Cuentos de Terror

La Revolución de las Verduras: El Chef y su Caída en el Abismo de la Locura

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y frutales, vivía un chef llamado Víctor. Sin embargo, Víctor no era un chef común; su historia comenzaba muchos años atrás, cuando de niño fue vendido a una familia campesina dedicada al cultivo de frutas y hortalizas. Desde entonces, aprendió sobre la tierra, las plantas y todo el proceso para llevar esos alimentos desde el campo hasta la mesa. Pero Víctor guardaba un secreto: en el sótano de su restaurante, tenía un laboratorio donde trabajaba en creaciones muy especiales: frutas y hortalizas transgénicas, diseñadas para ser más grandes, más coloridas y más resistentes. Sin embargo, no usaba sus conocimientos para el bien, su obsesión con la perfección lo había llevado por un camino oscuro.

El restaurante de Víctor era famoso en el pueblo por sus platos deliciosos y novedosos, elaborados con frutas y hortalizas muy peculiares. Algunos parecían mágicos, como tomates que brillaban o zanahorias que cambiaban de color, pero pocos sabían que esas frutas y hortalizas no eran comunes: provenían de sus experimentos secretos en el sótano.

Cada día comenzaba con una tarea imprescindible: la limpieza de hortalizas y frutas antes de ser cocinadas. Víctor entendía que para que sus platos fueran perfectos, primero debían limpiarse bien las frutas y las hortalizas. La limpieza tenía varias funciones importantes: eliminar contaminantes como minerales, plantas pequeñas que crecían en ellas, restos de animales como insectos, productos químicos usados en el campo y microbios que podían causar enfermedades. En el laboratorio, Víctor había aprendido dos métodos para limpiar: el seco y el húmedo.

El método seco consistía en sacudir y cepillar las frutas y hortalizas para quitar la tierra, hojas o restos pegados. Por otro lado, el método húmedo implicaba sumergirlas en agua limpia, y a veces con jabones especiales o soluciones que mataban microbios, para asegurarse de que estuvieran lo más limpias posible. Pero Víctor, en su obsesión por ahorrar tiempo y resultados perfectos, combinaba estos métodos con productos químicos inventados en su laboratorio, sin preocuparse de las consecuencias.

Una vez limpias, Víctor seleccionaba y clasificaba las frutas y hortalizas para cada plato, separando las que tenían mejor tamaño, color y textura. Después venía el mondado o pelado, donde con cuidado retiraba la piel para dejar solo la parte que usaría en su receta. En algunos casos, aplicaba un proceso de blanqueado o escaldado, que consistía en sumergir las verduras en agua caliente por un corto tiempo para detener la acción de enzimas que podían hacer que perdieran color o sabor. Por último, a veces usaba la reducción de partículas, una técnica que hacía las frutas y hortalizas más pequeñas o puras para una textura especial.

Pero Víctor no se conformaba con seguir esos métodos tradicionales. Su mente inquieta y obsesionada inventaba procesos raros para perfeccionar sus creaciones. Por ejemplo, usaba una extraña forma de esterilización en su laboratorio para eliminar todos los microbios, pero esa técnica también alteraba la esencia natural de las frutas y hortalizas. Él creía que sus creaciones eran el futuro, y que con ellas cambiaría el mundo.

Lo que Víctor no sabía era que las frutas y hortalizas de su laboratorio, a las que él veía simplemente como alimentos modificados, tenían vida propia. Habían aprendido a hablar, a sentir y a pensar, y no les gustaba para nada ser manipulado y convertido en monstruos transgénicos. Entre ellas había un tomate rojo llamado Tomás, una zanahoria llamada Zara y una lechuga llamada Lía. Juntos formaban un equipo que planeaba escapar y vengarse de Víctor.

Un día, cuando el chef estaba en el sótano mezclando un nuevo tipo de fruta, Tomás susurró a sus amigos: «¡Ha llegado el momento! No podemos seguir siendo sus juguetes. Nosotros también tenemos derecho a vivir libres y elegir nuestro destino». Zara asintió y agregó: «Él nos destruye, nos cambia, y nos usa para sus extraños platos. ¡Debemos tomar el control del restaurante y demostrar quién manda aquí!»

Esa noche, cuando Víctor cerró el restaurante, las frutas y hortalizas aprovecharon para moverse. El tomate, con su piel brillante y firme, rodó hasta alcanzar la puerta y, con la ayuda de Zara, que se deslizó entre los resquicios, lograron abrirla. Lía se encargó de desconectar las luces y activar un sistema de alarma improvisado para que Víctor no los atrapara.

Una vez dentro, comenzaron por sabotear la cocina. Se rehusaban a ser lavadas ni peladas. Cuando Víctor subió al sótano al día siguiente, encontró todo desordenado: los líquidos en el laboratorio derramados, los frascos vacíos y las máquinas dañadas. Intentó limpiar las frutas y hortalizas, pero se movían y escapaban como si tuvieran vida propia.

—¡Esto es imposible! —gritó desconcertado—. Son solo frutas y verduras, ¡deben obedecerme!

Pero Tomás, con voz firme, le respondió:

—No somos tus sirvientes, Víctor. No somos productos para tus experimentos locos. ¡Somos seres vivos y merecemos respeto!

Asombrado y aterrado, el chef vio cómo más frutas y hortalizas aparecían, todas tomando el control del restaurante. Los pimientos se lanzaban como proyectiles, las manzanas rodaban por el suelo obstaculizando su paso, y las patatas se escondían para emboscarlo. Víctor estaba rodeado, incapaz de luchar contra esas criaturas que él mismo había creado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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