Nico miraba su teléfono, absorto en la pantalla mientras sus dedos deslizaban rápidamente los comandos del juego. Había algo en «Conejos» que lo atrapaba. Era más que un simple juego en línea; tenía una especie de magnetismo oscuro que hacía que cada partida fuera más emocionante que la anterior. En «Conejos», los jugadores formaban una colonia de conejos y tenían que identificar a un lobo disfrazado entre ellos antes de que los cazara uno por uno. Era un juego de deducción y estrategia, pero también de paranoia. Y justo eso era lo que lo hacía tan adictivo.
—¿Has jugado hoy? —preguntó Braii, su amigo, mientras se sentaban en el parque después de la escuela.
Nico asintió, sin apartar la vista de la pantalla. Braii, con su cabello rizado y su risa contagiosa, siempre intentaba convencer a todos de que él era el mejor jugador. Sin embargo, Nico tenía sus dudas; sabía que Braii tenía un punto débil: se ponía nervioso cuando le tocaba ser el lobo.
—Estoy pensando en hacer algo diferente —dijo Nico, guardando el teléfono. Sus ojos brillaban con una idea que ya había estado rondando en su mente desde hacía unos días—. ¿Qué tal si nos reunimos en persona para jugar? Somos un buen grupo, seguro que sería más emocionante que hacerlo solo por la app.
Braii frunció el ceño, pero la idea de darle un giro real al juego lo intrigaba. Además, siempre había querido demostrar que su habilidad no se limitaba a la pantalla.
—Podría ser divertido —dijo, tras pensarlo un momento—. Pero necesitamos más gente.
—Nayn y Bruno podrían unirse —añadió Nico rápidamente. Nayn, con su estilo siempre misterioso y su largo cabello lacio, era la mejor cuando se trataba de ocultar sus intenciones. Bruno, por otro lado, siempre iba al grano, directo y sin rodeos. No eran el típico grupo de amigos, pero en «Conejos» se entendían a la perfección.
Al día siguiente, el grupo se reunió en una vieja cafetería del centro de la ciudad. Nico había traído consigo una sonrisa algo siniestra, como si supiera algo que los demás no. El lugar donde se verían para jugar no era otro que un hospital abandonado en las afueras. La estructura, con sus ventanas rotas y su aspecto sombrío, parecía sacada de una película de terror. Pero eso solo lo hacía más atractivo para ellos.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Nayn, ajustándose el cabello detrás de la oreja mientras lanzaba una mirada de desconfianza al edificio.
—Relájate —respondió Bruno, empujándola suavemente con el hombro—. Solo será un juego, ¿qué podría salir mal?
El grupo caminó en silencio por el pasillo oscuro del hospital, iluminados solo por las linternas de sus teléfonos. El lugar era aún más espeluznante de lo que esperaban. Las paredes estaban manchadas, las puertas colgaban de las bisagras y el eco de sus pasos parecía resonar demasiado fuerte.
—Este lugar es perfecto para el juego —murmuró Braii con una mezcla de emoción y temor.
Nico los guió hasta una de las salas más grandes, con varias camillas oxidadas y cortinas sucias que ondeaban suavemente, como si algo invisible las moviera. De repente, las luces de sus teléfonos comenzaron a parpadear.
—¿Qué está pasando? —preguntó Bruno, mirando su pantalla con el ceño fruncido.
Un segundo después, todos cayeron al suelo. Sintieron un mareo repentino y el mundo a su alrededor se volvió borroso. Luego, oscuridad.
Cuando Nico despertó, todo a su alrededor estaba envuelto en sombras. Su cabeza palpitaba, y le costó un momento recordar dónde estaba. Al intentar moverse, se dio cuenta de que sus manos estaban atadas. No era el único. Frente a él, Braii y Nayn también estaban amarrados a sillas viejas y oxidadas, sus rostros pálidos y llenos de confusión.
—¿Qué… qué está pasando? —preguntó Nayn con la voz temblorosa.
—No lo sé —respondió Nico, forzando su mente para intentar encontrar una explicación. Pero nada tenía sentido. No recordaba haber caído dormido, ni mucho menos haber sido atado.
Fue entonces cuando notaron algo más. Bruno no estaba allí. En su lugar, en el suelo, yacía un cuerpo inmóvil.
—¡Bruno! —gritó Braii, tratando de liberarse de las cuerdas que lo sujetaban.
Pero al acercarse más, se dieron cuenta de que algo estaba terriblemente mal. El cuerpo no respiraba. Estaba frío, y una mancha oscura de sangre se extendía desde su espalda hasta el suelo.
El terror se apoderó de ellos. Esto ya no era un juego. Bruno estaba muerto, y ahora estaban atrapados en un hospital abandonado con su asesino.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Nico, su mente corriendo a toda velocidad.
Pero antes de que pudieran siquiera pensar en un plan, una voz resonó en la sala. Era metálica, distorsionada, como si viniera de algún altavoz oculto.
—Bienvenidos al juego real, conejos. El lobo está entre ustedes.
