Cuentos de Terror

La Noche en la Casa de las Sombras Eternas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era una noche oscura en el pequeño pueblo de San Melchor, donde cada rincón parecía estar envuelto en un silencio inquietante. La luna llena brillaba en lo alto del cielo, iluminando las viejas calles empedradas y las casas de techos puntiagudos. En el corazón del pueblo, se encontraba una antigua mansión abandonada, conocida como la Casa de las Sombras Eternas. Se decía que en esa casa ocurrían cosas extrañas y que nadie que se atreviera a entrar había vuelto a salir igual. Sin embargo, tres amigos inseparables, Daniel, Miguel y Juan, se sentían intrigados por las historias de terror que giraban alrededor de ese misterioso lugar.

Daniel, con su cabello alborotado y su risa contagiosa, era el más aventurero del grupo. Siempre estaba buscando un nuevo desafío, y la idea de explorar la Casa de las Sombras Eternas lo llenaba de emoción. Miguel, un poco más cauteloso, prefería mantenerse alejado de lo desconocido, aunque la curiosidad lo picaba como una abeja. Finalmente, Juan, el más imaginativo de los tres, no podía resistirse a la emoción de una buena historia de terror. Su mente estaba siempre llena de criaturas y misterios, así que la propuesta de Daniel no le pareció descabellada.

Una tarde, mientras estaban sentados bajo un viejo roble en el parque, Daniel lanzó la idea que cambiaría su noche. «¿Qué tal si esta noche exploramos la casa? ¡Nadie está dispuesto a hacerlo, y nosotros somos valientes!» Miguel frunció el ceño, pero Juan sonrió con entusiasmo. «¡Sí! ¡Vamos a hacerlo! Tal vez solo sea un mito».

Así, después de hacer planes y asegurarse de llevar linternas y un par de bocadillos, los tres amigos se prepararon para su intrépida aventura. La noche llegó rápidamente, y con ella el viento soplaba con fuerza, como si quisiera advertirles del peligro que les esperaba. Con el corazón latiendo con emoción y un poco de miedo, los tres amigos se dirigieron hacia la Casa de las Sombras Eternas.

Cuando llegaron, la casa se alzaba frente a ellos, enorme y desmoronada. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y las puertas estaban en un estado tal que parecían a punto de caerse. «¿Estás seguro de que quieres hacer esto?», preguntó Miguel, mirando nerviosamente a su alrededor. «Vamos, no se puede tener miedo a lo que no conocemos», respondió Daniel, siempre listo para dar un empujón a su grupo.

Con un empujón, Daniel empujó la puerta y esta chirrió, resonando en la noche silenciosa. Al entrar, fueron recibidos por un aire helado que recorrió sus espinas dorsales. La luz de las linternas enfocó una habitación polvorienta, llena de muebles cubiertos de sábanas blancas que parecían fantasmas. «Esto se siente raro», afirmó Juan, pero su entusiasmo era más fuerte que su miedo. «Solo exploremos un poco», sugirió Daniel, mientras avanzaba con cautela hacia una escalera que conducía al segundo piso.

Subieron los escalones crujientes, y cada paso resonaba como si despertaran a algo en la casa. En el segundo piso, encontraron más habitaciones inexploradas. Abrían puertas lentamente, encontrando retratos de personas que solían habitar la mansión. Sus ojos parecían seguir a los niños mientras avanzaban, y una sensación escalofriante se apoderó de ellos.

De repente, un fuerte golpe resonó en una de las habitaciones. Los tres amigos se miraron, paralizados por el miedo. «Fue solo el viento», dijo Daniel, tratando de convencer a sí mismo. Sin embargo, la inquietud crecía, y con cada paso que daban, el ambiente se volvía más pesado. «Tal vez deberíamos irnos», murmuró Miguel, pero Juan, alérgico a dejar las historias sin resolver, insistió en investigar más.

Entraron en una habitación más amplia, donde encontraron una gran mesa de comedor. Sobre la mesa había un diario antiguo cubierto de polvo y telarañas. «Debemos leerlo», dijo Juan, mientras comenzaba a abrirlo con delicadeza. Las páginas estaban amarillentas y llenas de relatos de aquellos que vivieron en la casa. Pero había un relato en particular que llamó su atención. Era la historia de un monstruo que una vez habitó la casa, un ser oscuro que se alimentaba del miedo y la tristeza de quienes osaban entrar.

A medida que Juan leía, la habitación se volvió aún más fría. Las luces de las linternas comenzaron a temblar. «Chicos, esto no se siente bien», dijo Miguel, retrocediendo lentamente hacia la puerta. Pero antes de que pudieran irse, un estruendo retumbó en la casa y la puerta se cerró de golpe.

