Un día, Iraia, Ane, Arene, Aimar y yo decidimos ir a Santesteban. Habíamos oído muchas historias sobre lo que podíamos encontrar allí, así que estábamos muy emocionados. Pasamos toda la tarde explorando el pueblo, disfrutando del paisaje y jugando en el parque. Todo parecía perfecto hasta que se hizo de noche.
Eran alrededor de las ocho de la noche cuando decidimos ir a ver un partido de fútbol que se celebraba en el campo cercano. Nos dirigimos allí con nuestras mochilas, llenas de bocadillos, bebidas y linternas, por si se hacía tarde. El partido estaba emocionante, y todos estábamos muy concentrados en el juego. Pero, al terminar el primer tiempo, nos dimos cuenta de que nuestras mochilas habían desaparecido.
«¡Esto es muy raro!» exclamó Ane, mirando alrededor con desesperación. Aimar intentó calmarla. «Tranquila, seguro que solo es una broma de alguien. Vamos a buscar.»
Decidimos dividirnos en grupos para buscar por los alrededores. Iraia y yo fuimos hacia los vestuarios, mientras que Ane y Arene fueron hacia las gradas. Pero después de un buen rato buscando, no encontramos nada. Nos reunimos de nuevo en el campo, todos frustrados.
«Tal vez deberíamos centrarnos en ver el partido y preocuparnos por las mochilas después,» sugirió Arene, tratando de animar al grupo. Todos estuvimos de acuerdo, y volvimos a nuestras posiciones para disfrutar del resto del juego.
Pero, aunque intentamos concentrarnos en el partido, nuestras mentes seguían pensando en las mochilas desaparecidas. Fue entonces cuando encontramos la primera pista. Aimar, que siempre estaba atento a los detalles, encontró un pedazo de papel en el suelo cerca de donde habíamos dejado nuestras cosas. Lo recogió y lo leyó en voz alta: «Si queréis vuestras mochilas, debéis seguir las pistas que os dejaremos.»
«¿Pistas? ¿Qué clase de juego es este?» preguntó Iraia, claramente irritada. «Sea lo que sea, no tenemos otra opción si queremos recuperar nuestras cosas,» respondió Ane.
La primera pista nos llevó al parque, donde encontramos otra nota escondida debajo de un banco. Esta decía: «La siguiente pista está donde la luna se refleja en el agua.» Todos sabíamos que eso significaba el pequeño lago en el bosque cercano.
Nos dirigimos al lago, y aunque empezaba a oscurecer, no nos detuvimos. En el borde del agua, encontramos otra nota que nos indicaba seguir un sendero hacia una casa abandonada en las afueras del pueblo. A estas alturas, eran casi las diez de la noche, y el miedo comenzaba a apoderarse de nosotros.
«¿Realmente queremos seguir haciendo esto?» preguntó Arene, su voz temblando un poco. «No tenemos otra opción,» dijo Aimar con firmeza. «Necesitamos recuperar nuestras mochilas.»
El camino hacia la casa abandonada estaba lleno de maleza y árboles retorcidos, creando sombras inquietantes bajo la luz de la luna. Cuando llegamos, la casa se alzaba ante nosotros, lúgubre y desmoronada. Parecía sacada de una película de terror. Las ventanas estaban rotas y las paredes cubiertas de enredaderas.
«Bien, aquí estamos,» dijo Iraia, tratando de sonar valiente. «Vamos a encontrar nuestras mochilas y salir de aquí.»
Entramos en la casa con nuestras linternas encendidas, iluminando el polvo y las telarañas que colgaban del techo. El suelo crujía bajo nuestros pies y el aire estaba frío y húmedo. Exploramos la planta baja, pero no encontramos nada. Decidimos subir las escaleras, que parecían a punto de desmoronarse con cada paso.
En el segundo piso, encontramos una puerta cerrada con llave. «Tal vez nuestras mochilas estén ahí,» sugirió Ane. Aimar encontró una pequeña caja en una de las habitaciones cercanas. Dentro, había una llave oxidada. «Creo que esto puede servir,» dijo, y nos dirigimos de nuevo a la puerta cerrada.
La llave encajaba perfectamente, y al abrir la puerta, nos encontramos con una habitación oscura. En el centro de la habitación, estaban nuestras mochilas. «¡Por fin!» exclamó Arene, corriendo hacia ellas. Pero antes de que pudiéramos celebrarlo, la puerta se cerró de golpe detrás de nosotros, y nos quedamos atrapados.
«¿Qué está pasando?» preguntó Iraia, tratando de abrir la puerta sin éxito. De repente, escuchamos un susurro proveniente de las paredes. «No deberíais haber venido aquí,» decía una voz tenue y siniestra.
Nuestras linternas comenzaron a parpadear, y la habitación se llenó de una luz fría y azulada. En el rincón, una sombra comenzó a tomar forma, y una figura fantasmal apareció ante nosotros. Era una mujer, con el rostro pálido y ojos vacíos. «Soy el espíritu de esta casa,» dijo con voz melancólica. «Y vosotros habéis perturbado mi descanso.»
Estábamos paralizados por el miedo, sin saber qué hacer. La figura comenzó a acercarse, y sentíamos el frío intensificarse con cada paso que daba. «No queremos hacer daño,» dijo Aimar, tratando de sonar valiente. «Solo queremos recuperar nuestras mochilas y salir de aquí.»
El espíritu se detuvo y nos miró fijamente. «Si queréis salir, deberéis ayudarme a encontrar paz,» dijo. Nos explicó que había estado atrapada en esa casa durante décadas, sin poder descansar debido a una injusticia cometida contra ella en vida. Su espíritu no encontraría paz hasta que alguien descubriera la verdad y limpiara su nombre.
Ane, siempre la más racional del grupo, preguntó: «¿Cómo podemos ayudarte?» El espíritu nos señaló una puerta en la esquina de la habitación. «Detrás de esa puerta encontraréis lo que necesitáis.»
Abrimos la puerta y encontramos un viejo escritorio con un montón de papeles y un diario. A medida que leíamos, descubrimos que la mujer había sido acusada falsamente de un crimen que no cometió. Las pruebas estaban allí, en esos documentos, pero nunca se habían encontrado.
Decidimos llevar los documentos al pueblo y mostrarle al alcalde lo que habíamos encontrado. Con la ayuda de las pruebas, el nombre de la mujer fue limpiado, y su espíritu finalmente pudo descansar en paz. Sentimos una extraña mezcla de alivio y tristeza mientras la figura fantasmal desaparecía frente a nosotros.
Cuando volvimos a la casa, la puerta de la habitación se abrió fácilmente, y pudimos recuperar nuestras mochilas sin ningún problema. Salimos de la casa y miramos hacia atrás una última vez, viendo cómo la luz de la luna iluminaba ahora un lugar menos siniestro y más en paz.
Esa noche, regresamos al pueblo con nuestras mochilas y una historia que nunca olvidaríamos. No solo habíamos vivido una aventura aterradora, sino que también habíamos ayudado a un espíritu en pena a encontrar su descanso. Nuestra amistad se fortaleció aún más, y sabíamos que siempre recordaríamos esa noche en Santesteban.
Con el paso del tiempo, nuestra historia se convirtió en una leyenda local, y la casa abandonada fue restaurada en memoria de la mujer cuyo espíritu habíamos ayudado a liberar. Nosotros, por nuestra parte, seguimos buscando aventuras, siempre listos para enfrentar lo desconocido con valentía y determinación.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.