Nico sintió cómo su estómago se revolvía. El juego que habían estado jugando en línea había tomado forma en el mundo real, pero ahora no era virtual. Ahora, si no descubrían quién era el lobo, el siguiente en morir sería uno de ellos.
—Esto es una locura —dijo Braii, su voz temblando de miedo—. ¿Quién está haciendo esto?
Nadie tenía una respuesta. El lobo estaba entre ellos, y cualquier paso en falso podría significar la muerte. Sabían que debían confiar unos en otros, pero ¿cómo hacerlo cuando cualquiera de ellos podría ser el asesino?
El primer instinto de Nico fue intentar recordar cada detalle de lo que había sucedido antes de desmayarse. Pero su memoria estaba borrosa, como si algo hubiera bloqueado sus pensamientos.
—Necesitamos encontrar una salida de aquí —dijo Nayn, su mirada decidida—. No podemos quedarnos esperando a que algo peor suceda.
Braii asintió, aunque el miedo en sus ojos era evidente. Nico sabía que no podían quedarse quietos. Así que, tras liberar sus manos con esfuerzo, se pusieron de pie y comenzaron a buscar una salida. Las luces del hospital parpadeaban, y el eco de sus pasos llenaba el lugar de una atmósfera aún más tétrica.
—¿Escucharon eso? —susurró Braii, deteniéndose de repente.
Un ruido sordo, como si algo pesado cayera en algún lugar cercano, resonó en los pasillos. Los tres intercambiaron miradas y continuaron avanzando con más cautela. Sabían que el lobo podría estar acechando.
A medida que avanzaban, las sombras parecían moverse con vida propia, y cada puerta que encontraban estaba cerrada o bloqueada. Todo el hospital era una trampa. Finalmente, llegaron a una sala de control abandonada, donde varias pantallas de seguridad mostraban imágenes de diferentes partes del edificio. Pero lo que vieron en una de ellas les hizo helar la sangre.
Una figura con un abrigo negro y una máscara cubriendo su rostro caminaba lentamente por uno de los pasillos cercanos. Iba cargando algo en sus manos, algo que parecía una herramienta afilada.
—Es el lobo —susurró Nayn—. Está buscándonos.
Braii, que apenas podía contener el pánico, dio un paso atrás. Pero antes de que pudiera decir algo más, la puerta de la sala se cerró de golpe detrás de ellos, atrapándolos dentro.
—Esto no puede estar pasando… —murmuró Nico, buscando una forma de escapar.
De repente, la voz metálica regresó. Esta vez más clara, más fría.
—¿Quién es el lobo? Tienen que descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.
El tiempo corría en su contra. No solo tenían que escapar del hospital, sino también identificar a quien los había traicionado. Porque el verdadero lobo estaba entre ellos, y uno de los tres que quedaban tenía las manos manchadas de sangre.
Nico se encontraba paralizado por el miedo. Las palabras de la voz metálica resonaban en su mente. «El lobo está entre ustedes.» Sabía que alguien del grupo estaba mintiendo, pero el pánico le nublaba los pensamientos. Tenía que encontrar una forma de pensar con claridad si quería salir de esa pesadilla con vida.
Nayn estaba en silencio, con la mirada fija en las pantallas. A pesar de su expresión de calma, Nico podía ver en sus ojos el terror que trataba de esconder. Braii, por otro lado, ya no intentaba ocultar su miedo. Sus manos temblaban mientras miraba alrededor, buscando desesperadamente una salida de la sala de control.
—Tenemos que pensar —dijo Nico, intentando mantener la compostura—. Si el lobo está entre nosotros, significa que uno de nosotros debe haber hecho esto. Pero no tiene sentido. ¡Somos amigos!
Braii lo miró, con los ojos abiertos de par en par. —Yo no fui, te lo juro —dijo con un hilo de voz—. No haría algo así. No sé ni cómo llegamos aquí.
Nayn, que había estado en silencio todo el tiempo, habló por fin. —Pero alguien tuvo que planear esto —dijo, sus palabras afiladas—. No creo que sea una coincidencia que estemos aquí, en este hospital, justo cuando empezamos a jugar «Conejos» en la vida real.
Nico asintió lentamente. —Es cierto. Esto no es un accidente. Nos trajeron aquí por una razón. Alguien está jugando con nosotros… o peor, alguien de nosotros está jugando con nosotros.
—Pero no tiene sentido —insistió Braii—. ¿Por qué querríamos matarnos entre nosotros? No somos asesinos.
Antes de que pudieran continuar discutiendo, las pantallas de las cámaras de seguridad parpadearon. La figura con el abrigo negro se había detenido frente a una puerta, la misma que estaba al final del pasillo donde se encontraban.
—Está cerca —dijo Nayn, tragando saliva. Su voz, normalmente firme, ahora estaba teñida de miedo.
Nico no sabía si confiar en sus amigos. La voz metálica había sembrado la duda en su mente. Todo parecía estar orquestado para que desconfiaran unos de otros, para que la paranoia los consumiera. El problema era que esa paranoia podría ser lo que los mantuviera con vida.