El corazón de los tres amigos se detuvo por un instante. «¿Quién fue eso? ¡Ayuda!», gritó Juan, mientras todos comenzaban a entrar en pánico. De repente, una sombra oscura apareció en la esquina de la habitación, sus ojos brillaban como dos esmeraldas en la penumbra. Era el monstruo del que hablaba el diario. Tenía una forma inquietante, como si estuviera hecho de las mismas sombras que envolvían la casa.

«¿Quiénes son ustedes?», resonó una voz profunda y aterradora. Los chicos se miraron, sin saber qué hacer, pero Daniel, recordando su valentía, decidió hablar. «Vinimos a explorar la casa», dijo, su voz temblando. «No queríamos molestar».

El monstruo se acercó a ellos lentamente, y aunque sus rasgos eran inquietantes, parecía cargado de tristeza. «No molestas, pero el miedo puede ser peligroso», respondió, su acento pesado y grave. «He estado solo en esta casa durante años, alimentándome del miedo de los intrusos. Pero hoy, veo algo diferente en ustedes».

Los chicos, ahora llenos de curiosidad y un poco menos de miedo, comenzaron a cuestionar al extraño ser. «¿Por qué vives aquí?», preguntó Juan, con un tono más amistoso ahora. El monstruo suspiró, una sombra parecida a un lamento. «Era una vez un guardián de esta casa, y el pueblo me temía. Pero no entendieron que estaba solo y asustado. Ahora, su miedo me ha mantenido encerrado en esta oscuridad».

Los amigos intercambiaron miradas, tratando de comprender. Miguel, que siempre había sido el más sensato, dio un paso adelante. «¿Qué pasaría si dejáramos de tener miedo de ti? Y tú de nosotros», propuso. El monstruo se quedó en silencio, como si nunca hubiera considerado la idea. «Si eso pudiera suceder, quizás el miedo se apague».

Fue entonces cuando Juan tuvo una revelación. «Si compartimos nuestras historias contigo, tal vez podríamos construir una amistad. Tú no necesitas alimentarte de nuestro miedo, puedes aprender de nosotros». El monstruo pareció titubear. «Las historias son el primer paso, pero han de ser sinceras».

Así, en aquella fenomenal habitación, los tres amigos comenzaron a compartir sus historias más alegres, de sus aventuras en el parque, sus sueños y los momentos que más les habían hecho reír. Con cada relato, la figura del monstruo empezó a cambiar. La sombra oscura se desvanecía poco a poco, dejando entrever que había algo más que solo miedo en su esencia.

El monstruo también compartió su historia, cómo había llegado a ser lo que era, y cómo una maldición lo había mantenido en la oscuridad durante tanto tiempo. Los amigos se dieron cuenta de que, aunque el monstruo había causado temor, en su interior había un ser que solo deseaba pertenecer y ser comprendido.

A medida que avanzaba la noche, los lazos entre los cuatro se fortalecieron. En lugar de huir y esconderse del miedo, decidieron enfrentar sus propios temores con la luz de la amistad. De esta manera, el monstruo comenzó a transformarse. Su sombra ya no era tan aterradora, y los ojos que antes eran esmeraldas brillaban con calidez.

«Esto es maravilloso», dijo el monstruo, mientras una ligera luz iluminaba la habitación. «El miedo se ha ido, y con él, parte de mi oscuridad». Daniel, Miguel y Juan sonrieron, felices de haber logrado lo imposible: transformar el miedo en amistad. Se dieron cuenta que, en realidad, el verdadero monstruo siempre había sido la soledad.

Cuando finalmente el alba comenzó a asomarse por las ventanas cubiertas de polvo, la atmósfera de la casa cambió para siempre. «Ahora que tengo amigos», dijo el monstruo con una sonrisa genuina, «puedo ser quien realmente soy. Prometo no asustar más a los que se atrevan a entrar, solo contarles historias de aventuras y amistad».

Los tres chicos decidieron que ya era hora de irse. Les prometieron al monstruo que regresarían a contarle más historias. Así que, con el corazón lleno de alegría y un sentimiento de logro, se despidieron de su nuevo amigo y abandonaron la Casa de las Sombras Eternas.

Al salir, el cielo se tiñó de colores cálidos y el bosque a su alrededor comenzó a cobrar vida. Regresaron a casa, llenos de recuerdos de su aventura, sabiendo que habían enfrentado sus miedos y habían hecho una amistad inusual.

De regreso en el parque, bajo el viejo roble, se prometieron nunca olvidar lo que había pasado esa noche en la casa. «El miedo puede ser derrotado», dijo Miguel. «Sí, y la amistad puede vencer incluso las sombras más oscuras», concluyó Daniel entusiasmado.

Con una sonrisa en sus rostros y una nueva perspectiva de la vida, caminaron juntos hacia el amanecer, listos para afrontar nuevas aventuras, sin importar cuán extrañas o aterradoras pudieran ser. Al final del día, sabían que el verdadero poder estaba en lo que compartían: risas, historias y, sobre todo, la valentía de enfrentar lo desconocido. En la oscuridad, la luz de la amistad siempre brillaría más fuerte.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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