Cuentos de Terror

Morenos de Miedo y Lazos de Amor entre Hermanos

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de misteriosos bosques y colinas, vivían dos hermanos llamados Mateo y Lucía. Mateo era un niño valiente de diez años, con una gran curiosidad por explorar el mundo que lo rodeaba. Lucía, su hermana menor, era una niña dulce y soñadora, de ocho años, que siempre seguía a su hermano en todas sus aventuras. Juntos, eran inseparables, y su vínculo era más fuerte que cualquier lazo en el mundo.

Una tarde, mientras jugaban en el jardín de su casa, Mateo le contó a Lucía sobre una historia extraña que había oído de su abuelo. “Dicen que en el bosque cercano vive un ser misterioso, los Morenos de Miedo”, explicó Mateo con un tono intrigante. “Se dice que estos seres son visibles solo durante la noche de Halloween, y que pueden transformarse en cualquier cosa que quisieran. Pero también se dice que si logras hacer amigo a uno de ellos, te concederá un deseo”.

La historia encendió la imaginación de Lucía. “¿Te imaginas tener un deseo, Mateo? ¡Podríamos pedir que nuestro árbol de manzanas dé manzanas todos los días del año!” Su mirada brillaba con emoción, pero Mateo, aunque entusiasmado, sabía que había algo de peligro en aventurarse a buscar a esos seres.

“Quizás deberíamos esperarnos hasta Halloween”, sugirió Mateo, intentando contener su emoción. Pero Lucía, con su espíritu aventurero, ya había tomado una decisión. “¿Y si los encontramos antes? ¡Prometemos ser cuidadosos! Solo queremos verlos”. Mateo sabía que sería difícil negarse a su hermana.

Con la llegada de la noche de Halloween, los dos hermanos decidieron aventurarse en el bosque. La luna brillaba intensamente en el cielo, iluminando el camino mientras las hojas crujían bajo sus pies. La brisa fresca llenaba el aire y los árboles, con sus ramas retorcidas, parecían susurrar secretos olvidados.

Mientras caminaban, Mateo explicó que según la leyenda, los Morenos de Miedo no eran necesariamente malvados, sino que preferían mantener su existencia en secreto. “Tienen un lado travieso. Cuentan que les gusta jugarles bromas a los que se atreven a entrar en su territorio”, dijo. Lucía, emocionada, imaginaba a esos seres peludos y de ojos brillantes jugando con ellos.

De repente, en medio del bosque, se escuchó un susurro. “Mateo… ¿Escuchaste eso?” Lucía preguntó, mirándole con ojos grandes llenos de inquietud. Mateo, asintiendo lentamente, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Decidió que lo mejor sería seguir adelante, pero ahora su corazón latía más rápido.

Unos minutos después, encontraron un claro iluminado por la luna, donde un viejo árbol retorcido se erguía como un guardián. “Mira, Lucía, ese lugar parece importante”, dijo Mateo. Sorprendentemente, el aire se volvió frío y, justo en ese momento, un oscuro susurro les llegó. “¿Qué hacen aquí, pequeños?”.

Los hermanos se dieron la vuelta y allí, frente a ellos, apareció un Moreno de Miedo. Era una figura oscura, con ojos resplandecientes como estrellas y una boca que parecía dibujar una sonrisa traviesa. “Soy Morfos, el guardián de este bosque. Venir aquí a estas horas es peligroso. ¿Acaso buscan aventuras o les atraen los deseos?”.

Lucía se adelantó, su curiosidad, ahogando cualquier miedo que pudiera sentir. “¿Tú eres un Moreno de Miedo? He escuchado tanto sobre ustedes”, dijo, con su voz temblorosa pero emocionada. Mateo, en cambio, se quedó un paso atrás, observando al extraño criatura con desconfianza.

Morfos se rió con un tono suave, “Sí, eso dicen. Pero no soy solo un ser de miedo, también tengo un corazón. Y en esta noche, puedo ofrecerles algo único. No todos los días un humano viene a mi bosque.” Mateo, aunque reservado, sintió que quizás era una oportunidad que no podían dejar pasar.