—Tenemos que salir de aquí —dijo finalmente Nico—. Pero no podemos salir sin un plan. Si uno de nosotros es el lobo, tenemos que descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y si nunca lo descubrimos? —preguntó Braii—. ¿Y si es imposible saberlo?
Nayn lo miró con frialdad. —No lo es. Todos tenemos patrones de comportamiento. Todos dejamos pistas, aunque no lo sepamos. Si uno de nosotros está mintiendo, lo notaremos tarde o temprano.
—¿Y qué vamos a hacer si lo descubrimos? —preguntó Braii con la voz entrecortada—. ¿Lo enfrentaremos? ¿O esperamos hasta que nos mate a todos?
Nico apretó los puños. Sabía que la única forma de sobrevivir era identificar al lobo y detenerlo antes de que atacara de nuevo. Pero, ¿cómo podrían hacerlo sin pruebas concretas?
La figura en la pantalla se movió de nuevo, esta vez caminando hacia la puerta que los separaba de él.
—Viene hacia acá —dijo Nayn con un tono de desesperación—. Tenemos que movernos ahora.
Nico asintió y se dirigió hacia la puerta opuesta, tratando de abrirla. Estaba bloqueada.
—Está cerrada —dijo con frustración—. Tenemos que encontrar otra forma de salir.
Nayn se acercó a las pantallas de la cámara, tratando de analizar el sistema. —Debe haber alguna forma de desbloquear las puertas desde aquí.
Braii, mientras tanto, miraba nervioso a la figura que se acercaba cada vez más. El sonido de pasos ecoaba por el pasillo.
De repente, las luces de la sala comenzaron a parpadear violentamente, y la puerta de la sala de control se abrió de golpe.
La figura del abrigo negro estaba allí, de pie, enmarcada por la oscuridad del pasillo. En su mano derecha sostenía una enorme cuchilla.
Braii gritó y retrocedió, tropezando con una de las sillas oxidadas. Nayn se quedó inmóvil, con los ojos fijos en la figura.
—¡Corran! —gritó Nico, lanzándose hacia la puerta contraria que, milagrosamente, se desbloqueó en ese preciso momento.
El grupo corrió por el pasillo, con el corazón martillando en sus pechos. Podían escuchar los pasos pesados de la figura acercándose detrás de ellos, cada vez más rápido. Las luces parpadeaban, creando sombras siniestras que parecían moverse a su alrededor.
Finalmente, llegaron a una encrucijada en el pasillo. Nico se detuvo, respirando con dificultad, mientras miraba las tres puertas que tenían frente a ellos.
—¿Ahora qué? —preguntó Braii, su voz apenas un susurro.
—Dividámonos —dijo Nayn de repente—. Será más difícil para él atraparnos si nos separamos.
Nico la miró con desconfianza. —¿Y si eso es lo que quiere? ¿Que nos separemos para cazarnos uno a uno?
Pero no había tiempo para debatir. El sonido de los pasos de la figura resonaba más cerca. Finalmente, todos tomaron decisiones precipitadas. Nayn corrió hacia una puerta, mientras Braii y Nico tomaron caminos diferentes.
Nico se adentró en un pasillo estrecho y oscuro, con el eco de sus propios pasos haciéndose cada vez más aterrador. Sentía cómo la desesperación lo consumía. ¿Quién era el lobo? ¿Quién estaba jugando con sus vidas?
De repente, escuchó un grito. Era Braii.
El sonido lo paralizó por un momento, pero supo que no podía quedarse quieto. Continuó corriendo hasta encontrar una pequeña sala al final del pasillo. Cerró la puerta tras él y se deslizó por el suelo, con la espalda contra la pared, intentando controlar su respiración.
Entonces, la puerta se abrió lentamente.
Allí estaba Nayn, mirándolo con una expresión extraña.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Nico, aún intentando recuperar el aliento.
Nayn no respondió de inmediato. En su lugar, dio un paso adelante y cerró la puerta detrás de ella.
—Sabes lo que está pasando, ¿verdad? —dijo finalmente, con un tono suave pero peligroso—. Sabes quién es el lobo.
Nico la miró, desconcertado. —¿De qué estás hablando?
Nayn se agachó frente a él, y por primera vez, Nico vio algo diferente en sus ojos. No era miedo. Era algo más profundo, algo mucho más oscuro.
—Siempre he sido buena ocultando mis intenciones —dijo Nayn con una sonrisa torcida—. Pero creo que ya no importa. Ya descubriste quién es el lobo, ¿verdad?
La verdad cayó sobre Nico como una avalancha. El lobo no era alguien más. Era Nayn.
—Eres tú… —susurró Nico, con la voz quebrada.
Nayn inclinó la cabeza ligeramente, como si disfrutara del momento. —Sabes lo que pasa con los conejos, Nico. Siempre pierden ante el lobo.
Antes de que Nico pudiera reaccionar, Nayn se lanzó hacia él con una velocidad aterradora, y todo se volvió negro.
El hospital abandonado quedó en silencio. En algún lugar lejano, la app de «Conejos» seguía funcionando, esperando a su próximo grupo de jugadores incautos. El lobo siempre estaba listo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.