Era una tarde de otoño, y el sol comenzaba a ocultarse detrás de las casas de la tranquila ciudad de San Lorenzo. Los colores del cielo se tornaban anaranjados y morados, mientras los niños comenzaban a reunirse en el parque después de la escuela. Jeffrey, Lionel, Joyce, David y Steven eran amigos desde pequeños, siempre en busca de nuevas aventuras. Sin embargo, esa tarde algo diferente iba a sucederles.
Mientras jugaban en la zona de columpios, Lionel, que siempre había sido un poco más intrigante que los demás, propuso una idea. «¿Qué les parece si exploramos la vieja fábrica al final de la calle? Dicen que está embrujada». Los chicos se miraron unos a otros, un poco nerviosos, pero la idea de una aventura les emocionaba. Después de todo, eran valientes, y la idea de un lugar misterioso iluminaba sus ojos.
“¿No están asustados? Imaginen lo que podríamos encontrar allí”, dijo Joyce, con una sonrisa desafiante. Así que, armados con linternas y un poco de valentía, decidieron que era hora de descubrir qué secretos guardaba la fábrica. La mayoría de los adultos se habían ido de la zona, dejando la fábrica en un estado de abandono. Era evidente que había pasado mucho tiempo desde que alguien había trabajado allí.
Al llegar, el aire era más fresco y había una sensación extraña en el ambiente, como si la fábrica tuviera vida propia. “Esto no se siente bien”, murmuró David, mientras encendía su linterna. “No te preocupes, solo es una fábrica antigua”, le respondió Steven, tratando de disimular su propio miedo.
Se acercaron a la entrada principal, donde una puerta de metal estaba entreabierta. Jeffrey tomó la iniciativa y empujó la puerta, que chirrió ominosamente. “¿Quién entra primero?”, preguntó con un tono burlón. Lionel se adelantó, empujando a los demás y riendo. Una vez dentro, se encontraron en una gran sala llena de máquinas polvorientas y telarañas.
“Es más espeluznante de lo que pensé”, dijo Joyce, mientras iluminaba con su linterna un viejo cuadro que colgaba torcido en la pared. “Miren eso. Parece que alguien ha estado aquí”. A medida que exploraban, encontraron viejas herramientas y cajas vacías, pero lo más aterrador era el silencio que predominaba en la fábrica. El silencio era interrumpido solo por el sonido de sus propias voces.
De repente, un ruido sordo ecoó en la distancia. Todos se quedaron helados. “Eso fue… extraño”, comentó Steven, con una voz temblorosa. “Vamos a averiguar qué fue”, insistió Lionel, tratando de esconder su miedo. A pesar de las protestas de David, que quería regresar, se adentraron más en la oscuridad de la fábrica.
Mientras se movían, la linterna de Joyce iluminó una puerta trasera. “¿Deberíamos entrar?”, preguntó, cruzando miradas temerosas con los demás. “Es solo una puerta”, dijo Lionel, visiblemente intrigado. Con un golpe en el corazón, abrieron la puerta y entraron a una habitación aún más oscura.
Al entrar, notaron que había una ventana pequeñita, y la luz del atardecer comenzaba a desvanecerse. De repente, una sombra se proyectó en la pared. “¡Miren eso!” gritó Jeffrey. Todos se giraron rápidamente, pero no había nada. “Fue solo un reflejo”, intentó calmar a sus amigos, pero no podían evitar sentirse incómodos.
“Tal vez deberíamos volver”, sugirió David, pero antes de que pudieran reaccionar, la sombra reapareció, esta vez más definida. Era una figura que parecía estar observándolos desde un rincón oscuro. Con miedo, dieron un paso atrás y vieron que la figura se desvanecía. “¿Están viendo eso?”, preguntó Joyce, sus ojos bien abiertos.
Fue entonces cuando descubrieron a un anciano que, en un rincón, los observaba con una mirada sabia y nostálgica. “No debían estar aquí”, dijo, su voz grave resonaba en la habitación. “Esta fábrica guarda muchos secretos”. Los chicos se miraron, confundidos y asustados. Aunque el hombre parecía inofensivo, su presencia aumentó la tensión en el ambiente.
“¿Quién eres?”, preguntó Jeffrey, con la voz quebrada. “Soy el último de los trabajadores de esta fábrica. Vine aquí para cuidar de lo que ha quedado”, respondió el anciano. “Pero hay cosas que no deben ser descubiertas”.
Los amigos intercambiaron miradas, llenas de incertidumbre. “¿De qué hablas?”, insistió Lionel. “La sombra que han visto no es solo una ilusión. Este lugar ha sido testigo de muchas cosas… y algunas de ellas aún permanecen aquí”, explicó el anciano, su mirada penetrante.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Casa de los Susurros
El Misterio de la Playa de Miami
El Misterio de la Habitación Oscura
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.