Cuentos de Terror

La Planta de Aloe Vera

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Pepito, de ocho años, que vivía en una tranquila casita a las afueras del pueblo. Pepito era un niño curioso y le gustaba pasar el tiempo cuidando las plantas de su jardín. Su planta favorita era un gran aloe vera que había en una maceta junto a la ventana de la cocina. Cada mañana, Pepito se encargaba de regar todas las plantas, conversaba con ellas como si pudieran escucharle, y aunque sus padres siempre le decían que era solo un juego, él sentía que las plantas, de alguna manera, entendían lo que les decía.

Un día, mientras Pepito regaba su planta de aloe vera, algo extraño ocurrió. Al inclinarse para tocar sus largas hojas, la planta pareció moverse ligeramente. Al principio pensó que era el viento, pero pronto notó algo aún más raro: la planta parecía mirarlo. Los bordes de las hojas, que normalmente eran suaves, se habían vuelto afilados, y Pepito sintió como si lo estuvieran acechando.

—¡Esto no puede ser! —dijo Pepito, retrocediendo con el corazón latiendo a toda velocidad. Nunca antes había visto una planta actuar de esa manera.

Tratando de calmarse, decidió que era solo su imaginación. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando se acercó nuevamente para regar el aloe vera, la sensación de peligro volvió. Esta vez, estaba seguro de que las hojas se movían hacia él, como si quisieran atraparlo. Pepito dejó caer la regadera y salió corriendo al interior de la casa, sin mirar atrás.

Su mejor amigo, Luis, vivía al lado, y Pepito decidió que debía contarle lo que estaba ocurriendo. Sin perder tiempo, corrió hasta la casa de Luis y le contó, casi sin respirar, lo que había pasado.

—¡Luis! ¡Mi planta de aloe vera me quiere atacar! ¡Se movió! —exclamó, agitado.

Luis lo miró con una mezcla de sorpresa y escepticismo.

—¿Una planta que te ataca? ¿Estás seguro? —preguntó Luis, aunque el tono de su voz mostraba que le costaba creerlo.

—¡Te lo juro! No sé cómo explicarlo, pero es como si la planta estuviera viva y… enojada —respondió Pepito, temblando aún por el miedo que había sentido.

Luis, siempre el más valiente de los dos, decidió que debían investigar.

—Vamos a verla. No puede ser tan peligrosa como dices —dijo, armándose de valor.

Ambos niños regresaron al jardín de Pepito. El sol ya comenzaba a ponerse, y la luz tenue del crepúsculo hacía que el jardín se viera más siniestro de lo habitual. La planta de aloe vera estaba en su lugar, aparentemente tranquila. Luis se acercó, observándola con detenimiento.

—No veo nada raro —dijo, mientras tocaba una de las hojas con cuidado.

Pero entonces, algo sucedió. Las hojas de la planta se agitaron de manera brusca, y Pepito y Luis retrocedieron asustados. La planta parecía haber cobrado vida, extendiendo sus hojas como tentáculos, y aunque no podía moverse del todo, estaba claro que intentaba acercarse a ellos.

—¡Corre, Pepito! —gritó Luis, y ambos salieron corriendo hacia el interior de la casa.

Cerraron la puerta de golpe, respirando agitadamente. Pepito estaba aterrorizado, pero Luis, aunque asustado, no podía dejar de pensar en lo increíble que era lo que acababan de presenciar.

—Esto no es normal —dijo Luis, pensativo—. Algo debe estar causando que la planta se comporte así.

Los dos amigos decidieron que necesitaban averiguar por qué la planta de aloe vera se estaba volviendo agresiva. ¿Sería alguna extraña enfermedad? ¿O quizás una maldición?

—Creo que necesitamos investigar —dijo Luis, decidido—. Algo ha pasado con esa planta, y no vamos a dejar que nos asuste sin razón.

Pepito, aunque aún asustado, sabía que su amigo tenía razón. Así que esa misma noche, armados con linternas y una guía de plantas del jardín, decidieron volver al jardín para observar la planta más de cerca, esta vez desde una distancia segura.

Cuando llegaron, la planta estaba completamente inmóvil bajo la luz de la luna. Parecía tranquila, pero ambos sabían que algo no estaba bien. Luis abrió la guía y comenzó a buscar información sobre el aloe vera. Pero no encontraron nada que explicara su comportamiento.

—Tal vez no es la planta en sí —dijo Luis de repente—. Quizás sea algo que esté debajo o cerca de la planta.

La idea les dio un nuevo impulso, así que comenzaron a excavar cuidadosamente alrededor de la maceta. Después de unos minutos, encontraron algo que no esperaban: una pequeña piedra negra y brillante enterrada bajo las raíces del aloe vera.

—¿Qué es esto? —preguntó Pepito, levantando la piedra.

En cuanto tocó la piedra, la planta comenzó a agitarse violentamente de nuevo. Los niños dejaron caer la piedra y se alejaron rápidamente.

—¡Debe ser esta piedra! —exclamó Luis—. Parece que está haciendo que la planta se vuelva loca.

Pepito recordó haber visto piedras parecidas en una de las historias de su abuelo, quien siempre le contaba leyendas sobre objetos mágicos y maldiciones.

—Mi abuelo hablaba de piedras malditas que podían controlar a las plantas —dijo Pepito, con la voz temblorosa—. ¡Debemos deshacernos de ella!

Los niños sabían que no podían simplemente tirar la piedra en cualquier lugar, así que decidieron enterrarla lejos, en el bosque cercano, donde no pudiera hacerle daño a nadie. Con cuidado, envolvieron la piedra en un trapo y corrieron hacia el bosque.

Una vez allí, encontraron un claro en medio de los árboles. Cavaron un hoyo profundo y enterraron la piedra, asegurándose de que quedara bien oculta bajo la tierra.

—Espero que esto sea suficiente para detener a la planta —dijo Pepito mientras tapaban el agujero.

Al regresar al jardín, la planta de aloe vera estaba completamente tranquila. Las hojas, que antes se agitaban de manera amenazante, ahora estaban quietas, como si nunca hubiera pasado nada.

—¡Funcionó! —dijo Luis, aliviado—. Creo que hemos roto la maldición.

Pepito sonrió, aunque aún sentía un leve escalofrío al mirar la planta. Pero ahora sabía que, con la ayuda de su amigo, habían resuelto el misterio y detenido la amenaza.

Conclusión:

Desde ese día, Pepito volvió a cuidar de sus plantas sin temor. Sin embargo, siempre miraba de reojo al aloe vera, recordando la aventura que había vivido junto a Luis. Aunque el jardín volvía a ser un lugar pacífico, Pepito sabía que en cualquier momento, otra extraña historia podría comenzar… pero esta vez, estaría preparado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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