Cuentos de Terror

La Sombra que se Cierne sobre Blackwood Hall

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de bosques oscuros y caminos polvorientos, se encontraba una antigua mansión conocida como Blackwood Hall. La gente del lugar murmuraba historias de sombras, susurros y misteriosos rumores que hacían temblar a los más valientes. Sin embargo, para cuatro amigos, Andrea, Cristian, Lidia y Luis, las historias eran solo una excusa para aventurarse y desafiar sus miedos.

Una mañana de otoño, cuando el viento soplaba fuerte y las hojas caídas crujían bajo sus pies, el grupo se reunió en el parque del pueblo. Andrea, una chica de cabello rizado y ojos brillantes, sugirió:

—¿Por qué no vamos a explorar Blackwood Hall? Nadie se atreve a hacerlo, pero creo que nosotros podemos. Así demostramos que esa casa no es tan aterradora.

Cristian, un chico atrevido con una gran imaginación, rió y dijo:

—¡Vamos! A mí me encantan las historias de terror. Estoy seguro de que encontraremos algún fantasma o tesoro escondido.

Lidia, la más cautelosa del grupo, frunció el ceño.

—No sé si es buena idea. La última vez que fuimos a un lugar así, nos perdimos y casi nos quedamos atrapados en el bosque. Además, mis padres dicen que esa mansión está maldita.

Luis, que siempre había sido el más sensato del grupo, trató de calmar a Lidia.

—Si todos vamos juntos y nos cuidamos unos a otros, no hay nada de qué preocuparnos. Podemos ir, ver lo que hay y volver antes de que oscurezca.

Así, después de discutirlo durante un rato, decidieron que ese mismo día emprenderían la aventura. Equipados con linternas, un mapa del pueblo que Lidia había traído y sus mochilas, partieron hacia Blackwood Hall, sintiendo una mezcla de emoción y temor.

El camino a la mansión era intrincado y cubierto de hojas secas. Con cada paso que daban, los árboles parecían susurrar y el viento jugaba con su cabello. Al llegar a Blackwood Hall, los amigos se detuvieron un momento para observar la imponente estructura. La mansión, con sus ventanales rotos y las enredaderas que la cubrían, parecían tener vida propia. Un escalofrío recorrió la espalda de Lidia, pero Andrea, con su espíritu aventurero, tomó la delantera.

—Vamos, no hay nada que temer. ¡Es solo una casa vieja!

Al entrar, el aire se volvió frío y un silencio pesado envolvió el lugar. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas, y el olor a moho llenaba sus pulmones. De inmediato, comenzaron a explorar las habitaciones, cada una más oscura que la anterior. En una de las salas, encontraron un viejo reloj que, para su sorpresa, aún funcionaba, aunque marcaba la una en punto, aunque ya era medio día.

—Es extraño, ¿no creen? —preguntó Cristian, mirando el reloj con curiosidad.

—Sí, quizás el tiempo se detuvo aquí —respondió Andrea, como si fuera una broma, pero a Lidia no le hizo gracia en absoluto.

Mientras buscaban pistas sobre la historia de la casa, comenzaron a escuchar susurros. Lidia se detuvo en seco.

—¿Han oído eso? —preguntó, quedándose blanca.

Los demás se miraron entre sí, confundidos. Cristian se rió de nuevo.

—Es solo el viento. Vamos a seguir explorando.

Pero Lidia no estaba tan segura. Justo en ese momento, una sombra oscura pasó rápidamente por el pasillo, y un grito agudo resonó en la mansión. Todos se sobresaltaron y, sin pensarlo, corrieron hacia la siguiente habitación, que estaba más alejada.

—¿Qué fue eso? ¡Estoy empezando a asustarme! —dijo Lidia, temblando de miedo.

—Fue solo una ilusión, estoy seguro —afirmó Luis, tratando de mantener la calma. Pero su voz sonó un poco más temblorosa de lo que él deseaba.

Decididos a no dejarse vencer por el miedo, continuaron su exploración, encontrando cada vez más objetos extraños: un espejo rajado, libros polvorientos con títulos olvidados y cuadros de personas con miradas que parecían seguirlos. La tensión aumentaba con cada esquina que volvían a girar.

De repente, un grito más fuerte resonó, esta vez claramente proveniente de la planta superior.

—¡Eso no puede ser el viento! —exclamó Lidia, asustada, cubriendo su boca.

—Tenemos que averiguar qué es —dijo Andrea, con esa chispa de valentía que la caracterizaba—. Si hay alguien, no podemos dejarlo solo.

Sin pensarlo más, subieron por la escalera crujiente, sus corazones latiendo con fuerza. La escalera estaba iluminada por una tenue luz que parecía provenir de una habitación al final del pasillo. La idea de dar marcha atrás llenaba de inquietud a cada uno de ellos, pero juntos empujaron la puerta principal, que chirrió ominosamente.

La habitación era pequeña y oscura, pero lo que vieron allí les heló la sangre. En el centro, un grupo de sombras bailaba alrededor de una fogata apagada, creando formas grotescas a la luz de sus propias proyecciones. Sin embargo, lo más atemorizante era el rostro pálido de una niña de no más de diez años, que los miraba fijamente. Su cabello estaba despeinado, y su vestido desgastado parecía haber estado en esa casa durante años.

—¿Eres… eres un fantasma? —preguntó Cristian, su voz temblorosa.

—No soy un fantasma… —respondió la niña, su voz suave pero obscura—. Soy Clara. Hace años que estoy atrapada aquí, buscando ayuda.

Los amigos intercambiaron miradas. La historia de la niña parecía diferente a todo lo que habían escuchado anteriormente. Las sombras que danzaban a su alrededor no parecían amenazantes, sino más bien tristes.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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