“Queremos un deseo”, dijo Lucía sin dudar. “¿Podrías dárnoslo?”. Morfos inclinó su cabeza, sus ojos brillando más intensamente. “Puedo concederles un deseo, pero hay un precio. Deben jugar un juego, y si ganan, el deseo será suyo. Pero si pierden, deberán quedarse aquí, y sus miedos se volverán reales.”

Mateo se miró a sí mismo, evaluando la situación. “No podemos arriesgarnos, Lucía. Mejor volvamos”. Pero Lucía, entusiasmada, miró a Morfos. “¡Aceptamos el desafío!”.

Morfos sonrió ampliamente, mostrando una dentadura blanca y afilada. “Muy bien, pequeños, el juego es simple. Deben encontrar tres objetos en el bosque antes de que la luna se oculte detrás de las nubes. Tendrán una hora. Si lo logran, su deseo será mío”. Mateo tragó saliva, sin embargo, Lucía apretó su mano.

“¡Vamos, Mateo! ¡Podemos hacerlo!”, exclamó ella. Así, comenzaron su búsqueda, corriendo entre los árboles. Mateó se sintió un poco más confiado al ver la determinación en los ojos de su hermana.

Durante la primera media hora, recorrieron el bosque buscando el primer objeto. “¡Un sombrero de mago!”, exclamó Mateo encontrando un viejo sombrero negro colgado en una rama. “Este será perfecto”, dijo entusiasmado. “Uno más”, alentó Lucía, mirándolo con los ojos iluminados por la emoción.

Siguieron buscando. Luego vieron a lo lejos lo que parecía ser un viejo espejo cubierto de tierra y hojas secas. Al acercarse, descubrieron que no era un espejo común, sino uno que distorsionaba sus reflejos, haciéndolos lucir extraños y grotescos. “¡El segundo objeto!”, gritó Lucía mientras tocaba la superficie.

Sin embargo, el tiempo se les escapaba y la luna comenzó a ocultarse. “Solo nos queda un objeto, rápido!”, instó Mateo, echando un vistazo hacia donde Morfos aún les observaba. Finalmente, en el último rincón del bosque, encontraron una piedra brillante en el suelo. “¡La tenemos!”, gritaron al unísono.

Los tres objetos estaban en su poder y corrieron hacia Morfos, quien les esperaba con una sonrisa burlona. “Han logrado encontrar los tres objetos, así que aquí está su deseo”, dijo, mientras jugueteaba con los objetos. “¿Qué es lo que desean?”.

Mateo, llenándose de valor, habló primero. “Queremos a nuestra madre y a nuestro padre felices y siempre juntos”. Morfos lo observó con seriedad. “Un deseo noble, pero complicado. La felicidad no se impone, se cultiva”, dijo, y por un momento, la risa traviesa de Morfos se tornó en una expresión más cálida.

“Sin embargo, lo respetaré. Pero saben que nunca hay una garantía de que la felicidad perdure. Los lazos familiares requieren esfuerzo”, continuó el Moreno. “De acuerdo, su deseo es concedido”.

Una luz brillante rodeó a Mateo y Lucía, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de vuelta en su hogar, con sus padres sonriendo y abrazándolos. “¡Estábamos tan preocupados!”, dijo su madre. “¿Dónde estaban?”.

Ambos hermanos se miraron, sabiendo que la aventura había terminado, pero el recuerdo de esos seres misteriosos permaneció en sus corazones. “No podemos contarles”, dijo Mateo en un susurro a Lucía, mientras sus padres seguían abrazándolos.

A la mañana siguiente, la familia salió al jardín y vieron el árbol de manzanas. En el instante en que Mateo tocó uno de los frutos, sonrió al darse cuenta de que las manzanas estaban más brillantes y jugosas que nunca. “Tal vez el amor y los lazos familiares sean el verdadero deseo que necesitamos”, dijo Lucía con una sonrisa.

Los Morenos de Miedo, aunque habían sido espeluznantes, enseñaron a Mateo y Lucía que las aventuras y los deseos siempre vienen acompañados de una lección sobre la familia y el amor. Y así, cada Halloween, los hermanos recordaban su encuentro y celebraban la alegría de tenerse el uno al otro, sabiendo que el verdadero miedo era no valorar esos lazos que se habían convertido en su mayor tesoro.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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