguno de ellos pudo dormir. Las palabras de El Patrón resonaban en sus cabezas, y las sombras de los espíritus seguían rondando en sus mentes.

Al día siguiente, se reunieron nuevamente para discutir lo sucedido. Estaban decididos a desentrañar el misterio de las riquezas enterradas, pero sabían que necesitaban ayuda. Decidieron acudir a Don Anselmo, un anciano del pueblo conocido por sus conocimientos sobre lo sobrenatural.

Don Anselmo los escuchó con atención y asintió lentamente.

—Lo que ustedes han visto es real —dijo—. El Patrón hizo un pacto con los espíritus para proteger sus riquezas. Si quieren descubrir dónde están enterradas, deberán enfrentarse a esos espíritus y romper el pacto.

—¿Y cómo hacemos eso? —preguntó Juan, ansioso por saber más.

—Necesitarán objetos especiales para protegerse —respondió Don Anselmo—. Aquí tengo amuletos que los protegerán de los espíritus. También deben llevar sal y agua bendita para romper el pacto.

Con los amuletos y las indicaciones de Don Anselmo, los tres amigos se prepararon para regresar a la hacienda esa noche. A medida que el sol se ponía, sentían el peso de la misión que tenían por delante, pero también sabían que debían hacerlo para descubrir la verdad y quizás encontrar las riquezas ocultas.

Al llegar al árbol de reina Claudia, comenzaron a esparcir sal alrededor y a rociar agua bendita mientras recitaban las palabras que Don Anselmo les había enseñado. Poco a poco, las sombras comenzaron a retroceder, y la figura de El Patrón apareció una vez más.

—¡No pueden detenerme! —rugió El Patrón, pero su voz ya no sonaba tan poderosa.

Con un último esfuerzo, los amigos terminaron el ritual. El suelo comenzó a temblar y una luz brillante emergió del árbol. Cuando la luz se desvaneció, encontraron un cofre enterrado. Lo desenterraron y, al abrirlo, descubrieron que estaba lleno de monedas de oro y joyas.

Aunque habían encontrado las riquezas de El Patrón, sabían que no podían quedarse con ellas. Decidieron entregar el tesoro al pueblo, que lo utilizó para mejorar la vida de todos los habitantes. Con el tiempo, la historia de Juan, Manuel y Miguel se convirtió en una leyenda, y la hacienda «La Hoja Blanca» dejó de ser un lugar de miedo y se transformó en un símbolo de valentía y justicia.

Así, el espíritu de El Patrón fue finalmente liberado y los amigos aprendieron una valiosa lección sobre el poder de la amistad, el coraje y la justicia. La hacienda prosperó y se convirtió en un lugar de paz, donde los cuentos de miedo se transformaron en historias de esperanza y triunfo.

Y así termina la historia de la hacienda de los espíritus, un cuento que nunca se olvidará en la provincia del Carchi, Parroquia San Isidro.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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